Facebook
es una red inmensa de entramados sociales, contactos y eventos. A través de él
contactamos con personas y anécdotas; un tejedor informático de destinos
amistosos, amorosos y laborales. En estas últimas semanas, tuve el agrado de
ser tejido junto a un nuevo evento freak, que me llegó de parte de mi estimada
amiga Johanna. Se trataba del “Primer Encuentro de Sagas y Literatura
Fantástica” que tomaba lugar en el famoso campus Miguelete de la Universidad de
San Martin, a pocas cuadras de mi humilde morada. El encuentro se llevaría a
cabo el 21 de noviembre de 12 a 19 horas, y me pareció una excelente
oportunidad para divagar en soledad entre personajes mitológicos (freakis
disfrazados) y estantes de curiosidades artesanales para el deleite de la mente
imaginativa (artilugios freakis). A pesar de contar con el tiempo suficiente
para organizar la salida con alguien, decidí dejar pasar los horas tiranas
para, a último momento, reprocharme a mí mismo la ya inevitable falta de
compañía, y a las 16 hs del 21 me puse un jean, una remera azul francia ramplona
y mis zapatillas y partí al campus. Al llegar a la entrada del campus por la
avenida 25 de mayo, me topé con un panorama para nada anormal: gente disfrazada
de elfos, hadas, caballeros medievales, Harry Potteres subidos de peso, escritores
firmando libros y haciendo prensa de sus nuevas creaciones, etc. En uno de los
tantos estantes de libros que ostentaban a King, Rick Riordan, Rowling, Suzanne
Collins, Proust, Poe, Lovecraft, y otros clásicos, hurgando un poco en las
superficies de papel, saqué un pequeño tomo de 120 páginas de un escritor
argentino, Claudio García Fanlo. El libro, “La casa hiperbólica”, es una novela
reciente de 31 capítulos cortos sobre una construcción en un claro cerca de la
ruta rumbo a Tandil, a unos kilómetros del pueblo de San Ignacio, partido de
Ayacucho.
La
historia central gira en torno a Orestes, un personaje solitario y taciturno
cuya tediosa rutina se ve interrumpida por un llamado de un estudio jurídico,
que le informa que está ahora en posesión de una sucesión de una casa a nombre
de Hugo Cozzi, un ex compañero de facultad expulsado por sus planos e ideas
sobre la matemática “no euclidiana” (concepto utilizado incontables veces por
H. P. Lovecraft en sus relatos y cartas). La casa, como ya mencioné estaba ubicada
en un paraje alejado cerca del pueblo de San Ignacio, ahora le pertenecía a él
por expresa voluntad de Cozzi, desaparecido hace dos años. Orestes decide
asistir al estudio ubicado en Viamonte, capital federal, para firmar todos los
papeles sucesorios.
Orestes,
ahora en posesión de la casa hiperbólica de Cozzi, decide visitarla. Al llegar,
no sin ninguna dificultad, se encuentra con una construcción con forma cónica y
elíptica que, a simple vista, no contaba con ventanas ni puertas. Al acercarse
al terreno que invadía la casa, Orestes descubre que se le hace casi imposible
determinar si está adentro o afuera de ella, y los diferentes portales que
conectaban la casa podían llevar de un extremo inferior de un piso al otro
extremo del piso superior, sin ninguna coherencia física. Orestes huye de la
casa cuando, después de rondar e investigar atónito, se ve a él mismo
investigando la casa pero 10 minutos antes.
Luego
la historia intercala partes de un diario de Cozzi (que nunca explican bien su
procedencia) que deja manifiesto escrito sobre el proceso de construcción. La
casa, regida por una estructura “hiperbólica”, es decir, relativo a la famosa hipérbole
matemática que se da en un sistema de ejes cartesianos, es una conjunción de
materiales extraños ensamblados acorde a los extensos estudios de Cozzi en
arquitectura. Cozzi, proclamado disgustado de las rectas simples, las paralelas
y la simetría, construye una teoría en la cual una forma a base de hipérbole y
en contra de todos los axiomas preestablecidos se utiliza como hipótesis fundamental
para el armado de una construcción que engañaría los sentidos humanos. Para
ello, contrata a Olmos, maestro mayor de obras y experto albañil de cultura singular
y origen oriental (claro guiño literario de las obras de Lovecraft), y a
Riemann, genio matemático con experiencia en construcciones experimentales. Los
tres, adoptando como base los planos de Cozzi, emprenden la obra que cambiaría
la visión del mundo.
Desafortunadamente,
durante el proceso de construcción, los tres comienzan a presenciar fenómenos extraños
en torno a la casa. Fanlo, haciendo gala de su autoproclamado “dispositivo
Lovecraft”, comienza a disponer las piezas del juego para efectuar un suspenso
creciente al que no le faltan guiños literarios sobre Lovecraft y su círculo.
Se nombra por alguna parte a la mítica Carcosa, la ciudad del relato de Ambrose
Bierce, y las alimañas gelatinosas en forma de lagartos recuerdan a las
incontables criaturas de la mitología lovecraftiana. También nombran a la “Gran
Raza de Yith”, raza capacitada para viajar en el tiempo, a un “hombre sapo”,
prototipo de las gentes de la maldita Innsmouth, de piel verdosa y aspecto
anfibio. Orestes tendrá que descubrir el misterio matemático que impregna la
casa y descubrir el paradero de Cozzi y sus ayudantes.
En
cuanto al estilo de escritura, es bastante pobre y falto de técnica. Fanlo, en
un triste intento de emular al maestro Eich Pi El, comete faltas imperdonables
y vicios literarios como la repetida utilización de adjetivos vagos para
describir objetos y visiones sin dar mucho detalle. La prosa fluye sin
diálogos, otro indicio de este plagio involuntario, pero no ocurre como con
Lovecraft, donde la falta de dialogo da cierto matiz impersonal y científico a
la obra, sino que en este caso termina por arruinar el efecto verosímil con
este exceso y omisión de detalle por falta de imaginación.
Por
otro lado, en cuanto a la trama, es inevitable relacionar esta obra con la
aclamada novela de Hodgson, “La casa en el límite”, por sus varias temáticas metafísicas.
Los aldeanos de San Ignacio llamaban “la noche de las luces” a un suceso en el
cual se vieron en el cielo destellos fosforescentes provenientes de la casa hiperbólica,
hecho que podemos comparar tranquilamente con las fosforescencias emanadas por
la casa del recluso en el confín de la tierra. El diario de Cozzi, que sirve de
prueba tangible de los acontecimientos fantásticos, es el equivalente del
diario del recluso que los protagonistas se encuentran en las ruinas de la
casa, y asi y todo, la novela no deja de ser más que un apéndice y adaptación
de los mitos de Cthulhu en un ambiente rural argentino. Por supuesto no supera
la originalidad de Hodgson, pero aún así, si sos fanático de Lovecraft y fiel
seguidor de sus historias, encontrarás “La casa hiperbólica” como un trabajo
pasable y entretenido, que da algunas esperanzas a los escritores de horror de
poder hacerse lugar en el mundo editorial actual.
En
conclusión, “La casa hiperbólica” es un aliciente argentino para los fanáticos del
género, y joyita imprescindible en nuestra biblioteca de autores fantásticos
argentinos. Lectores que no frecuenten el género, abstenerse.
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