"Political language is designed to make lies sound truthful and murder respectable, and to give the appearance of solidity to pure wind"
George Orwell
"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza"
Enunciado del Partido
"2 + 2 = 5"
Enunciado de O'Brien
En
el año 1984, Winston Smith, un integrante importante del Partido y
empleado del Departamento de Archivos, decide escribir un diario para
dejar a la posteridad. Ingresa en la habitación. Al otro lado de la
pared se encuentra una enorme pantalla que monitorea los movimientos
más leves y registra los sonidos más imperceptibles. Winston se
sitúa en un rincón donde la telepantalla no alcanzaría a
delatarle; un lugar en la oscuridad donde escapar de aquellos ojos
persecutas. Toma una pluma, y comienza a trazar el camino hacia su
libertad. Un camino que lo pondrá en peligro inminente. Y comienza
la cuenta regresiva. Las horas están contadas. Desde el momento en
que concibió la idea, ha cometido una herejía contra el Partido.
Winston ha cometido el “crimental”.
En
plena dictadura, este hombre intentará esconderse de la Policía del
Pensamiento, una organización estatal que se encarga de rastrear y
torturar a todos aquellos que infrinjan la ley o demuestren cualquier
tipo de conducta heterodoxa. El avasallador control mental ejercido
por el Partido sobre los habitantes de Oceanía, junto con la
incipiente lobotomización del uso de la nuevalengua -que castra el
lenguaje hasta reducirlo a apenas un simple germen-, impide cualquier concepción “desviada” de la doctrina de las guerras y el odio: la
doctrina del Gran Hermano. Una doctrina que impone que la libertad es
la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. El pasado no existe, o,
mejor dicho, es constantemente mutable. Winston es uno de una
indefinible cantidad de empleados abocados a alterar el pasado y
corregir cualquier inconsistencia o incompatibilidad que pueda
controvertir las sentencias del Gran Hermano. Ningún recuerdo es
confiable, ya que no existen pruebas materiales que lo abalen. Ni un
archivo, ni una fotografía, texto, revista, libro, diario,
absolutamente nada. Todos los medios audiovisuales se encuentran bajo
la lupa del Departamento de Archivos. Cada día, el escritorio de
Winston se llena con nuevos papeles provenientes del tubo neumático.
Tendrá que corregir todos y cada uno de ellos para no dejar
evidencia de las erratas del Partido. La guerra siempre ha existido,
pero nunca hay ganadores. Oceanía y Esteasia contra Eurasia; Eurasia
y Oceanía contra Esteasia; Oceanía contra ambas potencias; los
aliados y los enemigos van mutando según la conveniencia política
del momento. Los ciudadanos utilizan el “doblepiensa” para
convencerse a sí mismos de que la historia no ha cambiado, y la
rueda sigue girando y creando ciudadanos “bienpensantes” que se
someten de buena gana a una vida aburrida y poco emocionante.
Dentro
del malestar social que experimenta Winston en sus últimos días
como un creciente inadaptado del Partido, aparece una joven y
hermosa muchacha del Departamento de Archivos que capta su atención
con sus delicadas curvas y su andar provocador. Al principio,
Winston, convencido de la frialdad y rigidez de las mujeres del
Partido, decide ignorarla y desearla en silencio, pero llega el
glorioso dia cuando Julia decide acercarcele y dejarle una nota
escrita, fingiendo una caída en el pasillo, frente a las
telepantallas que tocan constantemente una asquerosa música enlatada
de ascensor. Winston se las arregla para leer el mensaje en el
trabajo, bajo la vigilancia opresiva de la telepantalla. Desliza el
mensaje junto con los papeles del tubo neumático y logra leerlo. La
dificultad principal en aquel momento residía en ocultar la
conmoción dentro de su corazón, que se asomaba en el rostro como
una traición del inconsciente. Por supuesto, la telepantalla presta
especial atención a cualquier distorsión de la cara. Una ceja
levemente levantada, una mirada fija, una mínima apertura de la boca
o cualquier indicio de sobresalto. Cualquiera de estos deslices
podrían delatarle fácilmente. No obstante, logra sobreponerse con
una facilidad impresionante. Después de todo, el mensaje rezaba nada
más ni nada menos que “te amo”.
Aquí
comienza el escape de los amantes a través de distintos paisajes
para desembocar en retirados parajes donde poder esquivar la
vigilancia y tener intimidad. Julia guía a Winston a través de un
camino de bosque frondoso, donde los micrófonos y las telepantallas
no existen: un lugar tranquilo donde entregarse a los placeres de la carne. Los amantes pasan allí un tiempo considerable, antes de
terminar alquilando la habitación superior del viejo erudito, el
señor Charrington. El anciano introduce a Winston en un mundo
pretérito, donde las emociones florecían, sin censura, en los
corazones de la gente, y las manifestaciones de amor se practicaban a
la luz del día. El poder sentimental que sus antepasados atribuían
a sus objetos preciados se mostraba con total libertad... muestras de
un mundo inalcanzable por aquel entonces. Estos encuentros refuerzan
en Winston el deseo de vivir y experimentar situaciones nuevas. Julia
y Winston deciden realizar encuentros cuidadosamente programados, que
parezcan inconexos y fortuitos a los ojos del Partido. Esquivan
miradas, susurran planes por lo bajo, y hacen el amor en el lecho del
ático. Sus encuentros se van sucediendo, entre citas a escondidas y
desenfreno sexual van construyendo un lazo que los mantendrá
hasta... casi el punto culmine de la historia. Cuando los amantes
son descubiertos finalmente, comenzará una tortura horrible y
despiadada, dirigida a encausar el comportamiento de los abyectos
desviados. Julia y Winston son sometidos a un tiempo indefinido de
agonía y dolor inhumanos, hasta desfigurar sus contornos, modificar
sus pensamientos, y destruir sus pasados anhelos.
Es
quizá inútil intentar explicar el horror que me inocularon estas
páginas, emoción paralela enraizada junto a la pesadillezca
sensación de un posible futuro sin esperanzas. Esta historia logra
convencer al lector de la posibilidad de un mundo sombrío y
devastador; semejante a un infierno en la Tierra. Este libro es, de
la mano de “El Proceso” de Kafka, otro mundo distópico tan cruel
y sádico como lo que sus crónicas narran. Tal vez es el agujero más
hondo al que la humanidad puede rebajarse, pero creíble al mismo
tiempo en que influyen un marco político y económico tan
desafortunadamente conveniente para muchos regímenes autoritarios,
que la pesadilla da el virtual presentimiento de un devenir del ocaso
de la raza humana. A pesar de estos fuertes sentimientos, me he
topado con una suerte de opiniones encontradas entre los lectores
habituales del género. Quizá por la preponderancia del espíritu de
hiper-reflexionar sobre un terreno hipotético, me es posible
sumergirme en el mar de emociones que produce la novela en los
incautos y aquellos que se dejan llevar por el torrente hacia un fin
inesperado; a otros, quizá, les es más difícil no ensamblar la conclusión del libro son sus inclinaciones políticas, y reducir la
novela a una mera crítica de la doctrina del comunismo y sus
dictados absolutistas. Creo que, en este caso, los incautos son estos últimos. Si bien Orwell ha admitido públicamente que el comunismo
tuvo cierta influencia en el desarrollo de la trama, reducirlo a tan estrecho marco de influencia es quizá una forma de despedazar y
triturar los motivos más profundos del hombre detrás de la mascara
que constituye el libro. En la manifestación del marco histórico,
podemos observar como actúa una fuerza indiscutiblemente despótica,
siniestra y subyugante; infatigable y acechante, que se encuentra
claramente muy lejana a cualquier concepción del comunismo. El
Partido, que sirve como contrapunto de la libertad de expresión del
pueblo, es un organismo castrativo que no teme en aplicar represalias
de las más severas a cualquier individuo que manifieste signos de
pensamiento propio. No me hace falta continuar con este circunloquio
si mi punto es sin lugar a dudas más que evidente: el Partido y el
Gran Hermano son paradigmas de la dictadura más aberrante de la que
cualquier nación puede padecer en la vida real.
Lo
terrible es que, por alguna razón inescrutable de la existencia, los
mundos distópicos son más creíbles que la isla de Tomás Moro y
aquel Mundo Feliz de Huxley.
"El Gran Hermano lo está vigilando"
No hay comentarios:
Publicar un comentario