8 de diciembre de 2011

Cognición Abstracta

De los tantos misterios de la psicología humana nada puede decirse con seguridad. Es el trabajo de tantos reconocidos estudiosos un designio sin frutos, que jamás ha iluminado por completo los rincones oscuros de la mente. Freud aventuró pedantes observaciones, inconclusas investigaciones en fin, que no han fluctuado más allá de las limitaciones del hombre. De aquí nació La interpretación de los sueños, como argumenta en aquellas páginas el padre de la psicología: que las representaciones oníricas se enlazan en muchas ocasiones con estímulos externos; por ejemplo, un pie pendiendo fuera de la cama puede dar la sensación de estar cayendo en el vacío. O bien que los sueños son realizaciones de nuestros más fervientes deseos imposibilitados de llevarse a cabo en la vigilia. Estos textos y otros, son un acertado material de estudio, pero no por ello hubieron de comprender lo incomprensible. Así es señores, lo incomprensible; lo desatinado; lo invariable; lo indefinible… tantos adjetivos debería usar… y no me alcanzarían las palabras. No son las palabras justamente las que arrojasen luz a esta incógnita generacional. ¿Son acaso fiables los sentidos? ¿Más aún que las palabras? No estoy seguro. No obstante, sería de mi agrado contarles mi experiencia visual, de la que no he malogrado con mi injusta incredulidad, a pesar de no haber estado a la altura de la circunstancias debido a mi estado de aparente aletargamiento.

Eran las diez y veintisiete minutos de un lunes lluvioso de verano. Con los ojos arrastraba las negras siluetas del horizonte urbano hasta detenerme en el cielo estrellado. Llovía a cántaros. Apenas podía distinguirse las ventanas de los edificios y las luces de los departamentos lucían como pequeñas luciérnagas en la noche. Hacía ya cinco años que mi familia había muerto y ya no me quedaba nadie. Estaba solo en este mundo. Desde ese entonces no hacía más que entregarme a raras lecturas, infinitas meditaciones nocturnas y a echar obsesivas miradas al reloj. ¡El reloj! Me tenía posesionado; las agujas marcaban la hora, un monótono sonido… tic tac tic tac. Curiosamente, este era el único sonido que escuchaba todo el día. Había conservado un cuaderno con anotaciones diarias de los hechos ocurridos bajo mi techo, desde los más importantes hasta los más triviales: desayuno, almuerzo, lectura y meditación, cena, lectura y meditación, dormir. Al día siguiente el mismo proceso: desayuno, almuerzo, lectura y meditación, cena, lectura y meditación, dormir. Esto fue lo único que hice durante cinco largos años. La esencia de lo eterno ya no me es ajena; comprendo el sentido de la rutina; de la existencia sin rumbo, la creciente obsesión con las pequeñeces. Un plato roto podría ser mi objeto de análisis durante horas y horas, escrutando sus partes, su contextura, olor y color hasta el hartazgo. Lo cierto es que a diferencia de la gente común yo contaba con una habilidad poco normal. En el equilibrio de las cosas, en los ángulos de las paredes, en los pozos profundos había un índice matemático que se me hacia visible casi por instinto. Se delineaban con claridad en mis ojos —como al cirujano las líneas invisibles de corte— las simetrías y la contabilidad proporcional de la materia. ¿Sería yo una especie de genio? ¿O un loco sin remedio?  Tal vez fuera solo mi imaginación y no contara con semejante habilidad. De todos modos, nada puede esperarse de un pobre solitario en busca de algo a que aferrarse. Una vez terminada mi meditación, un débil destello  relampagueó en un rincón de la casa. Mi mirada se centro con determinada atención sobre el marco inferior izquierdo de la puerta de mi habitación: era un hueco negro, luminoso y sonoro. El ruido era como de succión. Lo que vi a continuación fue aún más anormal. Pasaba por allí una gorda y asquerosa cucaracha. A medida que se iba acercando al agujero, iba perdiendo el control de sus movimientos. Por ende, el bicho terminó siendo succionado enteramente por el agujero. Me froté los parpados, no pudiendo creer lo que veía allí. Las pelusas y el polvo, raramente en esa zona desaparecían cuan rápido caían del techo; eran aspiradas con efectiva rapidez. Fueron varios minutos los que pasaron mientras conseguía entenderlo todo. Sabía que había tomado mucho en la cena. Se me  había ocurrido comprar cuatro botellas de cerveza Corona y un frizze azul —que compré con renuencia, estaba a mano en un supermercado chino y a buen precio— que bebí sin tapujos, indiscriminadamente; de alguna forma quería evadir la penosa existencia que llevaba. Había perdido la selectividad y el buen gusto, de hecho, cualquier bebida alcohólica que me proporcionara unas horas de despreocupación y me permitiera ignorar la vida era bienvenida. Los vecinos me veían llevar a mi departamento una increíble cantidad de bolsas con alcohol, y siguiendo su juicio correcto, deben pensar que soy un borracho empedernido. No los culpo por eso, y no me interesa tampoco. Necio aquel que se emborracha una y otra vez en fiestas, siendo estas ya una razón mas que significativa para estar contento. Mi ingesta era enteramente necesaria. La soledad y mis pensamientos me jugaban una mala pasada antes de irme a acostar; era ese momento donde quebraba y me lanzaba a llorar. La emoción era potente, incluso algunos vecinos del edificio tocaban mi puerta con fingida preocupación, otros, gritaban de la ventana que me callara. Después de llorar, fijaba la vista en un objeto y comenzaba mi ciclo meditativo, que no pararía hasta unas tres horas más tarde. Aquel día me centré nuevamente en el agujero, luego de haberse tragado la cucaracha y el polvo. El rumor de succión todavía podía escucharse. Alrededor de él, las pelusas seguían siendo tragadas a medida que aparecían. Aparentemente aquel agujero no culminaría su tarea nunca. Del núcleo centelleaba un color negro brillante, y sus vectores eran casi visibles, como manos que atraían la materia hacia dentro. Se me ocurrió una travesura. Agarré un clip y lo arrojé al agujero; efectivamente fue succionado con un sonido metálico. No pude escuchar más nada una vez arrojado el clip, debía de tener aquel agujero un sin fondo abrumador. Ahora se me antojaba arrojar un martillo que se situaba a unos pocos metros de mi alcance, sobre la mesa. Lo tomé rápidamente y lo lancé con fuerza al agujero; este se abrió más aún y lo succionó por completo. Ante mi asombro no pude hacer más que mirar atónito sin respuesta. El agujero era ahora unos diez centímetros más grande y su potencia no parecía haber aumentado ni mucho menos amainado, se mantenía constante. Las pelusas seguían siendo succionadas. Miré el reloj, las dos y media de la mañana. Entendí que mi contemplación del agujero había durado mucho, ¿o fue mi llanto el que duró tanto? No lo recuerdo —o nunca lo supe—, todo era anacrónico. Las botellas de alcohol en la mesa goteaban el contenido del pico, las gotas se derramaban suavemente por las caderas vidriosas hasta estrellarse contra la fría madera de la mesa. Se me antojó tomar una cerveza. Fui hasta la heladera, pero no había más. ¡Tendría que comprar ya! En cambio, me quedé mirando el agujero. Pasaron unas tres horas más, en las que no me moví ni un solo milímetro. El sol comenzaba a aparecer por el lejano horizonte, bordeado de cuadrados edificios, un espectáculo deplorable, la ciudad y el cemento lo arruinaban todo, destruían la belleza natural del ambiente. Y yo me sentía más devastado que nunca, habían pasado los minutos sin piedad y el sueño me invadió. Por alguna extraña razón no podía quitarle la vista al agujero; ya he dicho que en mi estadía allí durante cinco años había desarrollado un complejo psicológico del cual no podría librarme. Ahora el agujero suplantaba al reloj. Dejé de tomar nota en mi cuaderno, que quedó allí abandonado, todo empolvado, y comencé a concentrarme cada vez más en el nuevo hallazgo. El agujero seguía tragando las pelusas. Recuerdo que me quedé dormido, pero no sé a qué hora, pues no vi el reloj.

Cuando me desperté, mis ojos fueron a encontrarse directamente, una vez más, con la negruzca apariencia del agujero, que no desistía en su incesante tarea, el polvo y las pelusas seguían siendo succionados como una aspiradora. Entendí entonces que no era mi borrachera la que me había hecho alucinar. Esta vez se me ocurrió lanzarle algo más grande. Escruté el  barnizado contorno de madera del reloj… lo usaría para ensanchar el agujero por segunda vez. Me acerqué, lo agarré con las dos manos con fuerza —era pesado, teniendo en cuenta que pertenecía a mi bisabuelo, el único legado allí presente—. Mi frente sudaba en respuesta al enorme esfuerzo que estaba intentando ahormar al peso del gigantesco artefacto. Casi me tropecé cuando me acercaba al agujero, pero logré sobreponerme. Cuando estuve lo suficientemente cerca, lo arrojé con toda la fuerza que me quedaba. El estruendo me ensordeció un instante. La madera, toda astillada, había dado de lleno contra el marco de la puerta, la cual se desprendió y cayó al suelo en seco. Pude ver como el agujero se ensanchaba hacia arriba y se hacía más largo hasta cubrir toda la superficie del reloj. Entonces se lo tragó, con un ruido de succión agresivo. Vi como se perdía en la oscuridad el objeto en cuestión, hasta que no supe más de él. El agujero hacía un ruido horrible, como si se hubiese averiado. Tragaba pelusas con más fuerza y en un momento sentí que era arrastrado por un viento fétido y corrosivo hacia el núcleo negro. Me aferré a las paredes desesperadamente, y el hedor se hacía cada vez más intolerable. Era como un olor húmedo, mezcla de cadáver con algo orgánico. Cerca del abismo oscuro, ¡Ay, eso! Lo vi, era algo horripilante, contrahecho. Pude contemplarlo, ¡No estaba borracho! Era… una extensión infinita, toda gris… muertos, cubiertos de polvo y pelusas, objetos de toda clase desperdigados y repartidos irregularmente por el terreno. ¿Cadáveres humanos?, si, había de esos. También, ¡Ay!, ¡otros cadáveres!, razas indescifrables, restos no humanos, objetos desconocidos, de muchas épocas, ¡Oh, aquel vórtice atemporal, negro, centelleante, nido de monstruosidades!; el hálito fúnebre que de tu garganta emana sería embeleso de Baudelaire y néctar de la discordia para un demente. ¡Ay!, hoyo desconsolador, mediador entre la realidad y la fantasía, que el sol nunca dispare ni un solo rayo a aquella llanura de muerte y polvo grisáceo, y que en el olvido tus miles de secretos perduren por siempre, porque deseo olvidarlos… allí… al fondo, erguido sobre las cenizas de una vida que alguna vez brilló, un cuerpo cubierto por una espesa capa de polen cabeceaba en un intento patético de moverse a través de aquél páramo de muerte; y esa sonrisa, ¿qué me habrá querido comunicar?, será espantosa, pero encerraba todo el espíritu del universo.

Me había desmayado. Al recobrar la conciencia, me sentí aliviado. Vislumbré la noche estrellada, llovía como la noche anterior. El agujero había desaparecido; todo había terminado. Meditaba sobre lo solo que me encontraba. ¿Quién creería lo que había soñado una lluviosa noche de verano? ¡Que locura! Me paseé por todo el departamento. Discurrí por el pasillo, el comedor, la cocina y el baño. Me preocupaba algo. Era un sentimiento opresivo, angustioso. Nunca me había impregnado el corazón de tanta tristeza. El recuerdo de mis padres acudió con clara nitidez, como si fuera real. ¿Sería la resaca de aquella mañana? Mi madre me tendía la mano y me decía algo que tardé en comprender; sonaba como un susurro. —¡Madre, me has dejado solo!—le grité. Su semblante parecía no haberse mutado en absoluto, pero en cambio insistía diciendome algo. Agudicé el oído. Decía algo definitivamente. —¿Dónde está hijo?, ¿dónde lo dejaste?—. Miré a mi alrededor, no sé a qué se refería. Los efectos que habían causado en mi alma aquella pesadilla todavía no se habían borrado. Envejecí en un instante; me estremecía la idea de morir entre esa humedad, en soledad. Insultando, maldiciendo y golpeando el duro yeso de los muros, corría como un loco buscando una respuesta a la desgracia que me abatía; hasta que la encontré: el reloj ya no estaba.

18 de noviembre de 2011

Creepypasta Delight

Las leyendas urbanas han sido durante generaciones y generaciones el deleite para algunos guerreros de lo fantástico y el objeto de burla del común del pueblo racional. Las historias transmitidas desvirtúan la estabilidad mental de los oyentes y se graban a fuego en sus neuronas, creando un fantasma psicológico que participa de nuestras más horrendas visiones nocturnas, de esas que se vislumbran bajo el frío baño lunar que se posa sobre las siluetas de los valles inhabitados, las faldas de las montañas silenciosas, los pantanos cenagosos y las calles agrietadas de los pueblitos lejanos. De las voces suscitadas de un hoyo en la pared hasta la débil sensación de que a uno lo están observando de espaldas, es lo que mantiene una moderada distancia consciente de las bocas atrevidas que emiten dichos sucesos, vilmente trágicos para nuestros oídos. Varios hombres, que hayan estado en conocimiento de estas leyendas, han desaparecido luego de prestarse a escuchar los sonidos que emite el viento o por el simple hecho de que sus cerebros se contaminaron de una forma tan brutal que eligieron el perderse en una cuidad cualquiera, para no ser vistos nunca más. Y es que el peligro más evidente de estas fábulas del terror es el que se abalanza sobre nosotros con una feroz fuerza, injuriando la psiquis, las terminales nerviosas y los medios del pensamiento. De esta manera los más vulnerables son los de admirable imaginación, tanto por la capacidad de materializar estos miedos, como por el terror latente de que puedan aplicarse alguna vez a la realidad. Esta sería las respuesta más citada por los mundanos ciudadanos, tal vez por miedo a admitir lo que sospecharon desde un principio. Tienden a relacionar estos temores de la gente sensible con el impulso de su propia imaginación, la cual ellos creen, es demasiado trastornada, poderosa. Personalmente no puedo decir nada, siendo yo también uno de estos mundanos, aunque un poco más indeciso de la verdad que el resto, porque alguna vez tuve una imaginación superdesarrollada de niño y no ignoro la potencia con la cual las visiones fantasmales se me aparecían cotidianamente.

Varias de las historias de linterna y fogón, a pesar de ser clásicas, siguen haciendo temblar el pulso de los ancianos y alertar a los incrédulos adolescentes. La leyenda de Atlántis, la hermosa y opulenta isla griega que se sumergió en el océano con sus casas de techos dorados completamente en ruinas, despierta la gran aversión a lo desconocido. Otras leyendas, más siniestras, como la de Bloody Mary,  —el espectro de una chica que se presenta al llamarla por su nombre tres veces frente a un espejo— han jugado con la contracción supersticiosa de las creencias de la gente para desencadenar una red inmensa de advertencias ridículas, en pos de protegerse de estos supuestos peligros sobrenaturales, naturalmente omitidos por la civilización pensante. Lo cierto es que mientras más oscuro y verídico es el tono del narrador, quién deberá esforzarse para ello, más sospechas levanta en los oyentes sobre la posibilidad de ser real su relato. Es por eso que las leyendas más monstruosas están escritas por individuos de notables facilidades mentales para acrecentar la atmósfera de tensión que se moldea a través de la narración de los acontecimientos, generando así un clímax perfecto de expectativa y horror que hacen de esta una sensación inigualable. 

Las leyendas urbanas también tienen su espacio cibernético en Internet. A diferencia de las otras leyendas, estas fueron escritas en diversos blogs o redes sociales, que poco a poco llegarían a proliferarse por toda la red. A este tipo de leyendas les llamamos Creepypasta, nombre que hace referencia al copy-paste que se concreta para desperdigar la información a todas las páginas de internet posibles y así poder darse a conocer.

En una noche de noviembre —no recuerdo la fecha— tuvo lugar una extensa conversación por Skype con mi estimado amigo Alfonso y a la que posteriormente se sumó nuestro queridísimo Impa, seguramente dejando de lado su vicio admitido por el Ragnarok Online. Eran ya como las 2 de la mañana y en un momento Alfonso sacó a relucir un Creepypasta de Pokemon, bautizado por el nombre Lost Silver, aparentemente un hack del original Gold & Silver para Gameboy Color. Era un post de Taringa, con un video al pie del escrito. La historia relatada era terrible para aquellas horas, en las que uno ya no tenía nada que hacer más que asistir al regular clamor del ventilador y el tenue resplandor de la lámpara de escritorio. El que se disponía a leer todo el texto era Alfonso, mientras Impa y yo escuchábamos, cagados hasta las patas. Cada frase era como un disparador del pavor escondido en nuestra conciencia, a pesar del agitado ritmo de lectura, y no faltaron las miradas cómplices entre uno y la puerta. A medida que la historia progresaba, se iba tornando más escalofriante la cosa. Terminamos, ya con la palometa en los calzones, y nos decidimos a mirar el video de Youtube con el gameplay del juego, para obtener una impresión más detallada. Acá fue donde se puso escabrosa la situación. El primer minuto del footage mostraba al jugador en una habitación de madera bordeada por una cerca de palos, y en el medio, una puerta de aspecto más que singular, más ancha de lo normal podríamos decir. El jugador mostró la pantalla de status —se podía ver que el nombre del jugador era “tres puntos suspensivos” (…)— y accedió a la opción Pokemon. El party estaba conformado por 5 Unowns y un Cyndaquil lv. 5 apodado Hurry, que extrañamente tenía solo 1 punto de vida restante. Entonces ahora entraba por la puerta rara. Al entrar por esa puerta, (…) aparece  en un lugar completamente oscuro y usa Flash, técnica que disponía gracias al Cyndaquil agonizante. La pantalla se iluminó para revelar una escena poco tranquilizadora: una habitación completamente roja, acompañada de una música espeluznante. A medida que el jugador se movía por un pasillito, la luz roja se iba apagando hasta quedar totalmente negra. Ahí se topó con un cartel que decía: Turn back now (YES/NO), y el jugador selecciona YES. Hurry se desmaya. El jugador aparece en un cuadrado de lápidas en un cementerio y vuelve nuevamente al pasillo rojo, pero esta vez como un fantasma y con un Celebi, reemplazando a Hurry, que creemos se había muerto más que desmayado, obviamente porque el texto no fue modificado del original: Hurry has fainted!. Otra vez saca la pantalla de status, y entra en la opción (…). Afortunadamente, Alfonso en esta parte no pudo contener una risita que nos hizo despabilar a todos y empezar a reírnos también: “No tiene brazos boludo jajajaja”. Nos cagamos de risa un rato. Era cierto, ahora la imagen del entrenador no tenía brazos ni piernas y estaba todo pintado de blanco. Parecía un maniquí con gorra el hijo de puta, pero lo raro era que podía traspasar las paredes en este estado espiritual. Muchas cosas ocurrieron después, pero nada de lo que yo diga aquí será mejor que ver el video por ustedes mismos, si se atreven:


Habiendo finalizado con esta historia, divagábamos por Internet, acotando huevadas, tomando coca, riéndonos de las pavadas que decíamos, y dimos con otro Creepypasta, esta vez era el Suicidio de Calamardo. Este ya lo conocíamos los tres, pero nos aventuramos a releerlo por diversión. Resulta que a un supuesto interno en Nickelodeon Studios —el narrador— le fue entregado una copia de lo que sería un nuevo episodio después de la película de Bob Esponja: su título era “El Suicidio de Calamardo”, del inglés “Squidward’s Suicide”. Leer semejante título no supuso gran cosa para los animadores, que checkeaban constantemente los episodios ya editados y estaban acostumbrados a ver títulos puestos en broma por los escritores; así que nadie se escandalizó e incluso un miembro del equipo emitió una risa seca. Pero no era muy gracioso lo que estaban a punto de presenciar. El episodio empezaba normalmente, con la musiquita de la serie, todo lindo. Calamardo estaba tocando el clarinete, errándole como siempre, y se escucha a Bob riéndose desde afuera. Como es de esperarse, Calamardo le cierra el orto y Bob se va a jugar con Patricio y Sandy (el postrecito), acá: Arenita. Esa misma noche, Calamardo asiste a un concierto, cuya falta de talento se hacía más que evidente por la cantidad de notas que no lograba hilar. La gente empezaba a abuchearlo. Se podía notar en aquellos rostros un odio vil, tal cual se narra en la historia; sus ojos estaban hechos de un modo hiperrealista. El abucheo era atronador y esto no hizo más que deprimir a Calamardo de una manera intensa. La siguiente escena muestra al fracasado clarinetista sentado al borde de su cama; no había sonido alguno. Se podía mirar por la ventana del cuarto la helada costa de Fondo de Bikini; Calamardo corrompe en llantos. El llanto se va haciendo cada vez más fuerte, lleno de angustia e ira. Como flashazos repentinos en la pantalla, aparecían unas fotos en un intervalo muy corto de apenas un segundo, al que el animador tenía que pausar y rebobinar para verlo mejor. Ingrata fue la sorpresa que en el estudio obró, que por lo repugnante hizo a varios taparse la boca del asco. Era la foto de un niño muerto, despojado de sus tripas que yacían a su lado en un charco de sangre gigante. Una sombra, que sugería ser la del fotógrafo, se erguía frente al cadáver. El video continuó, revelando otras dos fotos más de niños descuartizados. El modus operandi del asesino era el mismo en todos los casos. Hubo una mujer del staff que tuvo que retirarse y el narrador dice haber vomitado durante el display de la tercer foto. El truculento curso del video llegaba a su fin. Calamardo miraba la pantalla, con los ojos inyectados en sangre. Ya no hacía falta agudizar las aptitudes auditivas, se oía claramente el viento que azotaba las ramas con violencia; una tormenta que precedía al inevitable y trágico desenlace. Una voz resonante que se batía contra los cuatro muros azulados de la casa al estilo isla de pascua intentaba calentar los oídos de Calamardo, induciéndolo a redimirse de su penuria con un solo gatillazo de escopeta, que no sabemos de donde cuernos sacó ¬¬. El eco decía Hazlo y Calamardo lo hizo. HEADSHOT! Se voló el coco ahí nomás. Su cuerpo desahuciado cayó en la cama. De su cabeza, lo único que podía discernirse del resto de una masa informe de carne era un ojo colgando. Concluyendo la animación, gran parte del equipo abandonó la sala, mientras que el narrador y algunos más se quedaron para verla nuevamente, acto cuyo ejecutante se arrepintió de haber hecho, puesto que el video se le quedó pegado, dejándole una perturbación de por vida que selló su malhadada presencia sobremanera sobre su espíritu. Varias investigaciones al respecto se llevaron a cabo con el objeto de encontrar al responsable de la enfermiza caricatura, pero todo fue en vano. Aparentemente la cinta había sido modificada por no se sabe quien joraca. No obstante, esto no es más que una excusa para descartar toda culpabilidad a un determinado sujeto, supuestamente responsable. Este sería el tema recurrente en la gran mayoría de los Creepypastas: los culpables y/o testigos del incidente no pueden ser identificados o se olvidaron de todo lo sucedido… típico; alimenta las conclusiones ortodoxas por supuesto. Por ello, los racionales pueden advertir la farsa detrás de todo el asunto, aunque no quita el innombrable terror que impregna en el alma esta leyenda durante un tiempo, que luego pasa a ser olvidado o solamente desarraigado de nuestra mente para no sufrir sus encarnados efectos, hasta que uno recoge, una vez más, otra historia aterradora.

En el post Taringuero, a simple vista, lo que más sobresaltó de aquel fondo blanco con letritas, era sin lugar a dudas la imagen impactante de Calamardo con unos ojos naranja brillante, inyectados en sangre.
La impresión que por lo menos a mí me causo no fue tan severa como la historia en sí, pero definitivamente ayudó a darle a la crónica un plus detestable; no por nada se dice que una imagen vale más que mil palabras.

Muere Bob Toronja...

Alfonso tomó aire después de recitar todo aquel tratado y el silencio reinó. Yo estaba jugando con el vaso de coca al mismo tiempo que intentaba escuchar algún sonido. Impa… creí que había fallecido; no se oía su voz para nada. Alfonso nos explicó que había unas historias más en el post, similares a esta: la del episodio perdido de Mickey Mouse y Los Simpson, ambos conocidos para los tres.

Charlamos un poco sobre uno de los más destacables Creepypastas, incluido hasta en la magnifica base de datos de Wikipedia: Polybius, el juego maldito. Este sería, vulgarmente llamado acá, un fichín expuesto en una galería arcade en Estados Unidos. El videojuego era conocido por causar efectos irreversiblemente destructivos en sus jugadores, quienes a menudo sufrían de alucinaciones, pesadillas, tendencias suicidas y locura. La máquina fue retirada del establecimiento poco después de su aparición, convirtiéndose en una leyenda urbana de suma fama. El nombre de la empresa desarrolladora era Sinneslöschen —que en alemán significa “pérdida de los sentidos”— y programado por Ed Rottberg —verga rota—. La verdad es que ya nos pareció chistoso; alguno que otro soltó una carcajada. Yo dije algo como: “Ah bue, ¿no podía llamarse de otra forma, no? ¡Que hijos de puta!”. Pérdida de los sentidos… sonaba muy explícito… podrían haberlos demandando por esto mucho antes de que se supieran las consecuencias de jugarlo. Igualmente, para un gamer americano promedio, el nombre de la empresa se la podía meter en el ojete la burocracia económica, junto con los derechos reservados, los sprites prediseñados y la musiquita del orto, compuesta por un sujeto desconocido que no era identificado ni por su propio vecino. La cosa era probarlo, y todos los que se atrevieron, fueron las víctimas de un abominable proyecto militar. Al parecer había sido instalado por los “Hombres de Negro” no, no hablo de Tommy Lee Jones ni Will Smith— en varios suburbios de Portland, Oklahoma, California, etc, para someter a los jóvenes a una serie de mensajes subliminales que aparecían ocasionalmente como destellos rápidos durante el gameplay. Algunos de ellos decían: “Kill yourself”, “No thought”, “Don´t question authority”, “Obey”. De esto derivaron una grotesca gestión de chistes y risas que no paró hasta más adelante, cuando me metí en Youtube para ver el video del juego, que decía ser una remake del original, que había desaparecido hace ya hace mucho tiempo, desmantelados todos los ejemplares por agentes del mismísimo gobierno norteamericano como consecuencia de una trágica muerte de un jugador que tuvo un ataque de epilepsia, naturalmente debido a los luminosos colores y flashes; era de esperarse. Eran las 4 a.m en punto cuando reproduje el video. Un estallido de figuras y colores inundó la pantalla. El viento batía las ventanas de mi habitación, que se encuentra en el tercer piso, el más alto, por lo que se ve amenazada por los azotes de la fría brisa nocturna a menudo. La puerta, que había sido olvidada hace unas horas, cobraba su presencia más vivaz en mis ojos. Esta vez la vigilaba detenidamente, aguardando que alguna figura negra pasara en frente del pequeño orificio de la cerradura. La musiquita del juego centró mi atención nuevamente en la pantalla… era una marcha espeluznante; era como una murga brasileña del infierno, un candombe tropical mefistofélico. En el interior se podía notar un pentagrama satánico y, detrás de él, un enorme círculo con los colores del arcoíris que giraba incesantemente. La navecita quedaba a un extremo de la pantalla y no podía moverse. Con el joystick solo podíamos controlar el pentagrama blanco. Si alguien se hubiera muerto por esto, no sería nada increíble. Cualquier epiléptico sucumbiría a semejante espectáculo de luces y brillantinas en un instante. No me sorprendería, repito, ver a un jugador de Polybius contorsionándose como babosa en sal, gritando: ASS, BARF, ASS, BARF, ASS, PISS! 

Dance Dance Dance like you're having a seizure! ♪

De todas formas no tuve ningún ataque y el video lo mande a favoritos de cabeza. No llegué a ver ningún mensaje subliminal, ni voces ni nada por el estilo, solo la navecita disparando y la música de monótonos acordes. No obstante, no pude evitar oír nuevamente aquella furtiva entonación del viento contra el vidrio, ni la imponderable llamada de la puerta, que cada vez me obsesionaba más.

Sería interesante resaltar que la leyenda, muy popular en norteamerica, fue parodiada en un episodio de Los Simpsons, donde se ve una máquina de Polybius en el extremo derecho de la pantalla, con una inscripción del gobierno de los Estados Unidos.


  "Property of U. S Government"


La conferencia entre los tres prosiguió su vertiginoso derrotero. Todas estas historias me habían conducido, por tercera vez consecutiva, al “Scary Clip from Ghost Story (1981)”, alojado en mi larga lista de favoritos de Youtube. Les pasé el link, explicando que era un fragmento de la película del mismo nombre, basada en la novela de Peter Straub (1979). No estaría en condiciones de emitir cualquier juicio crítico de la peli ni la novela, no las conozco, por lo que sería imprudente de mi parte intentarlo. Al autor lo reconocía por ser uno de los más famosos escritores de terror contemporáneo, como Dean Koontz, Robert Bloch, Clive Barker —putoy Stephen King, que saltó a la fama casi por accidente gracias a sus primeras novelas: Carrie, It, The Shinning, The Dead Zone, Cujo, Pet Sematary y la serie de The Dark Towers. Después, para mi opinión, no sacó una puta novela que sea buena. Como promete esta novelita, quizá —si la consigo, está claro u.u— me la compre. Intentaré no llegar a mis absurdas comparaciones una vez finalizado el libro, como suelo hacer siempre. Cualquier cosa, si es que hago una review para el blog, si menciono a Poe, Lovecraft, Nathaniel Hawthorne, M. R. James, Ambrose bierce o Guy de Maupassant, están más que obligados a abandonar el post jajaja. Dicho esto, creo que lograré no recaer en mis vicios constantes, y posiblemente le haga justicia a este autor de manera limpia, sin asemejar su trabajo con ningún otro escritor clásico. Volviendo al videíto… bueno, apenas dura unos 39 segundos, pero es para desfallecer de la risa… o revivir tus más alocadas pesadillas. Un viejo camina por un puente nevado. A lo lejos, otro tipo observa intrigado los movimientos del anciano; dice algo como: “What the hell is… (algo más que no logró entender)?” Enfocan al tipo mirando del otro lado del puente, a las blanquecinas cumbres que flanquean un helado río surcado por el hielo. Ahora alguien dice algo a espaldas del viejo, quien pone cara de terror mientras va girando su cabeza lentamente hacia atrás. Un fantasma de carne podrida surge desmesuradamente, escupiendo agua, gritando la ominosa palabra. Alfonso preguntó: “¿Qué mierda dijo?” Yo le contesté, acaso con la misma incertidumbre: “Creo que dijo Meh”. Entonces reventamos de la risa. 

Alfonso: No tiene sentido boludo! JAJAJAJA, por qué diría Meh?

Yo: No sé, es lo que escucho, tal vez es una oveja…

Impa: Que bizarro…


MEH!

Imposible no asustarse con eso… el viejo calló del puente y se hizo mierda; en el suelo parecía una muñeca ragdoll super articulada. En aquella misma conversación Alfonso descubrió, gracias a un comentario escrito casi al final de la pantalla, que lo que decía el espectro zombie era Ned, llamándolo al hombre parado allí en el medio de la tormenta. Pero nos quedamos con Meh que ahora pasaba a ser un clásico.

Estirando los brazos y las piernas, ya cansado, miré el reloj: eran las 6:00 a.m. Alfonso siguió contando historias, una de su cuñado, la de la luz verde y otras muy atrapantes. Yo las apreciaba acostado en la cama y mi voz se escuchaba casi intermitentemente, de lejos, según la situación lo permitiera o si sentía necesario comentar. A eso de las 6:30 no daba más y resolví cerrar sesión. La endeble luz de la mañana penetró en la alcoba e iluminó con un suave calor matutino las sombras de su interior. Me dejé llevar por una corriente visible de impresiones e imágenes varias: Calamardo, con sus ojos naranjas contemplándome fijo… un entrenador sin extremidades y el zombie Meh surgido del río helado. Un súbito estruendo me despertó a las 13:24 p.m. Me sobresalté bruscamente, fijando la vista hacia la puerta —la que me mantuvo alerta toda la noche—. Me adherí con virulencia al yeso de las paredes, confundido y aturdido… era mi perra que había abierto la puerta con la patita: GENIA!

Recordé la interminable conversación y la idea de transcribirla me aconteció. Creía acordarme de algunos diálogos y disquisiciones, pero me quedé con las breves acotaciones más memorables, las que le dieron a la charla un toque humorístico. 

No puede negarse que las leyendas urbanas son un infernal cortejo de demonios, que solo pueden venir de simas infinitas habitadas por el diablo. Otras tradiciones hacen referencia a fétidos olores emanados de las inmediaciones abismales más oscuras del éter. El universo esconde secretos, que no cualquiera se atreve a desvelar, y como inseguro estoy de si Calamardo se suicidó o no, prefiero beber del piadoso néctar de la felicidad, y zambullirme en el olvido… una vez más.

Lo más insólito ocurrió mientras escribía esta nota, la computadora se me reiniciaba constantemente, retrasando la publicación de la misma en Voluntad Inerte. He perdido la cuenta de las veces que se apagó sin previo aviso, más aún cuando intentaba poner las imágenes. El link del video de Lost Silver fue el que más problemas me trajo, teniéndolo que subir reiteradamente. Pero siempre hay una explicación no? Mi máquina está hecha mierda; tendría que hacer un backup y formatear el disco… Sí… debe ser eso… un simple formateo y asunto arreglado.

Buenas noches a todos, me despido de ustedes con un:

MEH!!!!      

4 de noviembre de 2011

Winged Terror

28 de Octubre de 2025:

Por favor, esto es urgente. Escribo este informe para comunicarles todo con lujo de detalles. Léanlo lo más rápido posible. No puedo dormir. No puedo comer. No tengo palabras para expresar lo que es inexpresable. Ya me he sumido en un mundo del cual deseo, con mi más ferviente brío, olvidar todo lo relacionado; olvidar la agonizante apariencia de una bestia inefable, dos bolsas con restos en estado de putrefacción y estas cartas que hallé en mi investigación al este de Marte. Dichas cartas, con sus vastas  afirmaciones demoníacas para nada prosaicas y abominables, en variadas tonalidades literarias, constituyendo un lenguaje que ahora conozco y que está en todos lados, me produjeron una sensación no menos terrible que el demonio recostado en los fríos terruños rojizos, que se retorcía y escupía palabras ininteligibles para cualquier mente humana. Pero esas letras, ignotas fuentes de desvaríos inusitados, me atormentan y me seguirán atormentando por siempre ¡Por Dios lo veo en todo ser vivo! ¡En la proporción del Universo! Ha sido la lengua madre de nuestras lenguas y lo contiene todo… lo sabe todo… y me está siguiendo en mis sueños, donde veo eso... esa blasfemia esquelética, merodeador de las tinieblas que ha devorado cientos de seres y que ese otro individuo ha abandonado en el planeta rojo.
No hay nadie que pueda socorrerme, estoy perdido, devastado y no he ingerido nada en más de cinco días debido a este injurioso descubrimiento. Maldigo el momento en que, explorando las invisibles calamidades enterradas en el espectro congelado y vil que es Marte, en un proyecto —al que estoy a la cabeza en la parte investigativa de reconocimiento del terreno— iniciado en el 2016 por Albert Strausford, escuché ese ominoso silbido proveniente de las llanuras desérticas más cercanas a mi encuentro ¿Qué me llevó a dirigirme hasta allí? Pues mi maldita curiosidad. Ese bicho hambriento que corroe la conciencia de los hombres, cuando estos se enfrentan al golpe arrebatador de la intriga , es ni más ni menos que el mismo verdugo responsable de la inconmensurable masa de suicidios infestando la historia de la humanidad, una relativamente corta en comparación con los monstruosos eones de existencia de la materia. Había allí, convulsionándose con terribles espasmos en el seno de las vastas planicies coloradas, silbando agudamente con un tono que penetraba los oídos más sordos  ¡Ese silbido infernal!, la estructura esquelética de un ser con alas, encorvado y de estatura considerable.
Estas son las cartas que hallé directamente a unos metros del Ser Alado y las bolsas, que transcribo, ya traducidas gracias a un diccionario de extraña procedencia para su mejor aprovechamiento:



Lugar de obtención: Marte, zona este.
Contenido: Un embase de un material sintético iridiscente con extrañas cartas de un papel irreconocible.
Fecha: Data el año 6.522.966.774.435 seguidas por un nombre de origen no registrado.
Destino: Fhurjitonia – Ubicación: desconocida hasta futuras investigaciones.

CARTA I

Mira, el otro día mis padres me comunicaron que mi querida abuelita vendrá a visitarme la semana próxima y no sabes lo contento que estoy ¡Que goce! Y yo que pensaba que nunca más volvería, si fue hace mucho, como eso de tres meses, que la había visto por última vez. En cuanto pensé en su rostro bondadoso y piadoso carácter mi alma se llenaba y rebalsaba sin más.
Estuve estos días preparando una sorpresa para ella. Siempre que viene me trae dulces y yo con gusto los como —a veces como de más— y a menudo dábamos un paseo por las llanuras misteriosas de la hermosa Fhurjitonia, contemplando los danzantes árboles de poderosos frutos perfumados que daban la impresión del sostenido desarrollo de una melodía celestial, en sus compases armónicos y únicos. Por las noches me leía cuentos de terror sobre criaturas que vivían en un planeta no muy lejano, al parecer el segundo que albergaba vida después del nuestro, pasando por diferentes etapas evolutivas, empezando por los primates (aquella teoría que desarrolla un tal “Darwin”). Recuerdo que no podía conciliar el sueño y las despreciables actitudes de esos seres me perturbaban en mis más terribles ensoñaciones. Como los detesto; si los tuviera cara a cara juro que los destruiría a todos ellos. Son una plaga de otra dimensión. Han destruido vidas inocentes y al parecer no saben lo que es una sociedad estable. La violencia no lleva a ningún lado pero la avaricia frívola que los caracteriza no puede ser más reprobable. Me pregunto si algún día llegaran a descubrir que alguna vez vivimos allí, en donde ellos llaman Tierra y que hemos abandonado en el interior de la zona polar en la Cueva de Ghjit, al noroeste de las heladas extensiones y protuberancias que con indiferencia se remarcan en el los limites cóncavos del etéreo cielo, un manuscrito con nuestros registros idiomáticos y gramaticales. Aún no sé porque nuestros ancestros decidieron dejarlo allí, tal vez pensaron que nunca nadie los encontraría y menos cualquier especie de vida terrestre posible a posteriori nuestro nacimiento.
Estoy muy emocionado… no puedo esperar más. Cuando llegue mi abuelita a casa, te escribiré.

CARTA II

Hace horas que sin decir nada ni articular su débil cuerpo, sentada, mira por la ventana; inmutable como poste de luz en una ciudad abandonada. Su apariencia… hay algo diferente. La percepción, al no ser fiable, podría tramarme una trampa sensorial, pero no la reconozco ni en sus más mínimos rasgos físicos. Creo que mira el cielo, lo contempla como queriendo rasgar el éter y pasarlo de lleno y en ciertas ocasiones la he visto levantar su esquelético brazo para poder asir el manto rojizo con las manos. Cuando vi ese brazo, la repugnancia me inundó. El patetismo del esfuerzo que tuvo que emplear para mover sus desgastadas articulaciones y la esencia toda de la situación me produjo un abominable sentimiento; tanto que tuve desviar la mirada.
Mis padres no sospechan nada y me da la impresión de que me ocultan la verdadera naturaleza del asunto. ¿Y si murió hace tres meses? Tal vez su cadáver tenga vida. Cada vez que se me acerca para acariciarme la cabeza no puedo evitar sentir una presencia tenebrosa, demoníaca, deleznable y atroz ¡Qué miedo, me hace acordar a los seres de la Tierra!

CARTA III
¡Esto es terrible! Esa cosa que viste igual a mi abuela me encerró en el ático dos días atrás, pero me las arreglo bastante bien para hacerte llegar estas cartas con el sistema aéreo recientemente implementado para los estados del este. Ahora soy solo yo y la abuela. Ella no dice nada, nunca lo hace, solo mira el firmamento. Hace días que no como y estoy empezando a debilitarme. La última noche fue insoportable… infinita. Cuando intentaba descansar en el templado piso, escuché de la planta baja de la casa un silbido agudo, penetrante e inaguantable de un ser que no pertenece a la zona que habitamos del espacio sideral, una fuerza que actúa, crece y obedece otras leyes muy distintas a las que rigen nuestra naturaleza. Por su constitución ósea, puedo juzgar que su procedencia tiene que ser sin lugar a dudas perteneciente a un eslabón extraviado de la cadena evolutiva de los simios que habitan en la Tierra. Es casi erróneo nombrar a semejantes graznidos como sonidos, por cuanto su timbre, horrible a la par que extremadamente alto, se dirigía a aquellos lóbregos focos de la conciencia y el terror que al percibirlo, la imaginación desempeñaba la labor culminante para la llave al exterminio. Los silbidos transcurrieron la noche completa y no pude descansar ni un solo segundo. Si esto continua, me temo que tendré que tomar medidas drásticas y acabar con la vida de mi abuela, aunque aparente ya estar muerta.

CARTA IV

Pasé varias noches horribles. A ella no la he visto más, pero la siento cerca de mí. Me espía, me vigila y es peor, pues al no mostrarse su presencia se manifiesta constantemente mediante fenómenos innaturales, y la imaginación me sigue torturando. Las pesadillas que se repiten en mi mente me perturban hasta que mis visiones se obnubilan por completo y mi aparato psíquico alcanza su límite. Mis padres siguen sin aparecer, y los extraño ya. Por favor debes pedir ayuda… no mejor no lo hagas, La Orden podría matarme para borrar cualquier evidencia de este escándalo si se enteran de que semejante cosa habita nuestra Fhurjitonia.

CARTA V

Cuando padecemos ciertas enfermedades, todos los sensores del ser psíquico parecen rotos, todas las energías aniquiladas, todos los músculos relajados, el cuerpo, que es débil, se pudre con la mente. Todo esto repercute en mi ser de extraña forma y desoladora. Sigo sin entender la razón de todo esto. No me había detenido a pensarlo ni un instante como consecuencia de estos hechos extravagantes. Lo único que sé es que esa cosa no es mi abuela.

CARTA VI

Lo he visto esta vez, a través del orificio de la cerradura ¡Es abominable! Ya no usa los atuendos de mi abuela. Su esquelética forma real ha sido revelada a mis pobres ojos. Tiene alas, piernas largas que terminan en cuatro dedos, brazos simiescos, cuyas manos están condicionadas para asir cualquier objeto, pero a su vez están dotados de filosas garras. Sus colmillos, babeantes, destilan un halo siniestro y amenazador ¡Se estaba comiendo a mis padres! ¡Esto no puede estar pasando!, se los estaba devorando. Allí estaban, desmembrados, carne por todas partes, líquidos, fluidos y el ser emitiendo sonidos guturales indecibles, tragando como una bestia imparable toda cosa que caminase y a su alcance se hallase.
¿El que me ha encerrado será acaso proveniente de una especie extra dimensional? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural? Entonces las fantasías más alocadas existen. No comprendo como es concebible que desde el origen del universo no se hayan manifestado seres de esta índole desde un principio. Nunca leí nada parecido a esto que se comió a mis padres. Los terrestres no tienen la suficiente tecnología como para haber descubierto nuestro mundo, ni mucho menos son capaces de alimentarse de seres de otro planeta. Si pudiera escapar lo haría, pero no tengo salida y la ventana del ático está muy alta como para intentar un escape fortuito.

CARTA VII

Estoy en mis últimas. Desgraciadamente la anterior noche, sumergido en la calamitosa bruma espacial de Fhurjitonia, escuché algo asqueroso, procedente de la habitación principal, el lugar de instalación de esa cosa. Desinformado parcialmente de sus movimientos, creo reconocer sus reptantes pasos y lo oigo batir sus esqueléticas alas de muerte y me estremezco; es abominable, una vasta masa aglutinada de seres, mezcla de innumerables orígenes y tiempos, que no puede ser extraído racionalmente ni a fórmulas, enunciados, descripciones ni estratificaciones conceptuales meramente ortodoxas, sino con otros códigos que no poseemos ni manejamos. Como dije, ayer el apocalíptico cielo oscuro fue el momento en el que la bestia se quejaba con un aullido lastimoso al mismo tiempo que espantoso, que duró aproximadamente —no tengo mucha noción del tiempo— (parte borrosa). Luego de su inestable agonía, tal vez sentí piedad, creo que oí que devolvió con violencia estomacal una sustancia, que a juzgar por el sonido liquido en conjunto con el fragor bucal y el rumor de la inmensa fuerza con que cayó al suelo aquella sustancia, era viscosa y pegajosa. No obstante, cuando me atreví a mirar por la rendija de la puerta, hallábase el Ser Alado en deplorable estado, junto a la ventana, con los ojos entreabiertos; yacía en el piso, inerte rodeado de un líquido verde espeso, de los cuales asomaban algunos trozos de carne descompuesta y algunos huesos y costillas. Quizá su anatomía contra natura no aguanta cualquier tipo de ingesta, y cabe decir que puede no ser inmortal como creí en un principio. Aun así, está provisto de enormes fauces, con filosos y amenazantes colmillos y molares de aspecto más que imponente. Con este equipo descuartizador, fue capaz de cortar y desgarrar carne y huesos de otras especies, hasta incluso duras vertebras y cráneos de organismos adultos.
¿Qué haré ahora? Estuve meditando, mirando las paredes, y me pareció una buena idea arrancar un pedazo de K… que sobresalía de los pútridos muros del ático, aunque temo que la humedad del ambiente, carcomiendo los cimientos de esta antigua morada familiar, haya debilitado la rigidez y consistencia de mi arma. Sin embargo, creo que puedo usarla para derribar la puerta, habilidosamente cerrada; ahora que él está débil, para sorprenderlo con un ataque con todas mis fuerzas. Magullaré cada miembro de su infame cuerpo, hasta que sus gritos me llenen el alma, extasiándome de placer. Llego la hora de terminar con esto de una maldita vez.

CARTA VIII

¡Lo hice! Me he atrevido a lastimarlo, decididamente. Resulté herido en el forcejeo de la puerta —con algunas cortaduras no muy profundas y el miembro derecho completamente inutilizable— que no cedió hasta las últimas estocadas agónicas. El trozo de K… aún resistía… me ha salvado la vida. Aunque algo me llamó la atención de mi mismo. No contaba con la idea de mi propio inconmensurable vigor, ese mismo fue de una potencia anómala y maravillosa, que todas mis extensiones hormigueaban. Había puesto más presión sobre los músculos de la viscosa carne de la que podían soportar, despojándome de la funcionalidad de los mismos, hasta hoy que puedo moverlos de cierta forma.
Al dirigirme a la habitación principal cautelosamente, noté que la criatura no podía defenderse, solo miraba por la ventana recostado en el piso, el cual mostraba cantidades inefables de aquella sustancia verde viscosa repulsiva que había desagotado. El terror cósmico más malsano y macabro se abalanzó sobre mi conciencia al notar entre el maloliente y detestable  festín, el cráneo de mi madre al desnudo, machucado y casi irreconocible, que había pasado por el esófago de la bestia. Junto a la ventana: vísceras, órganos a medio digerir y huesos dispuestos en forma muy irregular, desperdigados por la habitación que la Estrella de Fhurjitonia iluminaba con su luz indescriptible. Algunas piernas, brazos y costillas descansaban al lado de la bestia, que no lograba parar de graznar del dolor, mientras se tocaba su esquelético vientre, del cual asomaba toda su fisiología, totalmente a la vista. La escena de horror y el nocivo padecer de la criatura me habían generado una impresión inexpresable e impresionante. El asco y el miedo ennegrecieron mis sentidos, y fue cuando me recobré de semejante malestar, que decidí asestarle cuatro o cinco golpes descendientes al Ser Alado recostado allí. Una segunda reflexión acudió a mi mente y fue menos reconfortante que el anterior vigor bestial que me poseía ¿Qué tal si no lo lograría? Si mis intentos resultasen fallidos ¿Y si me atacaba primero? No hubiese podido hacer nada, ¡con tan solo verlo sacaba todo tipo de conclusiones que inhibían mi convicción y firmeza!, haciéndome vacilar. Pero no podía retractarme, ¿verdad? No. No lo haría. Había llegado muy lejos para rendirme. Sin pensarlo una vez más, levanté mi arma por arriba de mi cabeza y comencé a disparar mi furia a lo largo de todo su debilitado cuerpo. Sumido en un éxtasis frenético imparable, que actuaba como un sardónico empujón de fuerzas extrañas y oscuras provenientes de mis antecesores, una raza singular hasta para mí, continuaba asestándole golpes impíos, llenos de ira. Hubieses visto como chillaba y se revolcaba de dolor, indefenso como un recién nacido.
Para mi sorpresa, el horror retomó sus manifestaciones en mi pobre espíritu, del que puede decirse ha perdido la sanidad y el sentido de la moral, tal cual los insensatos personajes de las historias contadas sobre la Tierra. Ya paladeaba en mis más raros sabores la sensación de percibir las horrorosas visiones de otro espectro; y es que en el momento en que iba a propinarle el golpe de gracia, la bestia se abolló, tapándose completamente con sus extremidades, y estalló en un grito tan agudo, que sobrepasó el nivel soportable al que uno está preparado. De todas maneras, y a pesar de mi inequívoco estado de locura, pude soportarlo, y seguí; seguí como un desquiciado, lastimándolo hasta que no pudiese siquiera emitir el más leve sonido. Cuando me detuve, pude observar con detenimiento el alcance de mis increíbles atributos musculares. El poder del impacto de mis ataques había logrado separar las partes inferiores de sus miembros y dejar magulladuras y huecos profundos en su cabeza; sobresaliendo del cerebro y escurriendo un fluido extrañamente verdoso, la masa violeta parecía desintegrase. Sus piernas y brazos estaban destruidas, no podría moverse jamás.
En las condiciones enfermizas en las que la criatura desfallecía, lo arrastré hasta el jardín trasero y lo enterré allí, a pesar de sus inexorables graznidos. Me aseguré de enterrarlo lo bastante profundo parar tapar su nauseabunda presencia.
Todo ha terminado al fin. Recogeré los restos de mis padres y los empacaré en una bolsa. Debo ser cauteloso para poder moverme libremente fuera del planeta sin que La Orden  me descubra. De ser así, me verías ensartado en un palo en un descampado.

CARTA IX

Sin cesar resuena en mis oídos su voz, todavía no se apaga. Por las noches no para de chillar, y aún puedo oírlo moverse violentamente bajo la tierra. Sus gritos logran traspasar las gruesas barreras del pardo lodo sobre su morada subterránea.
Estoy harto. Usaré la nave para cargar las bolsas, el moribundo Ser Alado y te pediré que me entregues todas las cartas que te mandé, ya que hacerlas desaparecer de este planeta será lo mejor para los dos. De más está decir que no quiero implicarte en esto. Pasaré a recoger las cartas por la mañana, así que prepáralas. También te contaré toda esta pesadilla.
Desagotaré todo en el planeta Marte. La nave no está cargada lo suficiente como para ir más lejos. A la Tierra desafortunadamente no llego y Júpiter está fuera de toda posibilidad o tentativa de acercarse siquiera a su órbita, siendo de cualidades muy tormentosas e inestables para acercar la nave.


El intenso escepticismo que reina estos tiempos posiblemente descarte toda veracidad contenida en esta horrenda, espeluznante y traumática historia que cuentan estas cartas, ocurrida en las encrespadas y tumultuosas barreras de hierba y enmarañados caminos de graba que sondean el desconocido territorio de Fhurjitonia.
Como verán, me encuentro en una de las numerosas bases blindadas del este. Todas estas revelaciones me tienen muy enfermo, como los sonidos demoníacos del monstruo arrojado a estas tierras, que emite en la oscuridad glacial que subyace en el universo. El extraño y luminoso fulgor de la Estrella de Fhurjitonia puebla mis intransigentes sueños  y como puedo verlo con claridad —ahora que sé que existe— desde aquí, contemplo como ilumina el sitio donde la bestia descansa sin más, como incitándome a socorrerlo. Ir hasta ese lugar, ni pensarlo, por lo menos no hasta que tenga la certeza de que está muerto.
Los estudios que he realizado para decodificar el lenguaje de las cartas me han transformado en un loco. Así como no puedo precisar el origen de dicho sistema de signos, tampoco puedo concebir en mi imaginación la forma y esencia del agresor de Fhurjitonia, cuya existencia no es menos terrible que la del trauma esquelético, y que en estos manuscritos cuenta la historia más espectral de todas, ya sea por su intolerable realismo como por lo terrible de la naturaleza de los hechos.
Tampoco había yo de saber sobre unos textos que hallé en la biblioteca de una cuidad poco poblada, de la cual no recuerdo el nombre, del distrito de Maine, Estados Unidos. Me topé al fondo, en las estanterías más viejas, con unos diccionarios de lenguas extraterrestres: uno de ellos pertenecía al habla de los nativos de Fhurjitonia, un planeta del que nunca había oído antes de la llegada de las cartas y no fue amena la sensación de espanto que me escarmentó al contemplar la portada. El tomo estaba dividido en dos columnas al estilo bíblico, como los empolvados tomos de John Wyclif. Las amarillentas y desgastadas páginas demostraban la antigüedad del libro, por lo que me pregunté por cuanto tiempo había sido escondido en semejante lugar fantasmagórico. Del empleado de la biblioteca nada podía decirse, ni menos sacar cualquier tipo de conclusiones que refutaran su procedencia, idioma y edad, ni especificar si estaba sano o totalmente loco; pero lo que era seguro, era que no tenía idea de lo que aquel lugar ocultaba de los ojos de los mortales, en esas paredes húmedas y estanterías de madera carcomida por las termitas y el paso del tiempo.
Las imágenes del diccionario contenían cosas irreproducibles. Una de ellas era una esfera incandescente de un color extravagante, aparentemente una estrella, que según el párrafo que la describía era la Estrella de Fhurjitonia, que solo podía avistarse en el este de dicho planeta, y si la alineación de otras tierras lo hiciera posible, desde el este de Marte también, como yo lo hice. El brillo y la vivaz hermosura de esta bola luminosa resplandeciente podían cautivar a los corazones más salvajes y desenfundar los sentimientos más profundos de la esencia. Esta estrella es la que con tanto entusiasmo contemplaba el Ser Alado desde los deteriorados marcos de las ventanas, en una mansión majestuosamente erguida en el regazo de los desconocidos prados de Fhurjitonia, cuyos cielos encumbrados invitaban a los curiosos viajantes a adentrarse en las tierras oscilantes de un mundo perdido. En lo que a mis hipótesis se refiere, he llegado al punto sin retorno. No tengo claro aún el motivo por el cual el Ser Alado irrumpió en la pacifica morada de una familia extraterrestre haciéndose pasar por un integrante para comérselos. Es de esperarse de todos modos, debido a lo trillado de la historia que se me presentó de improvisto.
Muchas otras imágenes del diccionario perturbaron mis visiones nocturnas, como las columnas marmóreas infinitas de las comarcas isleñas de Sona-Nyl o los pisos de cristal en los que asomaban las criaturas más maravillosas de los templos subacuáticos de Mharitonia. Otras ciudades increíbles, algunas sin nombre, distaban por mucho de cualquier interpretación posible, como la oscura Cueva de Ghjit, donde se hallaba un extraño manuscrito impreso en una lengua que superaba en antigüedad a la usada por los fhurjitonianos; con descripciones inentendibles, conceptos que es mejor no mencionar. Por más ardua que fuese mi pesquisa, no logré dar con la información sobre la criatura esquelética surgida de abismos improcedentes. El autor de este tomo es anónimo; tanta es mi incertidumbre que no puedo precisar si era o es humano, o si haya existido siquiera.
Se supone que el planeta donde viven los fhurjitonianos y otras formas de vida se encuentra dentro de nuestro sistema solar, a pesar de no poder ser avistado a simple vista con telescopios ordinarios. Los organismos allí presentes subsistieron millones de años sin que pudiésemos notar su estadía en absoluto. Incierto es si los humanos llegaremos a descubrir este lugar inverosímil, pero no me es indiferente. En mi opinión, no convendría siquiera comenzar a investigar en el caso; en la ignorancia las vidas de los hombres se conservan mejor a lo largo del tiempo y nos permite morir en paz.
Todavía no me he atrevido a darle el golpe final al Ser Alado que agoniza a unos pocos metros de esta base. Necesito refuerzos. Es una situación de urgencia. Me son desconocidos los efectos hasta donde pueden llegar las facultades de esa entidad amorfa al enfrentarse a un simple mortal.

29 de octubre de 2025:

Cada vez escucho sus graznidos más cerca, incluso hasta hoy hace un par de horas, cuando descansaba mi mano de tanto escribir, que los aullidos cesaron para dar lugar a un rumor reptante, como si intentara acercarse a la base a rastras, debatiendo sus brazos destrozados y piernas desmembradas contra la tierra, intentando moverse a empujones de la cabeza, los filosos colmillos y sus contorsionados movimientos de columna. Al final mis temores se cumplieron. Pude vislumbrar, a través del vidrio de doble capa, que la criatura, con sus extremidades mutiladas, trepaba a lo alto de la base, mientras clavaba sus dientes en el acero blindado, y con bruscos movimientos corporales lograba ascender la empinada pendiente metálica no sin aullar de dolor, puesto que su boca recibía todo el peso del cuerpo. No dejaba de sorprenderme su increíble fuerza. No se trataba de agilidad, es más, era bastante lento a causa de sus desgastadas articulaciones, pero su fuerza era inmensa, y más aún la de su mandíbula. Así  había logrado descuartizar a los padres del fhurjitoniano con tanta facilidad; era su boca su más clara fortaleza.
Me asomé siguiendo su figura para dar con la terraza. La bestia había arribado a lo más alto y miraba detenidamente, con sus brazos destrozados estirados por completo hacia el cielo, en un trance hipnótico de locura y desesperación. En ese instante el cielo estaba más claro que de costumbre y el trauma esquelético, moribundo, fijaba sus ojos inyectados en verde en una bola gigante; fue en ese momento que entendí. Lo que vislumbraba con tanta intensidad era la Estrella de Fhurjitonia, que con deleznable fulgor emitía chispas lumínicas que extasiaban los sentidos. Pude verla. Recuerdo que sentí como si mi abuela me cantara una canción de cuna… la dulce voz de mi abuela. Rememoré mis años pasados, de niño. Los tiernos recuerdos de la infancia, los juegos, la inocencia, la felicidad; de todos ellos, el de mi abuela era el más vivo. Su rostro, sus  suaves manos y su piedad me transportaban a un mundo de sosiego, que solo fue interrumpido por una difusa conciencia de tiempo y espacio. Y el aullido, el Ser Alado había proferido un exasperado aullido que me sacó de órbita, borrando mis visiones y mi paz interior. El grito más incólume que había emitido la bestia ¡Ay! Era insoportable:

—AAAAAHHHHRRRGGGHHH!!!

 Gritaba… pero no estaba solo. En sus fauces abiertas gritaban miles de seres; unas cuantas de ellas eran de mujeres, niños y hombres humanos. Casi no pude sopórtalo y estuve a punto de desvanecerme, pero me sobrepuse y presencie el terrible desenlace. Al estremecerme de terror, vi como vacilaba en el borde y caía de cabeza al suelo rocoso, resonando con un impacto atronador.
Allí estaba; no respondía ¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso podía desvanecerse algo tan innatural? No quiero conjeturar en vano.
            Será mejor que se deshagan del cuerpo. Ni bien terminen de leer esto, quémenlo con las cartas, la base y las bolsas. Nadie debe saberlo. Yo ya he decidido acabar con mi vida.

5 de octubre de 2011

Argetina en velo

Los que acudieron a este post, a través de Facebook seguramente, juzgando el título con la idea de deleitarse al ritmo de las palabras de un nacionalista, ferviente enamorado de esta nación —zombies—, me temo que tendrá que retirarse en este instante, puesto que el material aquí desarrollado puede herir la susceptibilidad de cualquier amante.

El motivo del calificativo: Argentina en velo, ha sido utilizado como encabezamiento de este revelador, trágico y sintomático baile de ideas que torturan a este malherido individuo —por favor, sin querer dar lástima, que no se me malinterprete— para hacer justicia a un hecho, que lastimosa e inevitablemente solo puede aquejar a un reducido grupo de incomprendidos.

Sí. Ésta es otra de esas manifestaciones de disconformidad que hasta ahora no he podido compartir con absolutamente nadie, pero sé que en algún glorioso fragmento de la larga línea de tiempo que nos ata a este mundo, el mundo de los vivos, daré con lo que estoy buscando hace tantos años, que ya parecen eternos eones de tan prolongados que se me hacen últimamente. Ningún alma, por más demente que sea, podrá acaso algún día identificarse con mi tinta; y esto es triste, funesto y desconsolador, aunque real sin más preámbulo, por lo que uno tiene que acostumbrarse a vivir así. 

Retomando el título. Bien ¿Por qué “Argentina en velo”? Exacto, ahora mismo prosigo a relatarles el asunto que esta fría noche de Octubre me trae de vuelta en frente de la pc.

El lunes fue una jornada normal entre tantas otras, de esas típicas y desmesuradamente atareadas, con desayuno, almuerzo, viajes de pesadilla, horrores indeseables y demás, para llegar a casa luego de tanto ajetreo enérgico y acostarse en la cama. El mismo proceso se repite una y otra vez, sin piedad, recordando el enunciado maldito de un Jorge Luis Borges, en su Historia circular, bueno, el explayado arriba es ni nada más ni nada menos que el giboso y purpureo Día circular. Entonces decidí ir por Belgrano —Corrientes había quedado descartado por ciertos inconvenientes monetarios— consultando en busca de un determinado librito de un subestimado autor, el galés Arthur Machen —autor de “El Gran Dios Pan” y “Los tres impostores”—, visitando las vastas (?) librerías de la región. En efecto, como era de esperarse de mi nerviosa condición, apresuré el paso con furia, casi atropellando a los transeúntes a los empujones, lleno de enojo y rabia desbordante, para toparme con la nada una vez más. Harto hasta tal punto, entré en una desvencijada y oleaginosa casona que parecía a simple vista tener lo que yo anhelaba, llevándome una tremenda decepción al final. Pregunté por CUALQUIER libro de Machen que tuviesen disponible, pero nada de nada. Entré en unos dos o tres negocios más, pero mis esfuerzos resultaron infructuosos. Nada podía hacerse, más que volver por el sangriento camino ya recorrido, pisando las huellas de aquella sabia metálica de la carne, despreciablemente humana en este caso y para desventura mía. En el transcurso de la indignada retirada, mi cabeza maquinaba como locomotora antigua, quemando y lanzando una columna negra de humo que cubrió las serpenteantes calles de asfalto de esta tierra relegada, donde debajo de sus cimientos conviven en apacible sociedad todas las blasfemas monstruosidades del aquelarre, conspirando para la destrucción definitiva del hombre. Revoloteando se conglomeraban mis pesimistas percepciones y conceptos, para llegar a una conclusión definitiva, más bien devastadora y desalentadora. Esta demuestra, sin sospecha alguna, que hay un fastuoso velo; un negruzco manto sobre Argentina, y Buenos Aires por supuesto. No es erróneo, aún así, afirmar que dicho velo posee alcances inimaginables de proporciones inmensas por así decirlo, siendo capaz de cubrir al mundo entero, indagando el dominio de otro posible planeta. Pero lo curioso (predecible) es que nuestra patria es uno de los rostros más escondidos por el velo, dejando al ingenio y la creatividad del espectador las características atronadoras de la verdad. En lo que el arte se refiere, este oscuro manto es más espeso aún, tejido y adornado de la más portentosa manera posible, una empresa del show de la imagen. Lo que llamamos Mainstream es el resultado de esta empresa de la imagen, y es el componente vital del velo, confeccionado por los artistas más audaces, los genios del encubrimiento: esas alimañas que matan el espíritu, corrompen el buen  gusto y ayudan a la proliferación de una inmunda raza de fanáticos portadores de una monomanía desquiciada muy agravada por los medios. Gracias a este jueguito en que se distinguen los tonos opuestos de la exaltación y la desesperación, entre productores capitalistas y consumidores alienados se va entramando una relación falaz —la invención del término vacuo de Oferta y demanda que descansa sobre un mercado sobrecargado de idioteces desprovistas de sentido alguno, y que los puros de corazón deben soportar eternamente y pagar con su subjetividad, para amoldarse al inconsciente colectivo y relacionarse con las personas que padecen de esta peste materialista —que no tienen consciencia de ello tampoco—. Por nada In Flames habla de una “Coexistencia obligada” para aludir a la nueva situación de miles de millones de personas en el plano social del siglo XXI. 

Empezaba a oscurecer cuando totalmente resignado me dirigía al andén, y el asco comenzó a inundar mi mente, a corroer mis músculos, mis neuronas —de las pocas que me restan— y por poco no me desvanecí allí, entre el tumulto de la indiferente gentuza de centro, a los que le tengo un odio especial y discriminado. Perfilándose dentro de las vidrieras, las insulsas materializaciones terrenales de lo absurdo abundaban tanto como escaseaban las ilusiones. Innumerables ejemplares de un tal Ari Paluch —risas—, otro que no se que… emm… ah sí, Bernardo Stamateas —más risas— y el hijo de puta de Paulo Coelho, recordándome su frase: ‘Cuando quieres realmente una cosa, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirla.’ Pero por favor, si esta te la reformo para hacerla un poco más creíble, ¿querés?, Sería algo así: ‘Cuando quieres realmente una cosa, todos los hombres conspiran para cagarte y dejarte en pelotas’ —risometro a punto de explotar— y esa es la posta Paulito, no me vengas con filosofía barata de alcantarilla. También pude observar otros libros aún más patéticos que nuestros compatriotas ya mencionados —y reventados—, sep… hablo de los libros con títulos ridículos, como “La Respuesta” —seguramente la solución de un ejercicio de fractales—, “El sentido de la vida” —cuyos capítulos tienen más relleno que empanada criolla— o “Claves para una vida plena” —cuyos párrafos pueden abastecer la verdulería completa del Carrefour— y otros esfuerzos para engatusar a ingenuos lectores. Luego estaban las novelitas románticas — ¡Ay si chu chu chu!, mi amor como te amo… que infradotados de mierda…—, las series de ochocientos tomos cada una, bueno, toda una bola de pelotudeces que harían que las tumbas de los escritores del siglo XIX se revolcasen junto con sus cuerpos, en aquellas arcaicas nieblas subterráneas que yacen en las raíces desde hace miles de años. Mientras miraba el show de imágenes, advertí la presencia del vendedor acercándose. Su cara tenía un aspecto sobrio y taciturno de anciano sabiondo, y resolví lanzarme por última vez con mi contienda ya destrozada a esas horas de la tarde.

—¿Busca algo?—dijo
—Sí, estoy buscando libros de un autor en especial.
—Dígame.
—Arthur Machen es el nombre
—Emmm, me suena, pero me temo que no tengo ningún ejemplar de este autor que usted me dice.
—¿Sabe de algún negocio dónde pueda conseguirlo?
—No ¿Me vio cara de adivino? Esos autores no los conoce ni el loro
—Qué coincidencia, mi loro conoce más que usted, señor.
—¿Ah sí? Puedo asegurarle que sé bastante, y los loros son criaturas maravillosas ¿Sabe?
—No lo dudo, mi estimado señor. Pero dígame una cosa, ¿Usted cuida de su loro como todo dueño responsable?
—Claro que sí. Le doy semillas de girasol todos los días.
—Y usted y su familia deben comer lo mismo que su loro, entonces.
—Señor, esto me ofende. Yo cuido muy bien de mi familia y mi loro.
—Me parece perfecto entonces, que alimente a su familia y a su loro con semillas de girasol. Y me despedí antes de que el tipo me saliera con una escopeta. La cara la tenía colorada como poronga succionada.

Así fue como perdí otra posible oportunidad, y entre mi pena y remordimiento que centelleaban tangiblemente en aquella bruma invisible; y el crepúsculo, que montaba un espectáculo de una hermosura inusitada, imposible de apreciar en el interminable fragor de la cuidad, caí en la cuenta de lo que pasaba aquí. Pude sentir el dulce clamor de los ángeles, incitándome a dejar este universo, del que no se puede esperar nada. Ya casi llegaba a destino, y la conclusión estaba formulada. Dios, en su podio, sentado omnipotentemente, se encargó de SILENCIAR con sus poderes a estos autores. La genialidad de los mismos le inspiraba un terror inefable, por lo que tuvo que encargarse personalmente de callarlos para siempre, de lo contrario, todo estaría perdido para él.

Es más que cierto, señores. Dios acabó con sus vidas ¿Creen que Poe murió víctima de su propia locura? Así parece, y hay evidencia supuestamente irrefutable al respecto… pero no. El maestro de Baltimore, creador del cuento corto en su mejor expresión, fue SILENCIADO por Dios, por miedo a que siguiese hablando y revelando augustas y macabras visiones de la naturaleza humana. “El Coloquio entre Monos y Una”… claramente tormentoso. Pobre de aquel que haya entendido este relato —como yo—, porque no volverá a ser el mismo de antes… el mismo ingenuo de antaño. La muerte, la incertidumbre de lo desconocido, ha arrastrado a los finos creadores del terror cósmico a desmantelar el tablero de ajedrez, donde los humanos apenas somos los peones, y las demás calamidades poderosas, nuestras torres, caballos y alfiles; y en las plataformas aledañas: la Dama y el Rey. Eso es precisamente lo que hizo Poe, desmantelar el tablero. Todo cuestionamiento e ignorancia sobre lo que nos domina, nuestros progenitores divinos, se desvanece con la ominosa prosa del visionario más siniestro que jamás haya existido en el género literario. “La Caída de la Casa Usher” y sus entramadas manifestaciones de agudo pensamiento, que llevan a los hombres de prodigiosa imaginación a sumergirse en las drogas para olvidarlo todo, simplemente un relato de lo más fino, no cualquiera puede entenderlo, por supuesto.

Hablando de Poe, posiblemente tenga en mis manos un material sumamente curioso para ustedes, producto de mis numerosos viajes en el tiempo, facultad que me concedió la fábrica de pastas Manolo. Es el diálogo entre Poe y Dios, que transcribí a mano mientras los escuchaba conversar en un bar desierto:

Entré a un tal bar Marroc with nuts en Baltimore, buscando con la mirada al desdichado Edgar, seguramente esperando encontrarlo en pedo, como solía hacerlo para escribir —es un grande—. Y allí lo vi, tirado en una mesa, mirando la botella de whisco casi terminada. Entonces Dios apareció:

—¿Qué hacés picarón?—le preguntó Dios con vehemencia—. Hace una banda que no te veo.
Poe levanta la cabeza, con aires de borracho —como que no comprendía una mierda a juzgar por los ojos rojos, la cara pálida, la ropa desprolija, la baba pegada en las comisuras de la boca, etc— y responde:

—Pero si vos nunca me visitaste.
—Esa idea es infundada, mi estimado Edgar. Yo siempre he estado aquí contigo.
Al cabo de este último diálogo, vi como las facciones de Edgar se contorsionaban, dejando a la vista su semblante lleno de preocupación, hasta algo de terror que se asomaba en sus brillantes ojos.
—¿Me has visto cagando alguna vez?—preguntó Edgar nerviosamente, preocupado por la respuesta.
—Sí, alguna que otra vez te habré visto en el baño—dijo Dios, inmutable.
Ahora su cara era de miedo inenarrable, y no pudo contener las ganas de hacerle otra pregunta.
—Estabas ahí cuando me…
—Si, si—interrumpió Dios rápidamente—Hasta cuando te tocas. Sé que no se te para
.
SILENCIO INCÓMODO

—Verás—argumentó Edgar—, siempre tuve la vaga sensación sobre la existencia de un ser superior, incluso siendo yo un hombre sensato.
—Es por eso que eres diferente, mi estimado Edgar—agregó Dios—. Pero como no lo sepas, te diré que soy un poco xenófobo con las ideas que… digamos… que no son aplicables para mi mundo.
—¿Qué está insinuando?
—Que soy un Teletubbie neo-nazi, ¿qué mierda voy a querer decir? Vine para llevarte al polvo nuevamente.
—No, gracias. Ya estuve en las drogas y no quiero volver. ¿Qué es un Teletubbie?
—No hablo de las drogas, mi estimado Edgar—aclaró Dios—. Hablo de llevarte a tus orígenes, donde la materia de la vida era compañera inseparable de la nada misma.
—Así que has acudido a mí con tal propósito…—dijo Edgar.
—Hablas demasiado. Ahora mismo te sentencio a muerte. Serás SILENCIADO para toda la ETERNIDAD.

La palabra zumbó por todo el bar, con eco evanescente. Por un momento se me olvidó el significado de ETERNIDAD.

—Es mí deber mantener el equilibrio de las esferas—dijo Dios. Y nadie debe entrometerse.
—¿SABÉS COMO ME TENÉS LAS ESFERAS VOS?—gritó Poe con una indescriptible cólera. ¿QUÉ ES UN TELETUBBIE?—agregó a la postre. Después se arrepintió.

SILENCIO INCÓMODO 2

Pasaron unos minutos antes de que Poe hablara — ¿o fue una ETERNIDAD?, no lo sé—. Entonces, Dios se paró, con vigor y decisión, y dijo:

—Bueno, me cansé. Dame una sola razón para que no te mate.
—Que me yerba—Dijo Edgar, haciéndose el gracioso.
—¿Te estás burlando de mí?
—Soy canchero—dijo Edgar. Soy hincha de All Boys.
—¿Cómo sabés sobre fútbol?—preguntó Dios, interesado.

SILENCIO INCÓMODO 3

Dios se enojó. Esta vez sus ojos le saltaban de la rabia… parecía Anubis, el dios egipcio. 
—¡LISTO, SE ACABÓ! ¡TE VENÍS CONMIGO AL INFIERNO!
La palabra INFIERNO zumbó con estrepitoso estruendo en el bar. Por un momento se me olvido su significado. Cuando lo recordé, me estremecí.
—Yo vivo en el mismísimo Infierno, oh mi señor—dijo Edgar. La Tierra, donde debo convivir con los humanos es incluso PEOR  que el más severo de los avernos. Veo que estoy acabado entonces. Me entrego totalmente a usted, oh gran señor. Mi voluntad es nula. El hombre no cede a los ángeles ni se rinde del todo a la muerte, sino por la flaqueza de su propia voluntad. ¿Qué es un Teletubbie?—insistió una vez más.
—Sabias palabras, mí estimado Edgar—propuso Dios. Ahora, te llegó la hora de partir. Todo cambia…
—¡Cambia, todo cambiaaaa!— cantaba Edgar.
—¿Cómo conocés esa canción?—preguntó Dios, interesado nuevamente.

SILENCIO INCÓMODO 4

Dios condujo —finalmente— al maestro de Baltimore por un encrespado camino de fuego bajo tierra, para dejarlo otra vez en el mundo de los vivos, con los huevos inflados.
Se dice que —no se sabe quien lo dice— durante el trayecto, Poe no paraba de preguntar nimiedades que quería saber antes de morir, hasta que Dios se re pudrió y lo devolvió, esta vez con una dotación infinita de cerveza 3 de Febrero, que consumió sin vacilar.

Un par de días más tarde, se lo encuentra tirado en la calle, con una botella vacía en la mano, vestido con la ropa de otra persona: un traje amarillo, con una antena de juguete y una graciosa pancita de televisión. Sus últimas palabras, en el hospital, fueron: “Tinkiwinkie, Dixie, Lala y Po… los he visto.”
Lo mismo ocurrió con Sensei Lovecraft, nada más que el diálogo es bastante más corto. Dios no estaba para boludeces ese día. Lo vi todo desde la ventana de la casa enfrentada al hogar de nuestro segundo visionario. Usé un aparato que todavía no puedo describir, para escuchar lo que estaban diciendo a lo lejos:

Veo que Dios se asoma por la ventana y posa una mano en el marco —derruido—.
—¿Dagón?—preguntó Howard, consternado.
—No, Dios, pelotudo…

Y el pobre se cagó muriendo de un cáncer intestinal al mes siguiente.

Ustedes se preguntan: ¿Qué ganaría Dios con SILENCIAR a estos autores? La respuesta, para desgracia de unos pocos, existe. Con esto, Dios lograría mantener la verdad escondida a sus retoños, para así poder controlarlos para la ETERNIDAD —cada vez que lo digo, varios siglos se me tiran encima sin piedad— y seguir repartiendo pena y angustia con mano frugal, que el autor de este blog tanto aborrece —y seguramente algunos colegas míos—. El velo negro que por siempre evitará que el tosco semblante de la entidad sobrenatural que se oculta tras él salga a la luz, nunca se descocerá. Siempre habrá estilistas dispuestos a mantener la calidad de los materiales a toda costa. En cuanto a otros grandes creadores de obras maestras, tuve la desdicha de ser informado que ni UNA PUTA EDITORIAL se ha ocupado alguna vez de publicarle un mísero libro al señor Algernon Blackwood. No obstante, en España, si hay de esos libros. La miseria la sufrimos nosotros… por poner en primer lugar el dinero y la codicia, antes que el cultivo del intelecto.

Mientras tanto, en una librería de Estados Unidos…

—Disculpe, ¿tiene algo de Jaime Sabines?
—¡LARGO!