11 de mayo de 2013

Diario incompleto de un viajero - (review)



Llego la hora de dar unas pocas líneas acerca de un tópico esencial y reiterado en mi corto paso por el mundo. Hay muchas cosas que no conocemos. Y solemos hablar sin saber. ¿Existe el amor eterno? No lo sabemos. ¿Qué hay más allá de la muerte? Tampoco lo sabemos. ¿Es necesario que toda ficción sea una interpretación de la realidad que responda preguntas existenciales? ¿O acaso tal fenómeno es casi imposible? Incluso la ciencia se ha topado con un gran muro blanco en cuanto a la mente humana se refiere. Y ni hablar del universo. Esas preguntas son frecuentes cuando ponemos en tela de juicio la finalidad del arte. En el ámbito popular de las masas lectoras, se aceptan aquellos libros que arrojan alguna luz a los temas que más nos preocupan, pero dejan de lado la literatura que está escrita en función a un aspecto indisociable de nuestra alma: la incertidumbre. 

Está de más recalcar el odio insidioso de la población provocado con tan solo la mención de «final abierto». En estos tiempos que corren, no hay frase más detestable; qué asco, que aversión inestimable nos producen ambas palabras juntas en la misma oración: final + abierto. ¿A qué se debe conducta tan esquiva? ¿Tiene razón de ser? Empecemos primero por definir un término empapado de actualidad. Estoy hablando de la ciencia. Resulta que un día —no estoy seguro cuando— la ciencia comenzó a ocupar un lugar más que privilegiado en el mundo de las letras. Con la aparición de la ciencia-ficción y los relatos extraordinarios de Jules Verne, H. G. Wells y otros, la literatura comenzó a adaptar a sus contornos y formas al propio método científico, como vía irrefutable para constatar de manera factual y mecánica un hecho casi inverosímil. Poco a poco, los lectores a nivel mundial fueron aceptando con mayor facilidad la intromisión —si es que así podemos llamarla— de la ciencia en el contexto literario, y no pasaron muchos años antes de que se publicaran antologías y novelas que hoy ocupan un lugar privilegiado en nuestra biblioteca (Asimov, Bradbury, R. Matheson, Theodore Sturgeon, Arthur C. Clarke y muchos más). 

Es así como nos hemos fundido tanto con la ciencia que no soportamos un quiebre en la estructura ni la superficie de lo que observamos. Nos volvimos intolerantes con el desorden conceptual  del arte y sus visiones que «no encajan en la vida real». Por eso necesitamos datos, números, héroes bien delineados y finales felices. Esto es justamente lo que no presenta la narrativa Poeiana; más bien presenta agujeros, algunas fechas imprecisas, héroes depresivos y vagamente delineados, y finales inconclusos. He aquí el explícito fracaso de la única novela escrita por uno de los más grandes cuentistas norteamericanos del mundo. Una desidia casi adrede impregna las últimas páginas del libro. Edgar Allan Poe, al referirse a la novela, la caratula lisa y llanamente como un «libro tonto» («a silly book», en inglés). Nótese la connotación peyorativa del adjetivo. Evidentemente, Poe nunca se lo tomó en serio o, al menos, así lo demostraba. Lo cierto es que entre la delineada montaña de críticas que ha recibido, ha logrado cautivar los corazones de los autoproclamados seguidores del realismo mágico. Y con mucha razón. El libro del cual estamos hablando, Narración de Arthur Gordon Pym, es sin lugar a dudas un ejemplo controversial de la prolífica obra del maestro de Baltimore. 

La historia comienza con una pequeña travesura a bordo del Ariel, barco perteneciente al protagonista, Arthur Gordon Pym, quien se embarca junto a su amigo Augustus en busca de aventuras en el mar. La peligrosidad del viaje no sería calculada previamente por los rebeldes jóvenes, puesto que ambos, en estado de ebriedad, se hacen a la mar sin herramientas y totalmente desprovistos de experiencia sustancial en el manejo de embarcaciones más que unos cuantos viajes en compañía de un capitán. Augustus sucumbe al estado provocado por la cantidad de alcohol en su sangre, y cae desmayado en el piso del barco, al tiempo que profiere unas palabras extrañas: «¡Qué ocurre! ¡Qué ocurre…! ¡No ocurre nada…! ¿No ves que… volvemos a tierra*?» Finalmente ambos escapan a su terrible destino al ser rescatados por el Penguin, un buque ballenero que deambulaba por aquellos lares en el momento justo para salvar a un pequeño Ariel de las garras de un mar picado y feroz.

Recuperados del infortunado incidente, deciden hacer una travesura aún más osada: embarcarse en el Grampus, el buque ballenero dirigido por el padre de Augustus, el capitán Barnard. Augustus le prepara una confortable litera dentro de un baúl situado en la escotilla de su camarote; un lugar oscuro y viciado. La idea previamente convenida era la de zarpar con la identidad de Pym resguardada en el escondite, y presentarlo al capitán una vez estuvieran lo suficientemente lejos de tierra, creyendo que se lo tomaría en broma como una astuta jugarreta y se reirían juntos de la anécdota por el resto de sus vidas. Lo que demuestra la siniestra crónica de viajes, que lentamente se va transmutado en un catálogo de miserias y situaciones extremas, es expresamente todo lo contrario. Un mensaje alarmante, escrito con sangre de puño y letra de Augustus, llega a las manos de Gordon Pym, cuya situación desesperante impregna al significado de las palabras un sentido espantoso. «… Sangre… Todo depende de que sigas escondido» recita la misteriosa misiva, y los sucesos subsiguientes toman un cauce desesperanzador, atroz y sangriento. Aquí se produce una ruptura entre la narración de tipo aventurera para pasar a un terreno un poco más escabroso; un plano donde Poe se manejaba con más libertad.

No le faltaron motivos para aventurarse a escribir esta crónica de viajes. Por aquel entonces, los relatos de investigación al Antártico estaban en boga. J. N. Reynolds, admirado por Poe, entrega un proyecto de expedición al Antártico al Comité de Asuntos Navales de los Estados Unidos. Benjamín Morell también publica su crónica y la historia del motín del Bounty había ganado cierto renombre. Debería notarse a simple vista, también, la similitud fonética y gramática de “Arthur Gordon Pym” con “Edgar Allan Poe”, aunque no se sabe si dicho paralelismo fue aplicado a propósito. En fin, estos antecedentes literarios, más algunos mapas, información de la prensa y la propia experiencia de embarcación —de la cual se sabe poco o nada—, Poe se deja llevar por su elaborada y cuidada prosa en un relato de vigor ininterrumpido que no dará respiro al lector. El cambio de atmósfera pertinente solo se realiza al pasar del Grampus a la goleta inglesa Jane Guy; aunque a partir de aquí el vigoroso relato de agonía resurge y culmina con un descubrimiento angustioso en los abismos de la isla de Tsalal, donde la novela finaliza bruscamente con un golpe entorpecedor de incertidumbre y confusión: lo que en esta humilde nota he dado a llamar «final abierto»; no obstante un término poco preciso para el caso. En mi opinión, aquel final abrupto no es más que una imposición de la propia trama. Dice Julio Cortázar que Poe “buscó escribir un relato de aventuras, lo consiguió hasta cierto punto y lo dejó inconcluso; el problema, quizá insoluble, está en explicarse si abandonó la tarea por fatiga o carencia momentánea de invención, o si la obra se lo impuso. Una lectura atenta tiende a apoyar esta segunda hipótesis”. El origen de los nombres de las islas y los isleños, junto a su extraña jerga, se deben posiblemente a las obsesivas lecturas que tanto le fascinaban en sí mismas, como aquellas referidas a las culturas orientales, culturas que efectivamente ejercían sobre el escritor una fascinación especial.

Han existido múltiples interpretaciones para las inquietantes escrituras de los abismos negros de Tsalal: las raíces verbales etiópicas, árabes y egipcias, supuestamente grabadas sobre el granito negro, pero ninguna fue efectiva. La verdad es que la lectura y relectura del final no ayuda a descifrar el misterio. Las circunstancias relacionas con la extraña desaparición del protagonista y los ultimos fragmentos del relato quedan a la deriva, y su extenso diario permanece sin terminar, por lo que la conclusión de la historia queda a manos del lector, que puede servirse de todas las anotaciones anteriormente otorgadas por el autor.

La obra ha sido «continuada» por varios autores de renombre: entre ellos, Jules Verne, con Le Sphinx del glaces (La esfinge de los hielos)  y H. P. Lovecraft con su At the Mountains of Madness (En las montañas de la locura).  Verne, en 1864, publica un estudio sobre la novela de Poe en la revista Musée des familles, y dice: «Y el relato queda interrumpido de esa suerte… ¿Quién lo continuará? Otro más audaz que yo y más osado a internarse en los dominios de lo imposible*» Verne no sabía que sería él, 33 años más tarde, aquel escritor audaz que osaría internarse en aquellos dominios. Los dos autores intentan dar una explicación racional al inesperado final de Pym, cada uno a su manera. En la Esfinge de los hielos, un grupo de investigadores intenta resolver el prodigio que envolvió el nefasto destino de la Jane Guy y sus tripulantes, y con la asistencia de Dirk Peters, indio mestizo sobreviviente, se embarcan rumbo a la esfinge en los polos de la tierra. Pero como ya se figuraron, son solo interpretaciones ajenas al verdadero escultor de la historia. Un intento de dar una explicación a algo que no la tiene; en fin, lo que hacemos el común de la sociedad para no caer en la locura.

El capítulo X —posiblemente el más shockeante y despreciable de todos por su detectable disparador del miedo— es terminante a la hora de dar un veredicto. La escena del barco holandés, con su exhibición de cadáveres descompuestos por… ¿Fiebre amarilla tal vez? ¿Comida envenenada a bordo?... puede estar inspirada en la famosa leyenda del holandés errante. Sin lugar a dudas, este capítulo juega con la percepción y las emociones humanas cuando están sometidas a los padecimientos horribles del hambre y la desesperación.
Con todos sus defectos y sus virtudes, Narración de Arthur Gordon Pym fulmina al lector con una frase insoportable de rigor lacónico, en el buen sentido de la palabra, pero que se ha grabado a fuego en el cerebro de quien les escribe. Cualquier mortal, de predisposición hiper reflexiva y melancólica, no las olvidará jamás, y su alma, ya desprovista de su cuerpo, seguirá repitiendo, una y otra vez, en la nebulosa, aquella sentencia arrebatadora proferida por vez primera por bocas fantasmales:


«Lo he grabado dentro de las colinas, y mi venganza, sobre el polvo dentro de la roca.»


Referencias:

* Fragmento de la versión publicada por Alianza Editorial, 1981, traducido y prologado por Julio Cortázar. Mismo fragmento del original en inglés: “Matter! — matter —why, nothing is the—matter—going home—d—d—don´t you see?”.



* Julio Verne, Edgar Poe y sus obras, Biblioteca Popular, Salvador Manero Bayarri Editor, Barcelona, s/f.


25 de febrero de 2013

Desechos tóxicos - IT (Eso) - (review)



«Nacido en una ciudad de muertos»
Bruce Springsteen

«Del azul del cielo al negro de la nada»
Neil Young


No termina. El horror llega cíclicamente en forma de payaso a Derry, una olvidada cuidad del estado de Maine. La masacre comienza en 1957 con la muerte del pequeño Georgie Denbrough (hermano de Bill, el protagonista) que muy a gusto seguía el curso de un adorable barquito de papel en su travesía por las aguas estancadas de Witcham Street, durante el auge de una larga tormenta. Nunca nadie pensó (menos su hermano) que encontraría la muerte allí, en la boca de tormenta de la mano izquierda. Pues así fue; ya era demasiado tarde. El pequeño Georgie fue encontrado minutos después de ser asesinado por el peligroso “asesino de Derry”. Por lo menos, eso pensaba la prensa local, las autoridades y la gente del lugar. El cadáver yacía, con su hermoso piloto amarillo, en el suelo. Le faltaba un brazo completo, y sus ojos, repletos de un terror abominable, recibían el agua de lluvia. 

Y allí recomienza el ciclo sangriento. Desaparecen niños de forma misteriosa, que luego aparecen desmembrados de la forma más cínica y horrible posible. Los periodistas de los diarios más amarillistas se reportan en la escena del crimen, y concluyen “otra obra del asesino de Derry”. Los adultos, que en sumo grado desconocen la verdad, se debaten fervientemente sobre el paradero del asesino, pero ellos no saben tan bien como los niños, cuya imaginación (más pura que nunca) ha visto pender una sombra nefasta sobre la cuidad. Perseguidos por un ente indescriptible, se ven en necesidad de refugiarse de algo espantoso. Los grandes actúan esquivos y nadie los ayuda. Asimismo, la ciudad influye negativamente sobre las mentes de los adultos. La historia de aquel sitio esconde episodios truculentos de violencia incomparable. La masacre del Black Spot, la explosión de la fundición Kitchener, la eliminación en pleno centro de la banda de Bradley y los múltiples homicidios de la Liga de la Decencia Blanca (una organización racista y violenta) son retratados en detalle y comprenden los hechos más siniestros del amplio libro histórico de los Estados Unidos. Pero por alguna razón, nadie escucha a los ciudadanos de Derry. La nación completa hace oídos sordos a las noticias sobre ella, y muy pronto la gente se olvida del tema y sigue con su vida. Para los niños, la cuidad goza como de alguna especie de “impunidad asesina”. Se reportan desastres y asesinatos de gran calibre como si se hablase de algo común y corriente. 

En medio de todo este desastre, un grupo de siete amigos, autoproclamados los Perdedores: Bill, Richie, Eddie, Ben, Beverly, Mike y Stan, deciden acabar con el horror de una vez por todas. Cada uno de ellos sufre el terrible avistamiento del payaso demoníaco. El desconocido homicida que irradia una extraña luz. Un ser raro, de sonrisa exagerada y garras filosas como el diamante, que ofrece globos a los niños y toma diversas formas: el poder de transformarse en lo que los pequeños más temen. Se alimenta del temor y la carne humana; aparece, come, se divierte y vuelve a hibernar unos veintisiete años más. Y así el historial de defunción se va acrecentando. 

No obstante, el payaso Pennywise no es el único problema para nuestros héroes. También está ese maldito niño pendenciero llamado Henry Bowers y su pandilla, acosando a cada uno reiteradas veces, de las cuales Eddie Kaspbrak debe soportar la peor cuando le quiebran un brazo.  El padre de Henry, un despiadado racista cuyo único divertimento consistía en arruinarle la vida a un pobre negro en las inmediaciones de su casa, está completamente loco y transfiere parte de su locura al niño Henry desde sus primeros años. Henry, que no sabe hacer nada mejor que molestar a los compañeros de escuela que no se podían defender de su puño autoritario, se va tornando en un monstruo insano a medida que la mano negra del payaso se va posando sobre su hombro y lo utiliza como medio principal para deshacerse de Bill y sus amigos. Cada vez más animal e impío, mata a su padre mientras duerme con una navaja en el cuello y decide usarla con los Perdedores. De esta forma, se ven asediados por el terror, en medio de dos grandes fuerzas que los tienen atados hasta el final del libro. 

A través del álbum de fotos de Mike Hanlon, los Perdedores se enteran del origen del payaso. El espectro del payaso deambulaba por Derry desde tiempos inmemoriales, tal como se mostraba en la extraña foto, que muy probablemente databa de principios del siglo dieciocho. Entonces se aventuran en las entrañas de Derry bajo tierra, atravesando el precario sistema cloacal para encontrarse con el horror final. Al destruirlo, los siete prometen volver a Derry en caso de que Eso retornara. Hicieron un pacto de sangre y así cada uno siguió su propio rumbo, y se olvidaron del asunto, hasta una fatídica noche de 1985, veintisiete años después del incidente. Las seis llamadas, efectuadas por Mike Hanlon (quien nunca olvido gracias a su permanente estancia en la cuidad) por la noche, despertaron en los héroes aquellos recuerdos desesperantes de Derry, que la mayoría ya había reprimido para continuar su existencia. El mensaje era claro, tan claro que perturbo la sanidad mental tan súbitamente que no pudieron racionalizarlo: Eso había vuelto. Stan Uris, el más escéptico de los Perdedores, no puede soportarlo y se corta las venas en la bañera. Más tarde su cadáver es descubierto por su esposa, quien no contuvo el grito que asomaba por su garganta. Antes de desvanecerse, Stan pudo escribir en los azulejos del baño, con su propia sangre, el reflejo de su tormento, el artículo neutro transfigurado en nombre propio:

«IT»

Es así como los Perdedores continúan con un soldado menos, preocupados por el hecho de haber roto el círculo ganador de 1958. Los protagonistas no están seguros de poder vencerlo, no ahora que eran adultos. Se ven forzados a revivir los traumas de la niñez y reintegrar la inocencia, el amor y la amistad a sus nuevas vidas de responsabilidades.

El libro trata con notable sutileza las problemáticas de los niños y los adultos, el choque generacional que se da en cualquier sociedad y que ha sido objeto de discordia de un inestimable número de familias. Para aquellos enanitos, los más grandes siempre serán un misterio; muchos de ellos piensan que están locos y dicen sinsentidos permanentemente. Stephen King relata con gran maestría la regresión irrevocable que experimentan los personajes, recordando poco a poco aquellas aventuras y desventuras que los unieron, que sellaron su amistad para siempre; una muestra cabal de que en masa, los niños pueden lograr todo lo que se proponen. 

La novela es un viaje a las profundidades del aparato cognitivo infantil y como éste comprende el vasto universo. Un extenso análisis de los propósitos y las confusiones de hombrecitos y mujercitas que aún no han alcanzado la madurez, y que por suerte conservan parte de su objeto más preciado: la ingenuidad y la esperanza. Es justamente de estas dos ventajas de las cuales se vale el payaso; así como a nuestros héroes le son tan familiares y preciadas, al payaso les son de gran ayuda para atemorizarlos. Los Perdedores deberán enfrentar sus miedos más profundos: Bill tendrá que desafiar la culpa por la muerte de su hermano, Ben el vergonzoso hecho para él de ser gordo, Eddie deberá hacerle frente a su sobre protectora madre, Bevvie los abusos de su padre, Stan saldrá en busca de un aliciente para su mente racional y deberá pelear contra lo sobrenatural, Mike a aquel ciclópeo pájaro gigante de la fundición y las persecuciones de los brabucones por ser negro, y Richie a aquel hombre-lobo de las películas y su boca floja que le causan más problemas que a ninguno. Todo esto teñido de las injusticias del nuevo mundo, la violencia en la sociedad norteamericana (un tema muy recurrente en sus obras famosas, como Carrie, El Resplandor y Cementerio de Animales, entre otras) y el fantasma de lo desconocido ciñéndose sobre sus cabezas. Para derrotar a Eso, deberán derrotar a Derry. Y eso pareció más fácil por entonces, veintisiete años atrás, y ahora que ya no comparten aquella amistad, destruida ya por el distanciamiento y los deberes cotidianos, las canas que asoman en sus cabellos y las arrugas que se marcan en sus rostros, no están seguros de poder derrotarlo.

A la opinión de muchos críticos conservadores de la literatura, que afirman que S. King es la “hamburguesa con papas fritas” del mundo de las letras, se opone la entusiasta aceptación de los admiradores de E. A. Poe, H. P. Lovecraft y el terror y la ciencia ficción en términos generales. En lo que a mí me respecta, he identificado en este autor estadounidense, una de las mejores cabezas para relatar historias que realmente hielan la sangre en pleno siglo XXI. Tejedor de varios clásicos del terror contemporáneo, King ha sabido crear y dominar un nuevo estilo de escritura amena y fluida basada en el desarrollo frenético del cine de Hollywood, pero permitiéndose a la vez el suspenso que, manejado con rectitud y precisión tan solo como él sabe hacerlo, demuestran que se pueden escribir obras maestras con elementos de la cultura Pop. Un libro altamente recomendable, a pesar de su longitud que para muchos puede parecer excesivo en un principio, pero que no es más que una sensación; al empezar a leerlo, el lector no advertirá que le falta poco para terminarlo hasta que llegue a las 1000 páginas. Indiscutiblemente superior a la película (como siempre ocurre) IT es un señor libro, indispensable en la biblioteca de los seguidores acérrimos del género.