8 de diciembre de 2014

Detrás de las blancas puertas

Detrás de las blancas puertas de mansiones antiguas se encuentra la vida en su estado de decrepitud; blancas momias danzan tras los goznes y el living se impregna de un aroma a muerte. Ancianos que se aferran a sus últimas horas de vida, luchando contra la muerte, aquel infortunio que antes de su llegada dicen que produce una angustia por todo lo no vivido, y el arrepentido anciano desea volver el tiempo atrás y rehacer sus momentos con lentitud. Un pulso herido que ronda la pieza, la cama y las paredes húmedas recorre toda la casa, pasa por el techo, se escapa por la ventana y toca el corazón de algún cansado caminante, deprimido y cabizbajo. Son estos siniestros, la incertidumbre de la nada y las últimas lágrimas lloradas las que alcanzan y corrompen las almas de los que todavía tienen el deber de seguir arrastrando esta incertidumbre hasta el final que, ellos adivinan, será como esta negrura.

Mi papá me dijo una vez que ver un cadáver es horrible. Nunca le creí, pero tuve la oportunidad de verla a mi abuela en un sarcófago en el velatorio. Me acuerdo que segundos antes de traspasar el umbral donde dormía, pensé que lo que iba a ver me perseguiría con obstinado horror hasta la vejez. Me equivoqué. Sólo vi un retorcido desparpajo arropado con una fina seda blanca. El rostro de mi abuela se veía tan deformado en sus mejillas que otrora rebozaban de buena salud, pero que en aquel momento solo morían en silencio, infladas por el efecto de las drogas que intentaron inyectarle minutos antes de los espasmos que terminaron con su historia. Mi abuelo no se alejó del cajón en todo el velorio, y el espectáculo parecía ridículo para un adolecente de 17 años. Algunos pocos “conocidos desconocidos” reían y tomaban café, sentenciando frívolamente sobre la muerte y rindiéndole incomprensibles analogías. Uno de mis tíos (ya no me acuerdo su nombre ni donde vive)  dijo “La vida de casado es tan nefasta como la muerte, señores. Salvo que ésta última no lo es tanto como la primera.” *Risas*. Yo miraba desde mi asiento, con las manos en los bolsillos, sintiéndome culpable por no sentir nada. Un hombre alto y corpulento, que reconocí al instante como Silvio, un amigo íntimo de mi tío, me palmeó el hombro y me consoló:

-Fuerza, eh.

A lo que respondí con un gesto patético, intento de una falsa sonrisa de autocompasión. Aunque no recuerdo haberme sentido así.

Recuerdo que a las pocas horas de estar allí, me sentí extraño. Era todo ese espectáculo un show tan ridículo. Me pregunté por qué unos matrimonios de ancianos que apenas mantuvieron contacto con mi abuela se sentían responsables de asistir tan hipócritamente al evento que, dicho sea de paso, no resultaba tan diferente de otros inútiles homenajes. Una casona donde mantenían un cajón abierto durante horas, desparramando angustia y muerte. Los parientes se acercaban para llorar al muerto, derramando lágrimas (¿Cuántas de ellas eran verdaderas?) sobre la piel mortecina de una anciana cuya vida devota al matrimonio y los quehaceres domésticos habían hecho un poco más fáciles las condiciones familiares de una familia que desaparecerá en unos siglos, sin apenas dejar rastro sobre la humanidad.

Al final, cuando los falsos payasos parisienses abandonaron uno a uno la casona, me invadió un sentimiento de tristeza aguda. Esta tristeza no estaba dirigida hacia mí, sino hacia la agonía de mi abuelo, que veía una vida sin sentido después de perder a su compañera de tantos años. Y me puse a pensar que, quizás, lo más terrible de la muerte son sus sobrevivientes; quizás también las horas restantes sobre la tierra, que impregnan cada acción y cada pensamiento con la sombra del miedo a que estas sean las últimas, el miedo a que la muerte aparezca, haga fallar los órganos y se lleve nuestros deseos de transmitir un mensaje importante a nuestros seres queridos. En las películas, los personajes mueren heroicamente, profiriendo sus sermones en voz fallecida, pero certera, mientras derraman un hilo de sangre que corre por sus labios. Lo terrible es que, en la realidad, lo único que estos ancianos agónicos llegan a proferir antes de morir son un par de estertores moribundos, seguidos de la rigidez de los miembros, y la vista clavada en el cielo. Algunos llegan a decir “Maaaaa…. Uuummmm…. Muaaaa” queriendo articular un extraño lenguaje que se torna lúcidamente torpe a medida que la sabiduría de la muerte ilumina los conocimientos humanos.


Detrás de las blancas puertas de mansiones antiguas, otra vida más se extingue en esta jungla de cemento. Y no fui el único caminante deprimido en escuchar un anciano morir antes que su compañero.

1 de septiembre de 2014

Una breve nota sobre mí


"Solía pensar que la peor cosa en la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con alguien que te hace sentir solo".

Robin Williams


Controversial manera de introducir una nueva entrada... después de tanto tiempo, ¿No?. Para los que se preguntan por qué abandoné un hábito que venía manteniendo por mucho tiempo, la respuesta no es simple; es un cúmulo de cosas inexplicables. Si tengo que empezar por uno de los tantos problemas que me causaba, debería decir que fue aquel contraste entre lo que consumía de "ellos" y la realidad misma. Cuando uno prueba el paraíso, no puede volver a la realidad sin un desliz en su sanidad mental. La ficción, tan colorida como es, nos permite imaginar, pero a veces ésta vuela tan alto, que nos aleja de lo que nos rodea. Este hábito (solo algunos sabrán a cual me refiero) me dejaba una pena existencial al alcance de la mano, deseos frustrados en la mochila, y una tristeza inmensa. No la curaba nada. Consumía horas reloj, días, semanas, meses, y años de mi vida. Cada día me sentía más un extraño. Llegue al punto de no querer ni esperar nada de nadie. La humanidad me daba asco (quizás me siga dando asco). Comencé a engendrar una sensibilidad exacerbada por lo abstracto, que claramente me enceguecía de lo práctico. Estaba hecho un monstruo devorador. Pero la sensación de soledad no solo persistía, sino que crecía con las páginas pasadas. El sentimiento de incomprensión alertagaba mis ánimos y me dejaba un malestar que no me dejaba disfrutar de ningún momento. Cada minuto pensaba que "podría estar haciendo otra cosa" o bien "esta o tal otra persona es una basura". Mis intenciones de entablar conversación con los otros se desvanecieron por completo. Nada de lo que la gente pudiera aportarme en una discusión se comparaba con el monólogo único y poderoso que entablaba con mis amigos de papel. La depresión y las constantes luchas conmigo mismo me habían llevado a contraer enfermedades físicas asociadas al mal funcionamiento de la psique; en otras palabras, mi malestar psíquico era tan drástico, que transpolaba aquel malestar a los órganos de mi sistema, haciéndolos accionar de manera deficiente. Mi cuerpo y mi mente eran un caos. Tuve que tomar una decisión drástica (por lo menos me sigue pareciendo drástica... e injusta también), pero lo único que podía salvarme era suprimir por completo aquel hábito. Un hobby que había hecho nacer tantas cosas buenas en mí, pero a un precio descomunal: mi propia salud. 

Hace 7 meses que estoy completamente sobrio. Y sólo debo decir que me siento "bien". Pero todavía sueño. Sueño y deseo. Ahora estoy sujeto a los temas y las problemáticas de este mundo mortal. Ya he entregado mi voluntad al exterior. La voluntad inerte está en peligro, no me queda duda. No sé si seguirá vivo, pero, por el momento, creo que va camino a su propia muerte. La voluntad inerte ha renacido en busca de su total aniquilación... porque ahora ha decidido confiar en los demás.

8 de febrero de 2014

Ojos Que Persiguen - 1984 de G. Orwell (review)






"Political language is designed to make lies sound truthful and murder respectable, and to give the appearance of solidity to pure wind"

George Orwell 

"La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza"

Enunciado del Partido

"2 + 2 = 5"

Enunciado de O'Brien



En el año 1984, Winston Smith, un integrante importante del Partido y empleado del Departamento de Archivos, decide escribir un diario para dejar a la posteridad. Ingresa en la habitación. Al otro lado de la pared se encuentra una enorme pantalla que monitorea los movimientos más leves y registra los sonidos más imperceptibles. Winston se sitúa en un rincón donde la telepantalla no alcanzaría a delatarle; un lugar en la oscuridad donde escapar de aquellos ojos persecutas. Toma una pluma, y comienza a trazar el camino hacia su libertad. Un camino que lo pondrá en peligro inminente. Y comienza la cuenta regresiva. Las horas están contadas. Desde el momento en que concibió la idea, ha cometido una herejía contra el Partido. Winston ha cometido el “crimental”.

En plena dictadura, este hombre intentará esconderse de la Policía del Pensamiento, una organización estatal que se encarga de rastrear y torturar a todos aquellos que infrinjan la ley o demuestren cualquier tipo de conducta heterodoxa. El avasallador control mental ejercido por el Partido sobre los habitantes de Oceanía, junto con la incipiente lobotomización del uso de la nuevalengua -que castra el lenguaje hasta reducirlo a apenas un simple germen-, impide cualquier concepción “desviada” de la doctrina de las guerras y el odio: la doctrina del Gran Hermano. Una doctrina que impone que la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. El pasado no existe, o, mejor dicho, es constantemente mutable. Winston es uno de una indefinible cantidad de empleados abocados a alterar el pasado y corregir cualquier inconsistencia o incompatibilidad que pueda controvertir las sentencias del Gran Hermano. Ningún recuerdo es confiable, ya que no existen pruebas materiales que lo abalen. Ni un archivo, ni una fotografía, texto, revista, libro, diario, absolutamente nada. Todos los medios audiovisuales se encuentran bajo la lupa del Departamento de Archivos. Cada día, el escritorio de Winston se llena con nuevos papeles provenientes del tubo neumático. Tendrá que corregir todos y cada uno de ellos para no dejar evidencia de las erratas del Partido. La guerra siempre ha existido, pero nunca hay ganadores. Oceanía y Esteasia contra Eurasia; Eurasia y Oceanía contra Esteasia; Oceanía contra ambas potencias; los aliados y los enemigos van mutando según la conveniencia política del momento. Los ciudadanos utilizan el “doblepiensa” para convencerse a sí mismos de que la historia no ha cambiado, y la rueda sigue girando y creando ciudadanos “bienpensantes” que se someten de buena gana a una vida aburrida y poco emocionante.

Dentro del malestar social que experimenta Winston en sus últimos días como un creciente inadaptado del Partido, aparece una joven y hermosa muchacha del Departamento de Archivos que capta su atención con sus delicadas curvas y su andar provocador. Al principio, Winston, convencido de la frialdad y rigidez de las mujeres del Partido, decide ignorarla y desearla en silencio, pero llega el glorioso dia cuando Julia decide acercarcele y dejarle una nota escrita, fingiendo una caída en el pasillo, frente a las telepantallas que tocan constantemente una asquerosa música enlatada de ascensor. Winston se las arregla para leer el mensaje en el trabajo, bajo la vigilancia opresiva de la telepantalla. Desliza el mensaje junto con los papeles del tubo neumático y logra leerlo. La dificultad principal en aquel momento residía en ocultar la conmoción dentro de su corazón, que se asomaba en el rostro como una traición del inconsciente. Por supuesto, la telepantalla presta especial atención a cualquier distorsión de la cara. Una ceja levemente levantada, una mirada fija, una mínima apertura de la boca o cualquier indicio de sobresalto. Cualquiera de estos deslices podrían delatarle fácilmente. No obstante, logra sobreponerse con una facilidad impresionante. Después de todo, el mensaje rezaba nada más ni nada menos que “te amo”.

Aquí comienza el escape de los amantes a través de distintos paisajes para desembocar en retirados parajes donde poder esquivar la vigilancia y tener intimidad. Julia guía a Winston a través de un camino de bosque frondoso, donde los micrófonos y las telepantallas no existen: un lugar tranquilo donde entregarse a los placeres de la carne. Los amantes pasan allí un tiempo considerable, antes de terminar alquilando la habitación superior del viejo erudito, el señor Charrington. El anciano introduce a Winston en un mundo pretérito, donde las emociones florecían, sin censura, en los corazones de la gente, y las manifestaciones de amor se practicaban a la luz del día. El poder sentimental que sus antepasados atribuían a sus objetos preciados se mostraba con total libertad... muestras de un mundo inalcanzable por aquel entonces. Estos encuentros refuerzan en Winston el deseo de vivir y experimentar situaciones nuevas. Julia y Winston deciden realizar encuentros cuidadosamente programados, que parezcan inconexos y fortuitos a los ojos del Partido. Esquivan miradas, susurran planes por lo bajo, y hacen el amor en el lecho del ático. Sus encuentros se van sucediendo, entre citas a escondidas y desenfreno sexual van construyendo un lazo que los mantendrá hasta... casi el punto culmine de la historia. Cuando los amantes son descubiertos finalmente, comenzará una tortura horrible y despiadada, dirigida a encausar el comportamiento de los abyectos desviados. Julia y Winston son sometidos a un tiempo indefinido de agonía y dolor inhumanos, hasta desfigurar sus contornos, modificar sus pensamientos, y destruir sus pasados anhelos.

Es quizá inútil intentar explicar el horror que me inocularon estas páginas, emoción paralela enraizada junto a la pesadillezca sensación de un posible futuro sin esperanzas. Esta historia logra convencer al lector de la posibilidad de un mundo sombrío y devastador; semejante a un infierno en la Tierra. Este libro es, de la mano de “El Proceso” de Kafka, otro mundo distópico tan cruel y sádico como lo que sus crónicas narran. Tal vez es el agujero más hondo al que la humanidad puede rebajarse, pero creíble al mismo tiempo en que influyen un marco político y económico tan desafortunadamente conveniente para muchos regímenes autoritarios, que la pesadilla da el virtual presentimiento de un devenir del ocaso de la raza humana. A pesar de estos fuertes sentimientos, me he topado con una suerte de opiniones encontradas entre los lectores habituales del género. Quizá por la preponderancia del espíritu de hiper-reflexionar sobre un terreno hipotético, me es posible sumergirme en el mar de emociones que produce la novela en los incautos y aquellos que se dejan llevar por el torrente hacia un fin inesperado; a otros, quizá, les es más difícil no ensamblar la conclusión del libro son sus inclinaciones políticas, y reducir la novela a una mera crítica de la doctrina del comunismo y sus dictados absolutistas. Creo que, en este caso, los incautos son estos últimos. Si bien Orwell ha admitido públicamente que el comunismo tuvo cierta influencia en el desarrollo de la trama, reducirlo a tan estrecho marco de influencia es quizá una forma de despedazar y triturar los motivos más profundos del hombre detrás de la mascara que constituye el libro. En la manifestación del marco histórico, podemos observar como actúa una fuerza indiscutiblemente despótica, siniestra y subyugante; infatigable y acechante, que se encuentra claramente muy lejana a cualquier concepción del comunismo. El Partido, que sirve como contrapunto de la libertad de expresión del pueblo, es un organismo castrativo que no teme en aplicar represalias de las más severas a cualquier individuo que manifieste signos de pensamiento propio. No me hace falta continuar con este circunloquio si mi punto es sin lugar a dudas más que evidente: el Partido y el Gran Hermano son paradigmas de la dictadura más aberrante de la que cualquier nación puede padecer en la vida real.

Lo terrible es que, por alguna razón inescrutable de la existencia, los mundos distópicos son más creíbles que la isla de Tomás Moro y aquel Mundo Feliz de Huxley.






"El Gran Hermano lo está vigilando"