4 de febrero de 2019

Espesura y copiosidad en la literatura. Un intento de describir la práctica de lectura moderna


El texto que sigue lo escribí entre septiembre y octubre del año pasado. Es un intento de crítica literaria. El objetivo es publicarlo por este blog, para que sea público y de libre acceso. Los que me conocen saben que no acostumbro a privatizar los escritos; en parte porque me gusta compartir y que otro sienta, disienta, debata o guste de lo que hago, y para ello me parece que lo publico es el ambiente optimo para el mercado de ideas. Para que alguno allí lejos, en una computadora, diga "necesitaba que alguien pusiera en palabras esto que también he pensado" o simplemente para iniciar una reflexión sobre un nuevos temas. Porque, como le dije una vez a una amiga, este blog es para compartir, para que uno no se sienta ya tan solo. Como se trata de un primer borrador, espero que el lector sepa perdonar los errores, algunos pasables, otros no tanto; pero así lo quise, porque, fuera de toda pretensión intelectual, solo espero que guste, sin ponerme receloso por la estructura gramatical, al menos esta vez. Me permito un descanso de mi neurosis habitual. Por eso, teniendo esto en cuenta, hagas lo que hagas, lo leas como lo leas, por favor, si algo de este humilde texto te mueve interiormente, te hace pensar o sentir algo digno de compartir, dejame un comentario. Intentaré subir contenido más a menudo. Muchas gracias!

Nicolás Meca - La Voluntad en Llamas

La dualidad espesura-copiosidad de la materia literaria impone un tributo sobre los intereses de los lectores. En reiteradas ocasiones la elección de un vehículo narrativo, como la novela o la poesía, implica la anulación de una u otra, por lo menos cuando actúa sobre la percepción estética heterogénea de los lectores. Los asiduos pragmáticos prefieren el best-seller por sobre cualquier otro libro, pero los ávidos seguidores de los poetas clásicos lo ven estéril y superficial. La agitada vida urbana también impone su ritmo de lectura, esta vez encargándose de moldear un nuevo prototipo de lector: el lector de ciudad, que responde al deseo de abreviar y consumir lo abreviado, pero en la curiosa paradoja de no saberse estafado por una versión abreviada, por cuya sola existencia de una más completa logra ensombrecer la lectura de la primera. En esta paradoja quedan insertadas las innumerables sagas de multi-numéricos volúmenes. Todas ellas atentan contra la necesidad de economía de lectura, pero se presentan a sí mismas como las únicamente necesarias para obtener el placer estético de la novela, hoy casi emparentada con la forma exclusiva de lectura placentera. Podemos argumentar que transitamos el siglo de la novela en serie, pero siempre en tensión con la necesidad de economía lectora. En la batalla entonces aparecen los cuentos y los poemas como solución transitoria, pero que no logran encantar al glotón devorador de multi-sagas, que prefiere el arte de la prolongación (incluso hasta ridícula) de la trama y la profundización (a veces inútil) de los personajes  principales (flashbacks, estudios del pasado, historias fuera del marco histórico-principal, etc.) Se ve la preferencia en los números que manejan las editoriales, y cabe preguntarse: ¿Por qué un prototipo urbano muestra semejantes incongruencias en la elección de literatura gruesa en contraposición con el corto plazo de ocio que la encrespada tarea diurna le otorga? La respuesta se inserta en el dominio del paradigma del siglo XXI. Una ciencia normal, un conjunto de leyes y razonamientos legitimados durante un determinado período histórico es más o menos la definición de Thomas Kuhn, filósofo y antropólogo. ¿Cuál es el paradigma actual y cómo influye en las preferencias temáticas del lector? Esa es la pregunta que aquí me dispongo a intentar responder.

La acción de lectura en el imaginario colectivo implica una escisión tensionada entre espesura y copiosidad, tanto de la acción de leer, el ejercicio de la producción escritora, y del elemento en el cual se ejercen: el libro. Es decir, nos representamos la típica imagen de un hombre o una mujer sentado/a repasando los ojos sobre un monte de papeles doblegados y solapados contra dos tapas. La espesura del libro nos representa una noción de tiempo, específicamente el requerido para empezar y terminarlo en una secuencia lineal. Por otro lado, la copiosidad es extra-textual; nos representa la dinámica de relación material y numérica del libro con un mundo entramado por otros libros (que le siguen en el estudio de una determinada materia o le siguen como secuela de ficción). Esta dualidad es clave para comprender que sucede en la mente del lector moderno cuando pronuncia el verbo leer. Inserto en el paradigma de la tecnología, el lector vislumbra la espesura y copiosidad de la literatura en conjunto, y los libros como materialización cuantitativa. Inmediatamente ocurre que se repele este multi-universo mentalmente infranqueable, casi por instinto. Un impulso animal de preservación de la cordura impide dejarse someter ante la pila infranqueable de tomos que componen una enorme biblioteca, sabiendo además que se trata de una de tantas otras en el mundo, repletas de miles de tomos más. Por ello y por su bienestar, el lector moldea un filtro por temas y dimensiones acordes a sus gustos, aspiraciones, y posibilidades y disponibilidad temporal. Determinado lector elegirá libros de determinada espesura, y que a su vez, están insertos en determinado circulo de copiosidad; esto incluye, como ya hemos mencionado, los libros que le antecedan o le sigan, o si pertenece a una variedad autónoma (como antología poética o de narrativa breve) o bien un ensayo o crónica sobre temas que puedan ser abordados en pocas páginas o que no contengan demasiados tecnicismos. La toma de consciencia de la actividad de lectura es la que predispone a cada lector a una elección particular, condicionada por el encuadre de percepciones que delimitan una “espesura y copiosidad personalizadas” y, por lo tanto, en consecuencia de la cantidad de horas o días que el lector esté dispuesto a consumir y la cantidad de volúmenes  físicos que está dispuesto a comprar.

La experiencia de lectura que más copiosidad permite es la saga literaria. Si bien en espesura sigue sometiéndose a los juicios estrictos sobre las delimitaciones personalizadas, la copiosidad, en este caso, es mejor tolerada en función de un paradigma de lectura. Este es el paradigma que ocupa estás líneas, el paradigma del personaje y la historia del detalle. Un recurso que puede hacer uso de la espesura cuando se trata lo referente al suspenso y la ganancia por libro; ya que por otro lado la copiosidad es claramente más importante tanto para el lector que quiere evitar depositar grandes cantidades de dinero sobre varios libros, como para las editoriales que recaudan por unidad y se benefician de la saga como mercancía. Esta visión, repito, y nada más que “esta visión” del lector, es la que conforma el paradigma de la copiosidad en la economía de lectura en detrimento de la influencia de la espesura y  temáticas abreviadas. La misma incapacidad de la “espesura desmesurada” de captar la atención del lector se compensa con la necesidad del paradigma del personaje profundizado y el detalle. Por consiguiente, se deben crear y expandir las historias y los pormenores de la trama sin caer en la “espesura desmesurada”, y amortiguar esta “falta” con la copiosidad de las entregas.

Está más que claro que existen excepciones de la supresión mental de los libros de espesura desmesurada. Juego de tronos es un claro ejemplo, pero la saga opera con todo un aparato publicitario condicionado por la serie televisiva que la popularizó, y aun así eso no fue suficiente para granjearle al lector las ganas de internarse en los cinco libros pesados que ostentan las vidrieras en primera fila. Simplemente el rechazo de la espesura aquí es vencida por lo externo a lo estrictamente literario: el aparato publicitario que captó el interés renovado por la literatura que engendró el producto audiovisual.

Economía en la diagramación textual de la novela y las sagas

En lo referente al texto que caracteriza la saga, se trata de un principio de economía basado en un estilo dinámico, muy parecido al guion de cine, que oscila ingeniosamente entre un farragoso corpus de diálogos y narrativa descriptiva, especialmente la que describe la escena espacio-temporal, algunos eventos del pasado de los personajes que intervienen en la escena, y la situación anímica y física de cada uno antes de la primera línea. El narrador se escinde entre los personajes y dota de personalidades y conductas estables, tarea en la que no se ve en la imperiosa necesidad de manifestar contradicciones humanas, sino generar de un envase cristalizado de formas de hablar y del hacer, que puedan digerirse empaquetadas por unidad-personaje. Una de las cristalizaciones más comunes son los clichés o frases recurrentes, cuyo efecto deshumanizador paradójicamente se nivela con un efecto semi-divino de seguridad y complicidad con el sufrimiento en las situaciones del nudo narrativo, o más bien para identificarse con el patetismo del conformismo, tal cual ocurre con el célebre personaje de Hermann Melville, Bartleby, que elude cualquier compromiso extraordinario a su tarea en la ya reconocida muletilla: “Preferiría no hacerlo”. Si bien este no es el caso más preciso, nos sirve de ejemplo de cómo funcionan las muletillas en la literatura y como son recibidas por el público lector de novelas y sagas, que busca, ante todo, economía de sentido. Desde esta perspectiva, la muletilla cumple una función “economizante” de la caracterización humana. Encierra al personaje en una burbuja de sentidos dosificados a cuentagotas, de los que el lector infiere una serie de atributos fijos que lo complacen en la seguridad del reduccionismo; una economía de la esencia prototípica. Bartleby es Bartleby en cuanto a su profesión, lo que hace y el papel que juega en la trama, pero siempre sujeto a su propia dosificación, atravesado por “Preferiría no hacerlo” como corolario de sus predisposiciones mentales y actitudinales. Para el lector, la muletilla es una forma íntima de relacionarse con el amasijo aparentemente confuso y complejo de la existencia, y empaquetarla en un envoltorio idílico para el rápido consumo. Sirve, en conclusión, como un elemento economizante del entendimiento, el fin de un nudo conductual que define la complejidad humana en un simple sintagma o agrupación de adjetivos. Bartleby, hombre cuyos adjetivos reconocemos por estructurado y pacífico, es a su vez, al final de la historia, la suma de sus esquivas muletillas que reencarnan en forma de repetidas renuncias al deber, hasta que sufre un destino kafkiano, en palabras de Augusto Porporato (escritor de La Voz), cuando pernocta en la oficina y el jefe decide abandonarlo. Un punto de color que nos queda de este trágico escribiente es que los compañeros simpatizan con su personalidad, contestando a los mandados del jefe con el mismo condicional “preferiría”. Esto demuestra que, lejos de la intención de denostarlo por envidia, Bartleby sorprendentemente contagia a los otros con la pintoresca frase. El elemento economizante de sus muletillas se perpetúa en las influencias ejercidas sobre los personajes secundarios, y terminan superando los límites de acción del mismo Bartleby, al llegarle al lector el paquete de sentidos que le corresponde: sus muletillas, su nueva influencia y su aparente inocencia; todo ello es Bartleby, aunque sea apenas una parte de cualquier alma humana, estas son las que la economía de sentido novelístico resalta.

Cliff-hangers:

Como ya habíamos dicho, si bien la espesura es un principal obstáculo en el acercamiento de consumo literario, los escritores despliegan un amplio abanico de técnicas destinadas a mantener alta la atención de la lectura, una vez vencida la renuencia de la búsqueda inconsciente de economía de espesura a través de aparatos publicitarios en diarios y revistas, blogs online y otros dispositivos de llegada inmediata. Las imágenes en las tapas, una cuidada sinopsis tejida entre palabras clave que, insertas en el imaginario colectivo, disparan automáticamente asociaciones de género literario, en el que el lector se inserta en una continuidad de un universo de expectativas. Ejemplos claros de la narrativa de suspenso y terror podrían ser “pasado oscuro”; “ritual satánico”; “muertes misteriosas”, etc. Pero en lo que nos concierne aquí, nos interesan las técnicas de captura de la atención que aparecen in scriptum, por ejemplo, los llamados cliff-hangers, recurso común entre novelas y sagas. Se trata básicamente de párrafos o líneas que no deben dejar indiferente al lector de cómo continua la trama. Se utilizan preferentemente sintagmas de palabras ambiguas, pero tentadoras; el uso de los puntos suspensivos, a su vez, otorgan sensación de algo incompleto que requiere ser rellenado y expandido. En la trilogía de Cita con Rama, del escritor Arthur C. Clarke, encontramos un ejemplo en el tercer capítulo. Los protagonistas se encuentran con una nave misteriosa que atraviesa casualmente el sistema solar. Al principio la confunden con una estrella, pero luego de detenidos análisis, el equipo satelital descubre que este cuerpo no emite energía ni se trata de una formación rocosa. Es una nave, de diseño cilíndrico, claramente obra de seres que dominan una metodología de diseño y ensamblaje de máquinas propulsoras. Rama, así la bautizan, se desliza con parsimonia frente a la vista de los telescopios de la Nasa. Cuando el cuerpo de gris pardo oscuro se recorta contra los perfiles de la Tierra, haciéndose un inmenso terreno metálico que ocupa gran parte de las pantallas, los científicos sabían que se acercaba. Era el momento perfecto de alineación para explorar la nave antes de que saliera de la órbita terrestre. El capítulo termina con el siguiente párrafo, alzando una implacable curiosidad que solo quedará satisfecha leyendo el siguiente capítulo:

“El largamente esperado y temido encuentro [con Rama] se produciría al fin. La humanidad estaba a punto de recibir a su primer visitante venido de las estrellas.”

Más adelante, con los científicos ya en la atmosfera cilíndrica de Rama, Mercer descubre el interruptor escondido de la compuerta de Rama, momento propicio para insertar el cliff-hanger maestro del que el lector no podrá resistirse:

“[Una vez abierta la compuerta] Algunas partículas de polvo, arrastradas por ráfagas de aire liberado, salieron al exterior como deslumbrantes diamantes diminutos al herirlas el Sol. El camino a Rama estaba abierto”

Otros recursos que permiten transitar la espesura del libro-saga o novela están emparentados al lugar común de los temas y las complicaciones en las interrelaciones de los personajes. Si bien una reyerta o un desencuentro sirven como disparadores de diferentes entramados, el interés personal de identificación del lector con estos avatares los puede satisfacer más fácilmente con este género; sensación que normalmente los cuentos y la poesía no les otorgan, y que forma parte del paradigma actual de filosofía lectora.
Por otra parte, la antología poética y los cuentos. El género de narrativa breve nos presenta esta curiosa relación entre espesura y copiosidad, acotadas y vencidas por sagas y novelas que la presentan en cantidades mayores. ¿Cómo es posible que el lector moderno prefiera leer novelas aun sabiendo que son más largas, cuando tiene la posibilidad de elegir producciones más cortas? ¿Cómo es que una comunidad que se excusa de tener poco tiempo para todo elige las producciones de más espesura y copiosidad? Tenemos dos respuestas para esta pregunta. 1) El paradigma ya mencionado del personaje profundizado. 2) La contradicción de espesura de la saga con el cuento y el poema no radica simplemente en la economía del número de palabras, ya que esta última se ve afectada por el entramado de entrelíneas que ostentan los cuentos y la poesía, géneros especialmente cultivados en el pasado, que de a poco están perdiendo vigencia en el panorama de la literatura del siglo XXI. Si bien no aplica para toda la producciones de cuentos, y teniendo en cuenta esta franja temporal de producción de narrativa breve situada ya cada vez más lejos, el cuento y el poema hacen uso de un vocabulario extenso y rico, y muchas veces requieren de conocimientos previos para desentrañar el significado más superficial. Ya vemos como la contradicción se va disipando ante la luz de este reduccionismo práctico: menos líneas, más difíciles de comprender y menos capacidad de captación de referentes de otras obras. ¿Es el lector moderno menos dotado de este aparato de competencias literarias? Para responder la pregunta, tengamos en cuenta la situación social en la que la recepción se ubica. El siglo XXI se caracteriza principalmente por el gran consumo de productos audiovisuales, en especial el cine y la industria de Hollywood. Los autores modernos, si bien algunos reconocen influencias literarias, otros, como Stephen King, reconocen la influencia de la industria cinematográfica como una de las más relevantes en sus trabajos. La temática de terror, que a principios y mediados del siglo XX cobró un status alto de las formas y la estética del monstruo, tiene mejores posibilidades trabajando en este nicho popular de las imágenes y los efectos especiales, y esta relación se ve traducida por una vuelta hacia la literatura de terror como iniciación lectora de la nueva juventud. En otras palabras, asistimos a un nuevo fenómeno cultural: el retorno a la literatura de terror partiendo del cine de terror. ¿Por qué hablo del género terror y no de otros más recurridos como el thriller psicológico, el drama o el romance? Porque nos proporciona el mejor ejemplo de la tensión entre las sensaciones del medio audiovisual con la letra fija, la caligrafía y la imprenta, los símbolos lingüísticos de los que se nutre la literatura. Los frecuentes consumidores de series y películas recurren a la literatura de terror como la única capaz de emular en libro lo que el espectador espera de la pantalla. El universo de expectativas literarias modernas se enfrenta con un nuevo horizonte: igualar o superar la experiencia audiovisual. Es aquí donde el lector moderno impone nuevas reglas al oficio de escribir. Robert Escarpit escribe: “Cuando se piensa en un escritor como creador, se suele olvidar que comenzó por vaciar su inspiración en los moldes tradicionales, que ya contenían en germen las formas a las que más tarde daría vida”. Los moldes tradicionales que menciona Escarpit son por mayoría, en la literatura moderna, moldes hechos a medida del cine. Nos encontramos a una cantidad considerable de escritores que recuperan temáticas y tropos cinematográficos que se revuelven en sus cabezas obsesivamente, casi anulando la posibilidad de alguna influencia puramente literaria. Lo mismo ocurre con la masa lectora moderna. La expectativa de un horizonte de sensaciones comparables al medio audiovisual impone un verdadero obstáculo al gusto por la literatura anterior o contemporánea al cine. No es esta producción literaria la que provee al lector de los estímulos del cine, sino más emparentada con las influencias del realismo decimonónico o los clásicos de principios de siglo XX. No debería sorprendernos que las leyes de espesura y copiosidad se vean de vez en cuando contradichas por sagas que cultivan mejor que otras el paradigma de los personajes profundizados, y a su vez una especie de “cinemática poetizada del diálogo”. Junto con la economía de sentido y diálogo cinemático, el lector recibe una mejor compensación o, mejor dicho, una compensación más acorde a las “conveniencias” contemporáneas (para ver mejor el término conveniencia, consultar: Escarpit, “La obra y el público”, en Sociología de la literatura). La poesía, que otorga el mayor de los placeres a sus acostumbrados lectores, esboza una tenue semblanza de las series humanas que retrata. Su centro de interés está puesto en las formas y en los sentimientos o problemáticas recurrentes del hombre y la mujer; no pretende analizar en detalle ningún contratiempo ni malentendido cotidiano lo demasiado tendido como para instalarse por fuera de una serie casi fija de maneras de amar, de odiar o de sufrir ampliamente retratadas en el arte y la historia de la humanidad. Si estas maneras son repetitivas, es la razón por la que el poeta desea captarlas y liberarlas; las vomita en palabras violentas, de corta duración pero potentes, pero cuya potencia vive y se alimenta de la potencia del lector. Temas más generales como el amor no correspondido, el amor cortesano y desinteresado de la Europa de los trovadores provenzales; la tragedia y Homero; el drama de la vida y la muerte; y esta ultima como la muza quizás más citada en la poesía. Como ella solo aparece y arrebata lo que antes demostró las puras cualidades de la juventud y el brío, es lo suficientemente potente, pero efímera, para que el poeta le dé un tratamiento de duelo severo ante lo inevitable (y a la vez corto), pues la muerte es, como ciertamente menciono unas líneas atrás, un arrebato. Dura lo que dura el manotazo de la zarpa de un delincuente que roba una cartera a una anciana en las calles del centro; tarda segundos en destruir lo que tardó décadas en construirse. Y la poesía no lo ignora. Sabe que puede abordarla desde su esencia efímera, y para ello acude a palabras certeras y resonantes; las que produzcan algún escalofrío y reconciliación de los años mozos con el advenimiento de la Parca; y, por supuesto, la última voluntad del moribundo, como queda retratada en Requiem de Robert Louis Stevenson:

“Under the wide and starry sky
Dig the grave and let me lie.
Glad did I live and gladly die,
And I laid me down with a will.
This be the verse you grave for me:
Here he lies where he longed to be;
Home is the sailor, home from sea,
And the hunter home from the hill.”


En el poema The Sick Child , una visión de la muerte y la enfermedad de un niño postrado en cama se presentan también con un lenguaje bucólico que otorga el placer de la dramatización de la hora final de alguien demasiado joven para morir. La madre, a su lado, evade poéticamente las lucidas preguntas del niño:


Child---
“O mother, lay your hand down my brow!
O mother, mother, where am I now?
Why is the room so gaunt and great?
Why am I lying awake so late?”
(…)
Child---
“I have a fear that I cannot say.
What have I done, and what do I fear.
And why are you crying, mother dear?”

Mother---
“Out in the city, sounds begin,
Thank the kind God, the carts come in!
An hour or two more and God is so kind,
The day shall be blue in the window-blind,
Then shall my child go sweetly asleep,
And dream of the birds and hills of sheep.”


A lo que quiero llegar en este punto es el hecho concreto de la muerte y la enfermedad poetizados en cortos párrafos, y la construcción del destinatario lector que propone es el que deriva de aquellas pompas el dulce disfrute de la poesía en su síntesis; una síntesis que no precisa nada más que su lenguaje bucólico (evocador de prados y lagos, de “pájaros y colinas con ovejas” como le explica la madre; el locus amoenus de los clásicos), sus cortos versos y sus palabras que interpelan poderosamente las temáticas inmanentes de la existencia, incluida la muerte y lo que sigue a ella. No sería desacertado afirmar que darle el mismo tratamiento a la muerte de un personaje de novela solo generaría un efecto ridículo, puesto que la novelización del hecho de muerte queda mejor plasmado a través de diálogos entrecortadas, descripciones precisas de la situación física del moribundo, y toda la construcción emotiva de la historia del personaje y sus hazañas, trazadas en los capítulos y/o novelas anteriores. El moribundo de novela debe estar en condiciones deplorables, el lenguaje que describe la escena debe ser por preferencia crudo y descarnado, y generalmente presentarse a través de una “dupla de muerte”; es decir, el moribundo asistido por un testigo, a quien se le transmitirán las últimas voluntades, y quien, por regla general, un poco como tropo carbonizado por su uso persistente, pegará el grito en el cielo, reclamando que le devuelvan la vida al digno hombre que acaba de perderla. Estos efectos de lo épico, la muerte asistida, las últimas palabras, conforman un conjunto o paquete novelizado cuyas principales características son la importancia de la dialogización del moribundo con el testigo y la historia que le precede a su muerte. Cada acto heroico, hasta incluso cada pormenor de la caracterización del moribundo mostrado en las primeras páginas cobra en aquel momento un nuevo sentido. Es el sentido dramático que toman del paradigma de la profundización del personaje. Es menester que aquella profundización sea cuanto más exhaustiva y detallada, para que el efecto de la muerte y su disparador en el testigo produzcan un impacto emocional. En este caso, la copiosidad y espesura de la trama de caracterización del héroe ganan terreno en relevancia para el impacto épico final de la muerte. Tal es el ejemplo de la ejecución del reo fantástico de la novela de Stephen King: La milla verde. Ante el advenimiento de la injusta ejecución, el protagonista inquiere al reo en si hay algo que pueda hacer por él. La culpa del oficial le retuerce la vejiga, la que el negro ayudó a sanar, y ante los ojos lacrimosos del lastimero futuro ejecutado, le confiesa si no quiere este que lo deje huir, porque, comenta reflexivo:

“En mi juicio final, cuando esté frente a Dios, y Él me pregunte por qué yo maté a unos de sus milagros. Qué le voy a decir? Que era mi trabajo?”.

El reo responde: “Le dirá a Dios-padre que hizo algo bueno. (…) Tiene que dejarlo así. Quiero que todo termine. (…) Estoy cansado, jefe, cansado de caminar como un gorrión bajo la lluvia. Sin nadie que me diga a donde ir ni por qué (…) Me cansé de que los hombres sean ruines con los otros. Son como pedazos de vidrio en mi cabeza… Todo el tiempo. Lo comprende?” le espeta lloroso.

Y el reo es comprendido. Porque en la historia que el autor ha dedicado centenas de páginas en forjar, ha demostrado con creces no solo la inocencia del negro, sino también sus capacidades especiales. El remordimiento es tanto del protagonista como del lector que asiste a la burocracia ruin del desenlace. Y esto lo logra después de unas 300 páginas de narración. Finalmente el efecto gana en dramatismo  como se engrosa en espesura, y de esta correspondencia espesura-dramatismo, el narrador se sirve para potenciar, dosificar y mensurar las consecuencias emocionales de la escena. La economía lectora de la espesura se queda con la eficacia del dialogo cinematográfico y la economía de sentido del efecto dramático: un molde que supone una fijación de elementos de producción en masa para la dosificación de sentidos tomado del cine y puesto en función de la literatura contemporánea:

Desarrollo de la historia del personaje – Caracterización de la personalidad, los juicios y las mañas – Pasado o evento sospechoso del personaje – Personaje coincide en la escena del crimen de dos niñas asesinadas – Enjuiciamiento y encarcelamiento con previa pericia policial – Convivencia del reo en la Milla Verde – Sucesión de hechos sobrenaturales que involucran al reo – El protagonista es tomado por los genitales y el reo extirpa a través de la boca un tejido enmarañado de moscas negruzcas que expulsa con fuerza – Sanación de un problema urinario del protagonista - Comprobación de los poderes del reo – Profundización de su pasado – Protagonista llega a la conclusión de su inocencia.

Esta secuencia, desarrollada sobre la espesura de la narrativa, es de una relevancia capital para el efecto final. Sin ella el efecto novelesco se disipa antes de efectuarse y llegar al centro dramático que el consumidor espera ansioso.
De la economía de sentido, la estética del dialogo, y de la “espesura” y “copiosidad” se nutren las series literarias. En los cuentos pueden aparecer rasgos de intertextualidad que integren un modelo de copiosidad interna del texto, como es el caso de Borges (los ejemplos de menciones de enciclopedias en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius; las citadas “obras visibles” de Pierre Menard (utilización del texto apócrifo también explotado por H. P. Lovecraft); y en general cualquier mención bibliográfica interna que remita a otra obra, tenga sentido de continuidad con la trama o no. Las menciones bibliográficas son manifestaciones de copiosidad inmanente textual, pero se diferencia de la copiosidad novelística por no presentarse como significativa para el entendimiento de la trama principal; se trata más bien de referencias cultas para lectores experimentados, pero en fin menciones que pueden influir poco o nada en el desenlace de los hechos. En todo caso, pueden ser tratados como guiños para una segunda interpretación, la que prosigue a una de tipo fáctico, en el que las series y novelas se mueven por preferencia, dejando de lado cualquier simbolismo o ambigüedad.