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24 de mayo de 2021

Una biografía de la lluvia (reseña) de Santiago Kovadloff

 

“El espíritu ve y revé objetos. El alma encuentra en un objeto el nido de su inmensidad”

Gastón Bachelard

 

“Son legión los agraciados que la lluvia cautivó y basta, para saberlo, con atenerse a lo asentado por los poetas”

Santiago Kovadloff

 

Inscripta dentro de la llamada literatura del yo, “Una biografía de la lluvia” de Santiago Kovadloff nos da un paseo por la agradable explanada de una vida infantil, reunida a partir de los diluidos fragmentos de la cotidianeidad adulta.

Charlas de café; anécdotas infantiles y reencuentros del olvido; reflexiones de la escritura y su acto complementario (la traducción); junto a alguna anécdota en el exterior y la repetida experiencia querida del escritor, que intenta reproducir lo irreproducible en las paginas autobiográficas (si se quiere, puesto que distan tanto de una autobiografía fiel como de un ensayo o novela).

“¿Quien en su niñez no ha soñado con ser invisible y, disuelto en el aire, emprender las aventuras de un dios: deslizarse, imperceptible, sobre los cuerpos, activo donde no se lo imagina, anónimo como solo puede ser lo inconcebible?” Con esta hermosa introducción, repleta de una ternura infantil desbordante, el autor nos acerca una crónica de deseo y ternura contra la figura del otro: ese ser a descubrir y desmantelar, ese ser distante y complicado. Kovadloff maneja muy eficientemente la prosa directa y, sin recaer en un simplismo dilapidado, rejunta sus mejores técnicas y las pone al servicio de una pluma vigorosa (en tanto estilo) pero directa y sentida (en tanto a contenido). En este aspecto me suelo proferir a favor de esta técnica, tan buscada por el escritor amateur. Es una suerte de ver aquello que no está o se afana en ser esquivo, a través de las palabras que, citando a Cortázar, logran ser como aquel poema de García Lorca: “Yo solo soy un pulso herido que ronda las cosas desde el otro lado”. Un poco solemne podría parecernos, un tanto desbocado si se quiere, pero aún así, la prosa vigorosa de Kovadloff está repleta de una intención tan humana y vivaz, que logra uno encariñarse con sus tretas, encandilarse con sus locuras de niño nostálgico.


“Mi intención al escribir es construirme y ser ameno aún en la transmisión de aquello que no lo es”, escribe Kovadloff, refiriéndose a nuestro cumulo de ensayos o visiones del sujeto. Es quizás esto y otras cosas más, indecibles por supuesto, como la lluvia que describe y como son las historias personales (indescifrables e incontables), que posicionan al escritor como un mago de sentidos, un contramaestre de sensaciones difíciles de describir. Se trata de un oficio violento, el de escritor. De esto me convenzo y espero convencer también al lector de estás paginas esquivas. Para Kovadloff, como para mí mismo, el arte de escribir es un poco ponerse en los zapatos del otro, partiendo de uno mismo, y queriendo dulcemente tocar un alma lejana con el vaivén de la pluma. Es un tanto idílico, lo admito, pero es lo único que nos queda, y Santiago lo sabe, porque lo transpira a él y a sus sensaciones, este libro anodino en apariencia, pero que sabe tocarnos (o supo tocarme) en lo más hondo. El otro es, para Santiago, quizás esa angustia que la literatura del yo quiere tocar, quiere adoptar para sí. “Una escaramuza alocada”, o “una aventura sin parangón” como diría Teobaldo Jaspers, noruego y nostálgico empedernido. Es pelearse con el objeto, que nos devuelve su denostado “dato hostil” sobre nuestras dulces impresiones de niño; nos recuerda que estamos sometidos a su capricho de existencia material. Por ello, el escritor se revela, como hace Kovaldoff con estas paginas. Se pone de pie contra el mundo del objeto, el dato hostil. Le hace frente, lo pone patas arriba, y lo somete al juicio del yo interior. Que admirable proeza! El escritor es un luchador de pie que arremete contra la injusticia del objeto. Se pronuncia en contra de la tiranía de la ciencia de querer abarcarlo todo con lo teórico y lo “objetalizable”: un simple racconto de atines y destinos en el fino hilo insertado en la inmensidad de lo humano, a penas una pequeña parte de tanto que no puede describirse. Es el escritor, y el artista en su defecto, el que planta cara firme contra esta tiranía científica. Se pone a describir lo indescriptible, se anima a tal empresa, porque no titubea, porque cree firmemente que con la escritura el mundo se salva. No sé si están así, pero es igual de cierto que al intentar salvar el mundo, algo logra hacernos sentir, algo para atesorar para siempre.


A través de una bella prosa “con sujeto y sin objeto”, como a Kovadloff gusta referirse, el lector se da una pasada por una cuantiosa variedad de anécdotas campestres, urbanas, interiores. Más interiores que exteriores, quizás, debido al mundo enriquecido del escritor deambulante, del alma peregrina de a momentos revertida por el clamor cotidiano y laboral. Las charlas de café y una hermosa coincidencia con unas mujeres ya entradas en años; las experiencias del escritor y su lucha interna; la lluvia y su hermoso influjo natural sobre las pasiones y el encuentro con uno mismo. Tantas experiencias y encuentros con otro esquivo, pero real, nos enriquece al punto de volvernos más sensibles con la escritura y las experiencias del yo interior. Mirar la lluvia, para Kovadloff, es un éxtasis de otra índole, casi supraterrenal, asi como Thales de Mileto, dice al final, vislumbro el infinito a través del agua.


Los ensayos reunidos en este libro son de una urgencia real, hay que leerlos cuanto antes. Kovadloff se muestra como un férreo representante de una literatura un tanto difícil de producir sin que uno se lo tome a chiste, quizás. Forma parte de una literatura “poco usual” que también corre dentro de un circulo intelectual. Es complicado que se asiente, aún para alguien de su renombre, pero demuestra ser más lúcida y sentida como mucha literatura clásica de viejas épocas. Abrir un poco el abanico y dejar entrar lo cursi como algo bueno o deseado, podría enriquecernos como lectores, aún en momentos difíciles cuando uno más quiere recurrir a lo clásico. Una biografía de la lluvia es sin dudas un obligado de pandemia.

14 de febrero de 2018

El fin de la infancia - (review)


"¿Cuánto hubiese durado, pregunto, la carrera de Hitler como dictador de Alemania si una voz le hubiese susurrado constantemente al oído? ¿O si una única nota musical, lo bastante alta como para borrar todos los otros ruidos e impedirle dormir, le hubiese traspasado el cerebro dia y noche? Nada brutal, como ve. Sin embargo, en última instancia, tan irresistible como una bomba de tritio" 

- Supervisor Karellen

Lanzamiento del hombre a la luna. Las grandes potencias científicas divididas entre la U.R.R.S y Estados Unidos. Konrad Schneider y Reinhold Hoffmann compiten por quien será el primero en llegar al satélite inexplorado de la Tierra, que esperaba al hombre con grandes riquezas meteóricas: una nueva atmósfera rocosa y la maravillosa vista de su madre, la bola de agua y niebla que albergaba a miles de millones de humanos expectantes. Los motores se encienden. Reinhold se siente inseguro. “Seguramente ellos ya están en la Luna. Quien no lo hubiese logrado ya con todos los recursos de la Unión Soviética al mando de Schneider?”. En la noche tropical de la isla de Taratua a orillas del Pacífico, meditaba sobre la genialidad de su rival. Descartaba con la imaginación de un científico perspicaz empleado concienzudamente en lo que podría o no estar haciendo Schneider. Lo que no sabía era que su rival, al otro lado, en las costas del Baikal, se hacía las mismas preguntas. Y entonces como toda buena crónica de extraterrestres, el espacio irrumpe en los asuntos internos de este diminuto planeta. Mientras los dos científicos se entregaban a rudas meditaciones sobre la grieta de Occidente y Oriente, unas naves de tecnología avanzada bajaban desde las profundidades de los astros hacia el Columbus, la nave de Reinhold. El estruendo de los propulsores al aterrizar los dejó estupefactos.  Un estruendo de bienvenida, que Schneider también percibió. En sus respectivos puntos, supieron que habían perdido la carrera. “No por días, meses o unos años, sino por milenios” pensaron sombríamente al unísono. El Columbus, entre andamios fulgurantes, listo para despegar, se veía ahora, en comparación con esas bestias de la propulsión estelar, como una patética canoa paleolítica.

“La raza humana ya no estaba sola” concluye el prólogo de “Chilhood’s End” (1953), novela del autor de “2001, A Space Odyssey”, inmortalizada por el neurótico Stanley Kubrik en el cine, y “Cita con Rama” (1973), que le valió un premio Nébula en el mismo año y el Hugo Award en 1974. También colaboró en  otras producciones con Stephen Baxter, autor de “The Time Ships” (1995), y Gentry Lee, que lo ayudó a continuar la serie comenzada e “inconclusa”, según la recepción de los fanáticos, de Cita con Rama. Puede colocarse dentro de la llamada Hard Sci-Fi, junto con Asimov, y de contrapunto con Ray Bradbury, que se concentra más en las intrincadas relaciones humanas con los aparatos del futuro. “El fin de la infancia” es, según el autor, una de sus mejores novelas.


Argumento principal: Los Superseñores llegan a la Tierra


Aquella fatídica noche indica el comienzo del reinado de los Superseñores. Quien es esta raza de seres espaciales y que quieren hacer con nosotros? Es la pregunta que se agita en los corazones humanos. Lo primero que se nota del porte físico de estos seres es su colosal tamaño. La única voz que los ciudadanos podrán escuchar durante los siguientes cinco años es la del supervisor Karellen. Este es el personaje intrigante de la novela. En apariencia no difiere de los otros Superseñores, pero en cuanto comienza a hablar, su magnetismo discursivo hipnotiza a las grandes poblaciones. Karellen maneja con notable destreza el inglés y sus formas discursivas de liderazgo. Este Superseñor, cultivado en las costumbres y las culturas de los hombres, da a conocer más adelante estar interiorizado en la historia y la psicología. Los cerebros más despiertos concluyen satisfactoriamente que el supervisor lleva años estudiándolos.

Este párrafo describe sus habilidades: “Y en el sexto día, Karellen, supervisor de la Tierra, se hizo conocer al mundo entero por medio de una transmisión de radio que cubrió todas las frecuencias, Habló un inglés tan perfecto que durante toda una generación se sucedieron las más vivas controversias a través del Atlántico. Pero el contexto del discurso fue aún más sorprendente que la forma. Era, desde cualquier punto de vista, la obra de un genio superlativo, con un dominio total y completo de los asuntos humanos.” (pág. 22, edición 1978 de Editorial Minotauro).

Los Superseñores comienzan la primera fase de su plan. Instalan sus enormes naves en cada una de las ciudades importantes. Sobre las cimas de los rascacielos de Nueva York, Londres, Madrid, Berlín, Ciudad del Cabo, Moscú, se yerguen las sombras de los increíbles aparatos de navegación. La humanidad se conmociona, pero no hace nada. Karellen ha prometido prosperidad y paz eterna para la raza humana. Se atribuye la salvación de unos pobres tontos que, de no ser por su intervención, ya se habrían pulverizado entre interminables guerras atómicas. En esta primera fase, Karellen despliega algunas de sus habilidades. Una de las ciudades, en un acceso de ira militar, intenta bombardear la nave. Ante el estallido de humo y polvo, que lentamente se va disipando, los alterados hombres comprueban que aquel montón de hierro y propulsores sigue suspendido en el cielo, reluciente e impoluto bajo la luz del sol, como si le hubiesen hecho apenas unas inofensivas cosquillas. Karellen piensa en un castigo. Los ciudadanos entran en pánico. “Nos van a destruir” piensan, pero el supervisor los sorprende. Se limita a dar una fecha y una hora. Llega la hora y el sol se ve aplacado por dos enormes barreras de energía que tapan las irradiaciones de luz y calor. Dos días enteros de total oscuridad, un castigo de dos noches casi eternas. Finalmente Karellen retira las barreras de energía, y los mismos ciudadanos, impetuosos hace unos días, quedan reducidos a unos cuantos insectos intimidados. No vuelven a repetir el ataque.

Ante el desconcierto general, se van construyendo mitos sobre la procedencia de los Superseñores y el aspecto que resguardan tras la oscuridad de sus navíos. La renuencia de Karellen de revelar su apariencia física preocupa principalmente a la población, pero aún más a los Wainwright, una procesión religiosa que escupe sesudos anatemas y advertencias sobre la naturaleza “diabólica” de los Superseñores. La prensa se divide en dos facciones, los que están de acuerdo con el plan íntegramente de los Superseñores de gobernar la Tierra, y otra facción más combativa y escéptica que sostiene que esconden maliciosas intenciones. Karellen les demuestra, con el lento paso de los años, que nada hay que temer, pero confiesa en un discurso popular que “no iba a revelar su apariencia hasta dentro de cincuenta años, cuando la Edad de Oro comenzara”. El único intermediario de Karellen y los hombres, Stormgren, está decidido a revelar la identidad del supervisor cueste lo que cueste. Lleva una potente linterna a la última reunión, pensando en proyectar el haz de luz directo a su oscura cara. Nadie sabe que logra recuperar de ese arriesgado movimiento, y nunca más se vuelve a mencionar al personaje en la novela.


La Edad de Oro


Cuando los hombres se acostumbran a andar por la calle con los Superseñores, cincuenta años después del descenso por las costa de Taratua, todo parece fluir hacia la segunda fase del plan. A raíz de la intervención de Karellen, el comercio y la economía se habían vuelto autosuficientes, los hombres gozaban de bienestar físico y económico, no había pobreza, delincuencia ni guerras. El bienestar se transformaba ahora en un mal mayor: apatía y aburrimiento. “Los hombres habían perdido a sus antiguos dioses, y ya estaban viejos para no necesitar dioses nuevos” (pág. 84). Las antiguas proezas del cristianismo ya no conmovían a nadie. Las palabras “divinidad”, “cielo e infierno”, “castigo divino”, “herejía”, “redención”, “apocalipsis” no tenían sentido. Eran signos vacíos. Y este declive ideológico, paradójicamente, es el inicio del declive científico. Había muchos técnicos especializados en distintas áreas, pero el picoteo de la curiosidad, tan vital en las generaciones del siglo XX, había desaparecido junto con la idea de “progreso tecnológico”. Los terrícolas pensaban: Para qué molestarse en adelantar invenciones de la ciencia si nuestros propios gobernadores han llegado a la cima y nos entregan todos sus conocimientos?”. No es así en realidad, Karellen sólo aporta un pequeño fragmento de la sabiduría de los Superseñores; el acotado y necesario aporte tecnológico para garantizar la prosperidad y la paz.

El cambio más radical y preocupante, que aporta parte de la idea del nombre de la novela, ocurre con el arte:

“El fin de las luchas y conflictos de toda especie había significado prácticamente el fin del arte creador. Había millares de ejecutantes, aficionados y profesionales; pero, sin embargo, durante toda una generación no se había producido en verdad ninguna obra sobresaliente en literatura, música, pintura o escultura. El mundo vivía aún de las glorias de un pasado perdido.”

Podían los Superseñores apreciar el arte de todas formas?


Jan Rodricks planea algo


Un joven científico inconformista aparece en la fiesta que organiza su cuñado, Rupert, ahora felizmente casado con su hermana, Maia Rodricks. Casi al final de la velada decide tomar aire fresco en la terraza. Al pie de la baranda, observa las estrellas y el profundo oscuro del espacio. Diviza a lo lejos la nave de los Superseñores, que va y viene a través de los astros. “Debe tener propulsores en todas las partículas de la nave” dice para sus adentros. Está fascinado con esta rareza del diseño aeroespacial, pero no logra descifrar los principios científicos que la guían. La tecnología de los Superseñores era algo desconcertante. Se autoproclama definitivamente derrotado. Aburrido de su vida y sus investigaciones superfluas (tal cual él las juzga), se reprocha incompetencia y una vida sin sabores. Está en plena Edad de Oro. La curiosidad científica ha disminuido. Pero en esa fiesta, viendo esa nave acelerar sus partículas a la velocidad de la luz, recobra parte de un antiguo legado secular: la curiosidad por lo desconocido. Se siente renovado con una nueva misión, descubrir a qué ignota región del espacio se dirige esa nave y qué contiene. Que misterios encierran esas paredes de hierro? Tendrá un panel de control? Si es así, como es? Es controlada por Superseñores o es automática? Que lleva adentro? Jan se arriesga el pellejo para averiguarlo.

A través de los amplios medios de su cuñado, Rupert, se embarca en un submarino rumbo al Laboratorio S2, ubicado en el fondo del lecho del mar. El hombre a cargo del laboratorio submarino, equipado con complejos aparatos de investigación marina, es el profesor Sullivan. Rupert los introduce y luego desaparece. Aquí, en esta madriguera subacuática, Jan le confiesa su interés en descubrir la terminal espacial de la nave de los Superseñores. Sullivan, dedicado enteramente a sus ballenas y calamares, acepta darle una mano en un viaje previamente programado con Karellen para llevarse a su planeta natal un ejemplar de ballena. El trato es el siguiente: Sullivan lo ayuda a invadir la nave con la ballena, y Jan descubriría las maravillas de un nuevo horizonte interplanetario. La idea tienta a Sullivan, quien piensa que quizás encuentre otras especies marinas. Acepta ayudarlo, pero a quien deben engañar es al mismísimo Karellen.


Estilo narrativo


La prosa de Clarke es amena. Tiene un agradable balance de narración directa, intercalada oportunamente por diálogos ingeniosos. No nos encontramos con la pluma sentimental de Bradbury, ni los diálogos entre personajes desinteresados de la ciencia tienen ese tinte absurdo y sintomático de la existencia. Todo lo que Clarke escribe tiene un riguroso carácter científico y, hasta incluso en algunas ocasiones, artificioso por su excesiva espontaneidad en las observaciones técnicas de olores de químicos, funciones de integrados y circuitos, etc. Pero eso podría simplemente tratarse de que la mayor parte del plantel de personajes tiene o comparte alguna curiosidad científica con otros, si no se trata directamente de alguien relacionado pura y exclusivamente a la labor científica. Así lo vemos tan fuertemente ligado al estilo narrativo de Asimov, pero con una pequeña diferencia: su nacionalidad. Es curioso, pero es inevitable no advertir los temas recurrentes que han obsesionado a los ingleses en la literatura. Uno de ellos es el concepto de decoro, de modales y de la horrorosa pesadilla de que a uno lo malinterpreten. Clarke les adjudica buenas intenciones a una pandilla espacial. Y a pesar de las tantas facciones opuestas a los Superseñores, la buena y pasiva predisposición de los humanos, en última instancia, para ser gobernados por una raza exterior, parece muy digna de un gentleman ingenuo. Si el libro hubiese sido apalabrado por un autor estadounidense, seguramente la testarudez de los ciudadanos de cara a una fuerza superior habría resultado sorprendentemente más prolongada que los cortos cincuenta años que pronostica Clarke. Pero ello no le quita disfrute a la historia. Lo importante es saber que uno se encuentra frente a un escritor europeo. Hay que despojarse de las ironías dialógicas de la literatura americana y del lúcido sentido de la tragedia de la estupidez y la violencia, mayormente visible en este amplio continente. Un párrafo de la página 81 arroja una luz a este apartado de la escritura ideológica europea. Hablando de los profundos cambios de la Edad de Oro, Clarke escribe lo siguiente sobre la delincuencia, y en la última frase está la clave:

“Los crímenes pasionales, aunque no habían desaparecido, eran muy raros. La mayor parte de los problemas psicológicos había desaparecido, y la humanidad era mucho más cuerda, y menos irracional. Y aquello que en otros tiempos se hubiese calificado de vicio no era más que excentricidad o, cuanto más… Malos modales.”

Está de más decir que una sociedad acomodada y provista de mejor educación está muy lejos de mostrar signos de ser inerme contra problemas psicológicos, sino todo lo contrario; y es especialmente curioso como el autor relaciona estar cuerdo con ser más racional. Y finalmente, y no menos importante, la excentricidad y los “malos modales”. Los modales y el decoro preocupan especialmente a los ingleses desde la literatura victoriana y preromántica. Es un tópico que los obsesiona y forma parte integral de su sistema de creencias. Cuando uno se acerca a un escritor inglés, no puede dejar de tenerlo en cuenta.

Más allá de toda crítica teórica que pueda hacerse al autor británico, su estilo de escritura es musical y fluido, y esto es lo importante, lo que hace a un buen novelista: como maneja la tensión del relato, que tan fluido transcurre el asunto, y la vida de la que es capaz de dotar a sus personajes de tinta.


El fin de la infancia y sus misterios


Que quiere decirnos Clarke con este título fatalista? Que rostro informe esconde Karellen tras su máscara de misterio? Que intenciones oculta esta raza, y por qué se muestran tan benevolentes en cuanto al progreso humano? Que le ocurre a Jan Rodricks, viajando en camino a un planeta desconocido? Es descubierto por Karellen? Cuál es el destino que le aguarda en aquel lejano planeta? 

Lo que más nos intriga, y que creo que no deja respuesta, es la naturaleza y origen de los superiores de los Superseñores. Así es. Karellen sirve a alguien superior a su labor. Quien es este ser? Es uno o varios seres? Que es lo que quiere con los humanos? Los observa por pura diversión? Los estudia? Que tan poderoso es? Sabemos que es lo suficiente como para tener como subordinado a una de las figuras más misteriosas y desarrolladas del espacio exterior. Si Karellen le teme a este ser, y los humanos le tememos a Karellen… A quién sirve esta prodigiosa raza? Lo invito a descubrirlo en la lectura.

24 de noviembre de 2015

La casa hiperbólica (review)

Facebook es una red inmensa de entramados sociales, contactos y eventos. A través de él contactamos con personas y anécdotas; un tejedor informático de destinos amistosos, amorosos y laborales. En estas últimas semanas, tuve el agrado de ser tejido junto a un nuevo evento freak, que me llegó de parte de mi estimada amiga Johanna. Se trataba del “Primer Encuentro de Sagas y Literatura Fantástica” que tomaba lugar en el famoso campus Miguelete de la Universidad de San Martin, a pocas cuadras de mi humilde morada. El encuentro se llevaría a cabo el 21 de noviembre de 12 a 19 horas, y me pareció una excelente oportunidad para divagar en soledad entre personajes mitológicos (freakis disfrazados) y estantes de curiosidades artesanales para el deleite de la mente imaginativa (artilugios freakis). A pesar de contar con el tiempo suficiente para organizar la salida con alguien, decidí dejar pasar los horas tiranas para, a último momento, reprocharme a mí mismo la ya inevitable falta de compañía, y a las 16 hs del 21 me puse un jean, una remera azul francia ramplona y mis zapatillas y partí al campus. Al llegar a la entrada del campus por la avenida 25 de mayo, me topé con un panorama para nada anormal: gente disfrazada de elfos, hadas, caballeros medievales, Harry Potteres subidos de peso, escritores firmando libros y haciendo prensa de sus nuevas creaciones, etc. En uno de los tantos estantes de libros que ostentaban a King, Rick Riordan, Rowling, Suzanne Collins, Proust, Poe, Lovecraft, y otros clásicos, hurgando un poco en las superficies de papel, saqué un pequeño tomo de 120 páginas de un escritor argentino, Claudio García Fanlo. El libro, “La casa hiperbólica”, es una novela reciente de 31 capítulos cortos sobre una construcción en un claro cerca de la ruta rumbo a Tandil, a unos kilómetros del pueblo de San Ignacio, partido de Ayacucho.

La historia central gira en torno a Orestes, un personaje solitario y taciturno cuya tediosa rutina se ve interrumpida por un llamado de un estudio jurídico, que le informa que está ahora en posesión de una sucesión de una casa a nombre de Hugo Cozzi, un ex compañero de facultad expulsado por sus planos e ideas sobre la matemática “no euclidiana” (concepto utilizado incontables veces por H. P. Lovecraft en sus relatos y cartas). La casa, como ya mencioné estaba ubicada en un paraje alejado cerca del pueblo de San Ignacio, ahora le pertenecía a él por expresa voluntad de Cozzi, desaparecido hace dos años. Orestes decide asistir al estudio ubicado en Viamonte, capital federal, para firmar todos los papeles sucesorios.

Orestes, ahora en posesión de la casa hiperbólica de Cozzi, decide visitarla. Al llegar, no sin ninguna dificultad, se encuentra con una construcción con forma cónica y elíptica que, a simple vista, no contaba con ventanas ni puertas. Al acercarse al terreno que invadía la casa, Orestes descubre que se le hace casi imposible determinar si está adentro o afuera de ella, y los diferentes portales que conectaban la casa podían llevar de un extremo inferior de un piso al otro extremo del piso superior, sin ninguna coherencia física. Orestes huye de la casa cuando, después de rondar e investigar atónito, se ve a él mismo investigando la casa pero 10 minutos antes.

Luego la historia intercala partes de un diario de Cozzi (que nunca explican bien su procedencia) que deja manifiesto escrito sobre el proceso de construcción. La casa, regida por una estructura “hiperbólica”, es decir, relativo a la famosa hipérbole matemática que se da en un sistema de ejes cartesianos, es una conjunción de materiales extraños ensamblados acorde a los extensos estudios de Cozzi en arquitectura. Cozzi, proclamado disgustado de las rectas simples, las paralelas y la simetría, construye una teoría en la cual una forma a base de hipérbole y en contra de todos los axiomas preestablecidos se utiliza como hipótesis fundamental para el armado de una construcción que engañaría los sentidos humanos. Para ello, contrata a Olmos, maestro mayor de obras y experto albañil de cultura singular y origen oriental (claro guiño literario de las obras de Lovecraft), y a Riemann, genio matemático con experiencia en construcciones experimentales. Los tres, adoptando como base los planos de Cozzi, emprenden la obra que cambiaría la visión del mundo.

Desafortunadamente, durante el proceso de construcción, los tres comienzan a presenciar fenómenos extraños en torno a la casa. Fanlo, haciendo gala de su autoproclamado “dispositivo Lovecraft”, comienza a disponer las piezas del juego para efectuar un suspenso creciente al que no le faltan guiños literarios sobre Lovecraft y su círculo. Se nombra por alguna parte a la mítica Carcosa, la ciudad del relato de Ambrose Bierce, y las alimañas gelatinosas en forma de lagartos recuerdan a las incontables criaturas de la mitología lovecraftiana. También nombran a la “Gran Raza de Yith”, raza capacitada para viajar en el tiempo, a un “hombre sapo”, prototipo de las gentes de la maldita Innsmouth, de piel verdosa y aspecto anfibio. Orestes tendrá que descubrir el misterio matemático que impregna la casa y descubrir el paradero de Cozzi y sus ayudantes.

En cuanto al estilo de escritura, es bastante pobre y falto de técnica. Fanlo, en un triste intento de emular al maestro Eich Pi El, comete faltas imperdonables y vicios literarios como la repetida utilización de adjetivos vagos para describir objetos y visiones sin dar mucho detalle. La prosa fluye sin diálogos, otro indicio de este plagio involuntario, pero no ocurre como con Lovecraft, donde la falta de dialogo da cierto matiz impersonal y científico a la obra, sino que en este caso termina por arruinar el efecto verosímil con este exceso y omisión de detalle por falta de imaginación.

Por otro lado, en cuanto a la trama, es inevitable relacionar esta obra con la aclamada novela de Hodgson, “La casa en el límite”, por sus varias temáticas metafísicas. Los aldeanos de San Ignacio llamaban “la noche de las luces” a un suceso en el cual se vieron en el cielo destellos fosforescentes provenientes de la casa hiperbólica, hecho que podemos comparar tranquilamente con las fosforescencias emanadas por la casa del recluso en el confín de la tierra. El diario de Cozzi, que sirve de prueba tangible de los acontecimientos fantásticos, es el equivalente del diario del recluso que los protagonistas se encuentran en las ruinas de la casa, y asi y todo, la novela no deja de ser más que un apéndice y adaptación de los mitos de Cthulhu en un ambiente rural argentino. Por supuesto no supera la originalidad de Hodgson, pero aún así, si sos fanático de Lovecraft y fiel seguidor de sus historias, encontrarás “La casa hiperbólica” como un trabajo pasable y entretenido, que da algunas esperanzas a los escritores de horror de poder hacerse lugar en el mundo editorial actual.


En conclusión, “La casa hiperbólica” es un aliciente argentino para los fanáticos del género, y joyita imprescindible en nuestra biblioteca de autores fantásticos argentinos. Lectores que no frecuenten el género, abstenerse.

8 de febrero de 2014

Ojos Que Persiguen - 1984 de G. Orwell (review)






"Political language is designed to make lies sound truthful and murder respectable, and to give the appearance of solidity to pure wind"

George Orwell 

"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza"

Enunciado del Partido

"2 + 2 = 5"

Enunciado de O'Brien



En el año 1984, Winston Smith, un integrante importante del Partido y empleado del Departamento de Archivos, decide escribir un diario para dejar a la posteridad. Ingresa en la habitación. Al otro lado de la pared se encuentra una enorme pantalla que monitorea los movimientos más leves y registra los sonidos más imperceptibles. Winston se sitúa en un rincón donde la telepantalla no alcanzaría a delatarle; un lugar en la oscuridad donde escapar de aquellos ojos persecutas. Toma una pluma, y comienza a trazar el camino hacia su libertad. Un camino que lo pondrá en peligro inminente. Y comienza la cuenta regresiva. Las horas están contadas. Desde el momento en que concibió la idea, ha cometido una herejía contra el Partido. Winston ha cometido el “crimental”.

En plena dictadura, este hombre intentará esconderse de la Policía del Pensamiento, una organización estatal que se encarga de rastrear y torturar a todos aquellos que infrinjan la ley o demuestren cualquier tipo de conducta heterodoxa. El avasallador control mental ejercido por el Partido sobre los habitantes de Oceanía, junto con la incipiente lobotomización del uso de la nuevalengua -que castra el lenguaje hasta reducirlo a apenas un simple germen-, impide cualquier concepción “desviada” de la doctrina de las guerras y el odio: la doctrina del Gran Hermano. Una doctrina que impone que la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. El pasado no existe, o, mejor dicho, es constantemente mutable. Winston es uno de una indefinible cantidad de empleados abocados a alterar el pasado y corregir cualquier inconsistencia o incompatibilidad que pueda controvertir las sentencias del Gran Hermano. Ningún recuerdo es confiable, ya que no existen pruebas materiales que lo abalen. Ni un archivo, ni una fotografía, texto, revista, libro, diario, absolutamente nada. Todos los medios audiovisuales se encuentran bajo la lupa del Departamento de Archivos. Cada día, el escritorio de Winston se llena con nuevos papeles provenientes del tubo neumático. Tendrá que corregir todos y cada uno de ellos para no dejar evidencia de las erratas del Partido. La guerra siempre ha existido, pero nunca hay ganadores. Oceanía y Esteasia contra Eurasia; Eurasia y Oceanía contra Esteasia; Oceanía contra ambas potencias; los aliados y los enemigos van mutando según la conveniencia política del momento. Los ciudadanos utilizan el “doblepiensa” para convencerse a sí mismos de que la historia no ha cambiado, y la rueda sigue girando y creando ciudadanos “bienpensantes” que se someten de buena gana a una vida aburrida y poco emocionante.

Dentro del malestar social que experimenta Winston en sus últimos días como un creciente inadaptado del Partido, aparece una joven y hermosa muchacha del Departamento de Archivos que capta su atención con sus delicadas curvas y su andar provocador. Al principio, Winston, convencido de la frialdad y rigidez de las mujeres del Partido, decide ignorarla y desearla en silencio, pero llega el glorioso dia cuando Julia decide acercarcele y dejarle una nota escrita, fingiendo una caída en el pasillo, frente a las telepantallas que tocan constantemente una asquerosa música enlatada de ascensor. Winston se las arregla para leer el mensaje en el trabajo, bajo la vigilancia opresiva de la telepantalla. Desliza el mensaje junto con los papeles del tubo neumático y logra leerlo. La dificultad principal en aquel momento residía en ocultar la conmoción dentro de su corazón, que se asomaba en el rostro como una traición del inconsciente. Por supuesto, la telepantalla presta especial atención a cualquier distorsión de la cara. Una ceja levemente levantada, una mirada fija, una mínima apertura de la boca o cualquier indicio de sobresalto. Cualquiera de estos deslices podrían delatarle fácilmente. No obstante, logra sobreponerse con una facilidad impresionante. Después de todo, el mensaje rezaba nada más ni nada menos que “te amo”.

Aquí comienza el escape de los amantes a través de distintos paisajes para desembocar en retirados parajes donde poder esquivar la vigilancia y tener intimidad. Julia guía a Winston a través de un camino de bosque frondoso, donde los micrófonos y las telepantallas no existen: un lugar tranquilo donde entregarse a los placeres de la carne. Los amantes pasan allí un tiempo considerable, antes de terminar alquilando la habitación superior del viejo erudito, el señor Charrington. El anciano introduce a Winston en un mundo pretérito, donde las emociones florecían, sin censura, en los corazones de la gente, y las manifestaciones de amor se practicaban a la luz del día. El poder sentimental que sus antepasados atribuían a sus objetos preciados se mostraba con total libertad... muestras de un mundo inalcanzable por aquel entonces. Estos encuentros refuerzan en Winston el deseo de vivir y experimentar situaciones nuevas. Julia y Winston deciden realizar encuentros cuidadosamente programados, que parezcan inconexos y fortuitos a los ojos del Partido. Esquivan miradas, susurran planes por lo bajo, y hacen el amor en el lecho del ático. Sus encuentros se van sucediendo, entre citas a escondidas y desenfreno sexual van construyendo un lazo que los mantendrá hasta... casi el punto culmine de la historia. Cuando los amantes son descubiertos finalmente, comenzará una tortura horrible y despiadada, dirigida a encausar el comportamiento de los abyectos desviados. Julia y Winston son sometidos a un tiempo indefinido de agonía y dolor inhumanos, hasta desfigurar sus contornos, modificar sus pensamientos, y destruir sus pasados anhelos.

Es quizá inútil intentar explicar el horror que me inocularon estas páginas, emoción paralela enraizada junto a la pesadillezca sensación de un posible futuro sin esperanzas. Esta historia logra convencer al lector de la posibilidad de un mundo sombrío y devastador; semejante a un infierno en la Tierra. Este libro es, de la mano de “El Proceso” de Kafka, otro mundo distópico tan cruel y sádico como lo que sus crónicas narran. Tal vez es el agujero más hondo al que la humanidad puede rebajarse, pero creíble al mismo tiempo en que influyen un marco político y económico tan desafortunadamente conveniente para muchos regímenes autoritarios, que la pesadilla da el virtual presentimiento de un devenir del ocaso de la raza humana. A pesar de estos fuertes sentimientos, me he topado con una suerte de opiniones encontradas entre los lectores habituales del género. Quizá por la preponderancia del espíritu de hiper-reflexionar sobre un terreno hipotético, me es posible sumergirme en el mar de emociones que produce la novela en los incautos y aquellos que se dejan llevar por el torrente hacia un fin inesperado; a otros, quizá, les es más difícil no ensamblar la conclusión del libro son sus inclinaciones políticas, y reducir la novela a una mera crítica de la doctrina del comunismo y sus dictados absolutistas. Creo que, en este caso, los incautos son estos últimos. Si bien Orwell ha admitido públicamente que el comunismo tuvo cierta influencia en el desarrollo de la trama, reducirlo a tan estrecho marco de influencia es quizá una forma de despedazar y triturar los motivos más profundos del hombre detrás de la mascara que constituye el libro. En la manifestación del marco histórico, podemos observar como actúa una fuerza indiscutiblemente despótica, siniestra y subyugante; infatigable y acechante, que se encuentra claramente muy lejana a cualquier concepción del comunismo. El Partido, que sirve como contrapunto de la libertad de expresión del pueblo, es un organismo castrativo que no teme en aplicar represalias de las más severas a cualquier individuo que manifieste signos de pensamiento propio. No me hace falta continuar con este circunloquio si mi punto es sin lugar a dudas más que evidente: el Partido y el Gran Hermano son paradigmas de la dictadura más aberrante de la que cualquier nación puede padecer en la vida real.

Lo terrible es que, por alguna razón inescrutable de la existencia, los mundos distópicos son más creíbles que la isla de Tomás Moro y aquel Mundo Feliz de Huxley.






"El Gran Hermano lo está vigilando"

11 de mayo de 2013

Diario incompleto de un viajero - (review)



Llego la hora de dar unas pocas líneas acerca de un tópico esencial y reiterado en mi corto paso por el mundo. Hay muchas cosas que no conocemos. Y solemos hablar sin saber. ¿Existe el amor eterno? No lo sabemos. ¿Qué hay más allá de la muerte? Tampoco lo sabemos. ¿Es necesario que toda ficción sea una interpretación de la realidad que responda preguntas existenciales? ¿O acaso tal fenómeno es casi imposible? Incluso la ciencia se ha topado con un gran muro blanco en cuanto a la mente humana se refiere. Y ni hablar del universo. Esas preguntas son frecuentes cuando ponemos en tela de juicio la finalidad del arte. En el ámbito popular de las masas lectoras, se aceptan aquellos libros que arrojan alguna luz a los temas que más nos preocupan, pero dejan de lado la literatura que está escrita en función a un aspecto indisociable de nuestra alma: la incertidumbre. 

Está de más recalcar el odio insidioso de la población provocado con tan solo la mención de «final abierto». En estos tiempos que corren, no hay frase más detestable; qué asco, que aversión inestimable nos producen ambas palabras juntas en la misma oración: final + abierto. ¿A qué se debe conducta tan esquiva? ¿Tiene razón de ser? Empecemos primero por definir un término empapado de actualidad. Estoy hablando de la ciencia. Resulta que un día —no estoy seguro cuando— la ciencia comenzó a ocupar un lugar más que privilegiado en el mundo de las letras. Con la aparición de la ciencia-ficción y los relatos extraordinarios de Jules Verne, H. G. Wells y otros, la literatura comenzó a adaptar a sus contornos y formas al propio método científico, como vía irrefutable para constatar de manera factual y mecánica un hecho casi inverosímil. Poco a poco, los lectores a nivel mundial fueron aceptando con mayor facilidad la intromisión —si es que así podemos llamarla— de la ciencia en el contexto literario, y no pasaron muchos años antes de que se publicaran antologías y novelas que hoy ocupan un lugar privilegiado en nuestra biblioteca (Asimov, Bradbury, R. Matheson, Theodore Sturgeon, Arthur C. Clarke y muchos más). 

Es así como nos hemos fundido tanto con la ciencia que no soportamos un quiebre en la estructura ni la superficie de lo que observamos. Nos volvimos intolerantes con el desorden conceptual  del arte y sus visiones que «no encajan en la vida real». Por eso necesitamos datos, números, héroes bien delineados y finales felices. Esto es justamente lo que no presenta la narrativa Poeiana; más bien presenta agujeros, algunas fechas imprecisas, héroes depresivos y vagamente delineados, y finales inconclusos. He aquí el explícito fracaso de la única novela escrita por uno de los más grandes cuentistas norteamericanos del mundo. Una desidia casi adrede impregna las últimas páginas del libro. Edgar Allan Poe, al referirse a la novela, la caratula lisa y llanamente como un «libro tonto» («a silly book», en inglés). Nótese la connotación peyorativa del adjetivo. Evidentemente, Poe nunca se lo tomó en serio o, al menos, así lo demostraba. Lo cierto es que entre la delineada montaña de críticas que ha recibido, ha logrado cautivar los corazones de los autoproclamados seguidores del realismo mágico. Y con mucha razón. El libro del cual estamos hablando, Narración de Arthur Gordon Pym, es sin lugar a dudas un ejemplo controversial de la prolífica obra del maestro de Baltimore. 

La historia comienza con una pequeña travesura a bordo del Ariel, barco perteneciente al protagonista, Arthur Gordon Pym, quien se embarca junto a su amigo Augustus en busca de aventuras en el mar. La peligrosidad del viaje no sería calculada previamente por los rebeldes jóvenes, puesto que ambos, en estado de ebriedad, se hacen a la mar sin herramientas y totalmente desprovistos de experiencia sustancial en el manejo de embarcaciones más que unos cuantos viajes en compañía de un capitán. Augustus sucumbe al estado provocado por la cantidad de alcohol en su sangre, y cae desmayado en el piso del barco, al tiempo que profiere unas palabras extrañas: «¡Qué ocurre! ¡Qué ocurre…! ¡No ocurre nada…! ¿No ves que… volvemos a tierra*?» Finalmente ambos escapan a su terrible destino al ser rescatados por el Penguin, un buque ballenero que deambulaba por aquellos lares en el momento justo para salvar a un pequeño Ariel de las garras de un mar picado y feroz.

Recuperados del infortunado incidente, deciden hacer una travesura aún más osada: embarcarse en el Grampus, el buque ballenero dirigido por el padre de Augustus, el capitán Barnard. Augustus le prepara una confortable litera dentro de un baúl situado en la escotilla de su camarote; un lugar oscuro y viciado. La idea previamente convenida era la de zarpar con la identidad de Pym resguardada en el escondite, y presentarlo al capitán una vez estuvieran lo suficientemente lejos de tierra, creyendo que se lo tomaría en broma como una astuta jugarreta y se reirían juntos de la anécdota por el resto de sus vidas. Lo que demuestra la siniestra crónica de viajes, que lentamente se va transmutado en un catálogo de miserias y situaciones extremas, es expresamente todo lo contrario. Un mensaje alarmante, escrito con sangre de puño y letra de Augustus, llega a las manos de Gordon Pym, cuya situación desesperante impregna al significado de las palabras un sentido espantoso. «… Sangre… Todo depende de que sigas escondido» recita la misteriosa misiva, y los sucesos subsiguientes toman un cauce desesperanzador, atroz y sangriento. Aquí se produce una ruptura entre la narración de tipo aventurera para pasar a un terreno un poco más escabroso; un plano donde Poe se manejaba con más libertad.

No le faltaron motivos para aventurarse a escribir esta crónica de viajes. Por aquel entonces, los relatos de investigación al Antártico estaban en boga. J. N. Reynolds, admirado por Poe, entrega un proyecto de expedición al Antártico al Comité de Asuntos Navales de los Estados Unidos. Benjamín Morell también publica su crónica y la historia del motín del Bounty había ganado cierto renombre. Debería notarse a simple vista, también, la similitud fonética y gramática de “Arthur Gordon Pym” con “Edgar Allan Poe”, aunque no se sabe si dicho paralelismo fue aplicado a propósito. En fin, estos antecedentes literarios, más algunos mapas, información de la prensa y la propia experiencia de embarcación —de la cual se sabe poco o nada—, Poe se deja llevar por su elaborada y cuidada prosa en un relato de vigor ininterrumpido que no dará respiro al lector. El cambio de atmósfera pertinente solo se realiza al pasar del Grampus a la goleta inglesa Jane Guy; aunque a partir de aquí el vigoroso relato de agonía resurge y culmina con un descubrimiento angustioso en los abismos de la isla de Tsalal, donde la novela finaliza bruscamente con un golpe entorpecedor de incertidumbre y confusión: lo que en esta humilde nota he dado a llamar «final abierto»; no obstante un término poco preciso para el caso. En mi opinión, aquel final abrupto no es más que una imposición de la propia trama. Dice Julio Cortázar que Poe “buscó escribir un relato de aventuras, lo consiguió hasta cierto punto y lo dejó inconcluso; el problema, quizá insoluble, está en explicarse si abandonó la tarea por fatiga o carencia momentánea de invención, o si la obra se lo impuso. Una lectura atenta tiende a apoyar esta segunda hipótesis”. El origen de los nombres de las islas y los isleños, junto a su extraña jerga, se deben posiblemente a las obsesivas lecturas que tanto le fascinaban en sí mismas, como aquellas referidas a las culturas orientales, culturas que efectivamente ejercían sobre el escritor una fascinación especial.

Han existido múltiples interpretaciones para las inquietantes escrituras de los abismos negros de Tsalal: las raíces verbales etiópicas, árabes y egipcias, supuestamente grabadas sobre el granito negro, pero ninguna fue efectiva. La verdad es que la lectura y relectura del final no ayuda a descifrar el misterio. Las circunstancias relacionas con la extraña desaparición del protagonista y los ultimos fragmentos del relato quedan a la deriva, y su extenso diario permanece sin terminar, por lo que la conclusión de la historia queda a manos del lector, que puede servirse de todas las anotaciones anteriormente otorgadas por el autor.

La obra ha sido «continuada» por varios autores de renombre: entre ellos, Jules Verne, con Le Sphinx del glaces (La esfinge de los hielos)  y H. P. Lovecraft con su At the Mountains of Madness (En las montañas de la locura).  Verne, en 1864, publica un estudio sobre la novela de Poe en la revista Musée des familles, y dice: «Y el relato queda interrumpido de esa suerte… ¿Quién lo continuará? Otro más audaz que yo y más osado a internarse en los dominios de lo imposible*» Verne no sabía que sería él, 33 años más tarde, aquel escritor audaz que osaría internarse en aquellos dominios. Los dos autores intentan dar una explicación racional al inesperado final de Pym, cada uno a su manera. En la Esfinge de los hielos, un grupo de investigadores intenta resolver el prodigio que envolvió el nefasto destino de la Jane Guy y sus tripulantes, y con la asistencia de Dirk Peters, indio mestizo sobreviviente, se embarcan rumbo a la esfinge en los polos de la tierra. Pero como ya se figuraron, son solo interpretaciones ajenas al verdadero escultor de la historia. Un intento de dar una explicación a algo que no la tiene; en fin, lo que hacemos el común de la sociedad para no caer en la locura.

El capítulo X —posiblemente el más shockeante y despreciable de todos por su detectable disparador del miedo— es terminante a la hora de dar un veredicto. La escena del barco holandés, con su exhibición de cadáveres descompuestos por… ¿Fiebre amarilla tal vez? ¿Comida envenenada a bordo?... puede estar inspirada en la famosa leyenda del holandés errante. Sin lugar a dudas, este capítulo juega con la percepción y las emociones humanas cuando están sometidas a los padecimientos horribles del hambre y la desesperación.
Con todos sus defectos y sus virtudes, Narración de Arthur Gordon Pym fulmina al lector con una frase insoportable de rigor lacónico, en el buen sentido de la palabra, pero que se ha grabado a fuego en el cerebro de quien les escribe. Cualquier mortal, de predisposición hiper reflexiva y melancólica, no las olvidará jamás, y su alma, ya desprovista de su cuerpo, seguirá repitiendo, una y otra vez, en la nebulosa, aquella sentencia arrebatadora proferida por vez primera por bocas fantasmales:


«Lo he grabado dentro de las colinas, y mi venganza, sobre el polvo dentro de la roca.»


Referencias:

* Fragmento de la versión publicada por Alianza Editorial, 1981, traducido y prologado por Julio Cortázar. Mismo fragmento del original en inglés: “Matter! — matter —why, nothing is the—matter—going home—d—d—don´t you see?”.



* Julio Verne, Edgar Poe y sus obras, Biblioteca Popular, Salvador Manero Bayarri Editor, Barcelona, s/f.


25 de febrero de 2013

Desechos tóxicos - IT (Eso) - (review)



«Nacido en una ciudad de muertos»
Bruce Springsteen

«Del azul del cielo al negro de la nada»
Neil Young


No termina. El horror llega cíclicamente en forma de payaso a Derry, una olvidada cuidad del estado de Maine. La masacre comienza en 1957 con la muerte del pequeño Georgie Denbrough (hermano de Bill, el protagonista) que muy a gusto seguía el curso de un adorable barquito de papel en su travesía por las aguas estancadas de Witcham Street, durante el auge de una larga tormenta. Nunca nadie pensó (menos su hermano) que encontraría la muerte allí, en la boca de tormenta de la mano izquierda. Pues así fue; ya era demasiado tarde. El pequeño Georgie fue encontrado minutos después de ser asesinado por el peligroso “asesino de Derry”. Por lo menos, eso pensaba la prensa local, las autoridades y la gente del lugar. El cadáver yacía, con su hermoso piloto amarillo, en el suelo. Le faltaba un brazo completo, y sus ojos, repletos de un terror abominable, recibían el agua de lluvia. 

Y allí recomienza el ciclo sangriento. Desaparecen niños de forma misteriosa, que luego aparecen desmembrados de la forma más cínica y horrible posible. Los periodistas de los diarios más amarillistas se reportan en la escena del crimen, y concluyen “otra obra del asesino de Derry”. Los adultos, que en sumo grado desconocen la verdad, se debaten fervientemente sobre el paradero del asesino, pero ellos no saben tan bien como los niños, cuya imaginación (más pura que nunca) ha visto pender una sombra nefasta sobre la cuidad. Perseguidos por un ente indescriptible, se ven en necesidad de refugiarse de algo espantoso. Los grandes actúan esquivos y nadie los ayuda. Asimismo, la ciudad influye negativamente sobre las mentes de los adultos. La historia de aquel sitio esconde episodios truculentos de violencia incomparable. La masacre del Black Spot, la explosión de la fundición Kitchener, la eliminación en pleno centro de la banda de Bradley y los múltiples homicidios de la Liga de la Decencia Blanca (una organización racista y violenta) son retratados en detalle y comprenden los hechos más siniestros del amplio libro histórico de los Estados Unidos. Pero por alguna razón, nadie escucha a los ciudadanos de Derry. La nación completa hace oídos sordos a las noticias sobre ella, y muy pronto la gente se olvida del tema y sigue con su vida. Para los niños, la cuidad goza como de alguna especie de “impunidad asesina”. Se reportan desastres y asesinatos de gran calibre como si se hablase de algo común y corriente. 

En medio de todo este desastre, un grupo de siete amigos, autoproclamados los Perdedores: Bill, Richie, Eddie, Ben, Beverly, Mike y Stan, deciden acabar con el horror de una vez por todas. Cada uno de ellos sufre el terrible avistamiento del payaso demoníaco. El desconocido homicida que irradia una extraña luz. Un ser raro, de sonrisa exagerada y garras filosas como el diamante, que ofrece globos a los niños y toma diversas formas: el poder de transformarse en lo que los pequeños más temen. Se alimenta del temor y la carne humana; aparece, come, se divierte y vuelve a hibernar unos veintisiete años más. Y así el historial de defunción se va acrecentando. 

No obstante, el payaso Pennywise no es el único problema para nuestros héroes. También está ese maldito niño pendenciero llamado Henry Bowers y su pandilla, acosando a cada uno reiteradas veces, de las cuales Eddie Kaspbrak debe soportar la peor cuando le quiebran un brazo.  El padre de Henry, un despiadado racista cuyo único divertimento consistía en arruinarle la vida a un pobre negro en las inmediaciones de su casa, está completamente loco y transfiere parte de su locura al niño Henry desde sus primeros años. Henry, que no sabe hacer nada mejor que molestar a los compañeros de escuela que no se podían defender de su puño autoritario, se va tornando en un monstruo insano a medida que la mano negra del payaso se va posando sobre su hombro y lo utiliza como medio principal para deshacerse de Bill y sus amigos. Cada vez más animal e impío, mata a su padre mientras duerme con una navaja en el cuello y decide usarla con los Perdedores. De esta forma, se ven asediados por el terror, en medio de dos grandes fuerzas que los tienen atados hasta el final del libro. 

A través del álbum de fotos de Mike Hanlon, los Perdedores se enteran del origen del payaso. El espectro del payaso deambulaba por Derry desde tiempos inmemoriales, tal como se mostraba en la extraña foto, que muy probablemente databa de principios del siglo dieciocho. Entonces se aventuran en las entrañas de Derry bajo tierra, atravesando el precario sistema cloacal para encontrarse con el horror final. Al destruirlo, los siete prometen volver a Derry en caso de que Eso retornara. Hicieron un pacto de sangre y así cada uno siguió su propio rumbo, y se olvidaron del asunto, hasta una fatídica noche de 1985, veintisiete años después del incidente. Las seis llamadas, efectuadas por Mike Hanlon (quien nunca olvido gracias a su permanente estancia en la cuidad) por la noche, despertaron en los héroes aquellos recuerdos desesperantes de Derry, que la mayoría ya había reprimido para continuar su existencia. El mensaje era claro, tan claro que perturbo la sanidad mental tan súbitamente que no pudieron racionalizarlo: Eso había vuelto. Stan Uris, el más escéptico de los Perdedores, no puede soportarlo y se corta las venas en la bañera. Más tarde su cadáver es descubierto por su esposa, quien no contuvo el grito que asomaba por su garganta. Antes de desvanecerse, Stan pudo escribir en los azulejos del baño, con su propia sangre, el reflejo de su tormento, el artículo neutro transfigurado en nombre propio:

«IT»

Es así como los Perdedores continúan con un soldado menos, preocupados por el hecho de haber roto el círculo ganador de 1958. Los protagonistas no están seguros de poder vencerlo, no ahora que eran adultos. Se ven forzados a revivir los traumas de la niñez y reintegrar la inocencia, el amor y la amistad a sus nuevas vidas de responsabilidades.

El libro trata con notable sutileza las problemáticas de los niños y los adultos, el choque generacional que se da en cualquier sociedad y que ha sido objeto de discordia de un inestimable número de familias. Para aquellos enanitos, los más grandes siempre serán un misterio; muchos de ellos piensan que están locos y dicen sinsentidos permanentemente. Stephen King relata con gran maestría la regresión irrevocable que experimentan los personajes, recordando poco a poco aquellas aventuras y desventuras que los unieron, que sellaron su amistad para siempre; una muestra cabal de que en masa, los niños pueden lograr todo lo que se proponen. 

La novela es un viaje a las profundidades del aparato cognitivo infantil y como éste comprende el vasto universo. Un extenso análisis de los propósitos y las confusiones de hombrecitos y mujercitas que aún no han alcanzado la madurez, y que por suerte conservan parte de su objeto más preciado: la ingenuidad y la esperanza. Es justamente de estas dos ventajas de las cuales se vale el payaso; así como a nuestros héroes le son tan familiares y preciadas, al payaso les son de gran ayuda para atemorizarlos. Los Perdedores deberán enfrentar sus miedos más profundos: Bill tendrá que desafiar la culpa por la muerte de su hermano, Ben el vergonzoso hecho para él de ser gordo, Eddie deberá hacerle frente a su sobre protectora madre, Bevvie los abusos de su padre, Stan saldrá en busca de un aliciente para su mente racional y deberá pelear contra lo sobrenatural, Mike a aquel ciclópeo pájaro gigante de la fundición y las persecuciones de los brabucones por ser negro, y Richie a aquel hombre-lobo de las películas y su boca floja que le causan más problemas que a ninguno. Todo esto teñido de las injusticias del nuevo mundo, la violencia en la sociedad norteamericana (un tema muy recurrente en sus obras famosas, como Carrie, El Resplandor y Cementerio de Animales, entre otras) y el fantasma de lo desconocido ciñéndose sobre sus cabezas. Para derrotar a Eso, deberán derrotar a Derry. Y eso pareció más fácil por entonces, veintisiete años atrás, y ahora que ya no comparten aquella amistad, destruida ya por el distanciamiento y los deberes cotidianos, las canas que asoman en sus cabellos y las arrugas que se marcan en sus rostros, no están seguros de poder derrotarlo.

A la opinión de muchos críticos conservadores de la literatura, que afirman que S. King es la “hamburguesa con papas fritas” del mundo de las letras, se opone la entusiasta aceptación de los admiradores de E. A. Poe, H. P. Lovecraft y el terror y la ciencia ficción en términos generales. En lo que a mí me respecta, he identificado en este autor estadounidense, una de las mejores cabezas para relatar historias que realmente hielan la sangre en pleno siglo XXI. Tejedor de varios clásicos del terror contemporáneo, King ha sabido crear y dominar un nuevo estilo de escritura amena y fluida basada en el desarrollo frenético del cine de Hollywood, pero permitiéndose a la vez el suspenso que, manejado con rectitud y precisión tan solo como él sabe hacerlo, demuestran que se pueden escribir obras maestras con elementos de la cultura Pop. Un libro altamente recomendable, a pesar de su longitud que para muchos puede parecer excesivo en un principio, pero que no es más que una sensación; al empezar a leerlo, el lector no advertirá que le falta poco para terminarlo hasta que llegue a las 1000 páginas. Indiscutiblemente superior a la película (como siempre ocurre) IT es un señor libro, indispensable en la biblioteca de los seguidores acérrimos del género.