Llego la hora de dar unas pocas líneas acerca de un
tópico esencial y reiterado en mi corto paso por el mundo. Hay muchas cosas que
no conocemos. Y solemos hablar sin saber. ¿Existe el amor eterno? No lo
sabemos. ¿Qué hay más allá de la muerte? Tampoco lo sabemos. ¿Es necesario que
toda ficción sea una interpretación de la realidad que responda preguntas
existenciales? ¿O acaso tal fenómeno es casi imposible? Incluso la ciencia se
ha topado con un gran muro blanco en cuanto a la mente humana se refiere. Y ni
hablar del universo. Esas preguntas son frecuentes cuando ponemos en tela de
juicio la finalidad del arte. En el ámbito popular de las masas lectoras, se
aceptan aquellos libros que arrojan alguna luz a los temas que más nos
preocupan, pero dejan de lado la literatura que está escrita en función a un
aspecto indisociable de nuestra alma: la incertidumbre.
Está de más recalcar el odio insidioso de la población
provocado con tan solo la mención de «final abierto». En estos tiempos que
corren, no hay frase más detestable; qué asco, que aversión inestimable nos
producen ambas palabras juntas en la misma oración: final + abierto. ¿A qué se
debe conducta tan esquiva? ¿Tiene razón de ser? Empecemos primero por definir
un término empapado de actualidad. Estoy hablando de la ciencia. Resulta que un
día —no estoy seguro cuando— la ciencia comenzó a ocupar un lugar más que
privilegiado en el mundo de las letras. Con la aparición de la ciencia-ficción
y los relatos extraordinarios de Jules Verne, H. G. Wells y otros, la
literatura comenzó a adaptar a sus contornos y formas al propio método
científico, como vía irrefutable para constatar de manera factual y mecánica un
hecho casi inverosímil. Poco a poco, los lectores a nivel mundial fueron
aceptando con mayor facilidad la intromisión —si es que así podemos llamarla—
de la ciencia en el contexto literario, y no pasaron muchos años antes de que
se publicaran antologías y novelas que hoy ocupan un lugar privilegiado en
nuestra biblioteca (Asimov, Bradbury, R. Matheson, Theodore Sturgeon, Arthur C.
Clarke y muchos más).
Es así como nos hemos fundido tanto con la ciencia que
no soportamos un quiebre en la estructura ni la superficie de lo que
observamos. Nos volvimos intolerantes con el desorden conceptual del arte y sus visiones que «no encajan en la
vida real». Por eso necesitamos datos, números, héroes bien delineados y
finales felices. Esto es justamente lo que no presenta la narrativa Poeiana;
más bien presenta agujeros, algunas fechas imprecisas, héroes depresivos y vagamente
delineados, y finales inconclusos. He
aquí el explícito fracaso de la única novela escrita por uno de los más grandes
cuentistas norteamericanos del mundo. Una desidia casi adrede impregna las
últimas páginas del libro. Edgar Allan Poe, al referirse a la novela, la
caratula lisa y llanamente como un «libro tonto» («a silly book», en inglés).
Nótese la connotación peyorativa del adjetivo. Evidentemente, Poe nunca se lo
tomó en serio o, al menos, así lo demostraba. Lo cierto es que entre la
delineada montaña de críticas que ha recibido, ha logrado cautivar los
corazones de los autoproclamados seguidores del realismo mágico. Y con mucha
razón. El libro del cual estamos hablando, Narración
de Arthur Gordon Pym, es sin lugar a dudas un ejemplo controversial de la prolífica
obra del maestro de Baltimore.
La historia comienza con una pequeña travesura a bordo
del Ariel, barco perteneciente al
protagonista, Arthur Gordon Pym, quien se embarca junto a su amigo Augustus en
busca de aventuras en el mar. La peligrosidad del viaje no sería calculada
previamente por los rebeldes jóvenes, puesto que ambos, en estado de ebriedad,
se hacen a la mar sin herramientas y totalmente desprovistos de experiencia
sustancial en el manejo de embarcaciones más que unos cuantos viajes en
compañía de un capitán. Augustus sucumbe al estado provocado por la cantidad de
alcohol en su sangre, y cae desmayado en el piso del barco, al tiempo que
profiere unas palabras extrañas: «¡Qué ocurre! ¡Qué ocurre…! ¡No ocurre nada…!
¿No ves que… volvemos a tierra*?» Finalmente ambos escapan a su terrible
destino al ser rescatados por el Penguin,
un buque ballenero que deambulaba por aquellos lares en el momento justo para
salvar a un pequeño Ariel de las
garras de un mar picado y feroz.
Recuperados del infortunado incidente, deciden hacer
una travesura aún más osada: embarcarse en el Grampus, el buque ballenero dirigido por el padre de Augustus, el capitán
Barnard. Augustus le prepara una confortable litera dentro de un baúl situado
en la escotilla de su camarote; un lugar oscuro y viciado. La idea previamente
convenida era la de zarpar con la identidad de Pym resguardada en el escondite,
y presentarlo al capitán una vez estuvieran lo suficientemente lejos de tierra,
creyendo que se lo tomaría en broma como una astuta jugarreta y se reirían
juntos de la anécdota por el resto de sus vidas. Lo que demuestra la siniestra
crónica de viajes, que lentamente se va transmutado en un catálogo de miserias
y situaciones extremas, es expresamente todo lo contrario. Un mensaje
alarmante, escrito con sangre de puño y letra de Augustus, llega a las manos de
Gordon Pym, cuya situación desesperante impregna al significado de las palabras
un sentido espantoso. «… Sangre… Todo
depende de que sigas escondido» recita la misteriosa misiva, y los sucesos
subsiguientes toman un cauce desesperanzador, atroz y sangriento. Aquí se
produce una ruptura entre la narración de tipo aventurera para pasar a un
terreno un poco más escabroso; un plano donde Poe se manejaba con más libertad.
No le faltaron motivos para aventurarse a escribir
esta crónica de viajes. Por aquel entonces, los relatos de investigación al
Antártico estaban en boga. J. N. Reynolds, admirado por Poe, entrega un
proyecto de expedición al Antártico al Comité de Asuntos Navales de los Estados
Unidos. Benjamín Morell también publica su crónica y la historia del motín del Bounty había ganado cierto renombre.
Debería notarse a simple vista, también, la similitud fonética y gramática de
“Arthur Gordon Pym” con “Edgar Allan Poe”, aunque no se sabe si dicho paralelismo
fue aplicado a propósito. En fin, estos antecedentes literarios, más algunos
mapas, información de la prensa y la propia experiencia de embarcación —de la
cual se sabe poco o nada—, Poe se deja llevar por su elaborada y cuidada prosa
en un relato de vigor ininterrumpido que no dará respiro al lector. El cambio
de atmósfera pertinente solo se realiza al pasar del Grampus a la goleta inglesa Jane
Guy; aunque a partir de aquí el vigoroso relato de agonía resurge y culmina
con un descubrimiento angustioso en los abismos de la isla de Tsalal, donde la
novela finaliza bruscamente con un golpe entorpecedor de incertidumbre y
confusión: lo que en esta humilde nota he dado a llamar «final abierto»; no
obstante un término poco preciso para el caso. En mi opinión, aquel final
abrupto no es más que una imposición de la propia trama. Dice Julio Cortázar
que Poe “buscó escribir un relato de aventuras, lo consiguió hasta cierto punto
y lo dejó inconcluso; el problema, quizá insoluble, está en explicarse si
abandonó la tarea por fatiga o carencia momentánea de invención, o si la obra
se lo impuso. Una lectura atenta tiende a apoyar esta segunda hipótesis”. El
origen de los nombres de las islas y los isleños, junto a su extraña jerga, se
deben posiblemente a las obsesivas lecturas que tanto le fascinaban en sí
mismas, como aquellas referidas a las culturas orientales, culturas que
efectivamente ejercían sobre el escritor una fascinación especial.
Han existido múltiples interpretaciones para las
inquietantes escrituras de los abismos negros de Tsalal: las raíces verbales
etiópicas, árabes y egipcias, supuestamente grabadas sobre el granito negro,
pero ninguna fue efectiva. La verdad es que la lectura y relectura del final no
ayuda a descifrar el misterio. Las circunstancias relacionas con la extraña desaparición del protagonista y los ultimos fragmentos del relato quedan a la deriva, y su extenso diario permanece sin terminar, por lo que la conclusión de la historia queda a manos del lector, que puede servirse de todas las anotaciones anteriormente otorgadas por el autor.
La obra ha sido «continuada» por varios autores de
renombre: entre ellos, Jules Verne, con Le
Sphinx del glaces (La esfinge de los hielos) y H. P. Lovecraft con su At the Mountains of Madness (En las montañas de la locura). Verne, en 1864, publica un estudio sobre la novela
de Poe en la revista Musée des familles,
y dice: «Y el relato queda interrumpido de esa suerte… ¿Quién lo continuará?
Otro más audaz que yo y más osado a internarse en los dominios de lo
imposible*» Verne no sabía que sería él, 33 años más tarde, aquel escritor
audaz que osaría internarse en aquellos dominios. Los dos autores intentan dar
una explicación racional al inesperado final de Pym, cada uno a su manera. En
la Esfinge de los hielos, un grupo de
investigadores intenta resolver el prodigio que envolvió el nefasto destino de
la Jane Guy y sus tripulantes, y con
la asistencia de Dirk Peters, indio mestizo sobreviviente, se embarcan rumbo a
la esfinge en los polos de la tierra. Pero como ya se figuraron, son solo
interpretaciones ajenas al verdadero escultor de la historia. Un intento de dar
una explicación a algo que no la tiene; en fin, lo que hacemos el común de la
sociedad para no caer en la locura.
El capítulo X —posiblemente el más shockeante y
despreciable de todos por su detectable disparador del miedo— es terminante a
la hora de dar un veredicto. La escena del barco holandés, con su exhibición de
cadáveres descompuestos por… ¿Fiebre amarilla tal vez? ¿Comida envenenada a
bordo?... puede estar inspirada en la famosa leyenda del holandés errante. Sin
lugar a dudas, este capítulo juega con la percepción y las emociones humanas
cuando están sometidas a los padecimientos horribles del hambre y la
desesperación.
Con todos sus defectos y sus virtudes, Narración de Arthur Gordon Pym fulmina
al lector con una frase insoportable de rigor lacónico, en el buen sentido de
la palabra, pero que se ha grabado a fuego en el cerebro de quien les escribe.
Cualquier mortal, de predisposición hiper reflexiva y melancólica, no las
olvidará jamás, y su alma, ya desprovista de su cuerpo, seguirá repitiendo, una
y otra vez, en la nebulosa, aquella sentencia arrebatadora proferida por vez
primera por bocas fantasmales:
«Lo he grabado dentro de las
colinas, y mi venganza, sobre el polvo dentro de la roca.»
Referencias:
Referencias:
* Fragmento de la versión
publicada por Alianza Editorial, 1981, traducido y prologado por Julio Cortázar.
Mismo fragmento del original en
inglés: “Matter! — matter —why, nothing is the—matter—going home—d—d—don´t you
see?”.
* Julio Verne, Edgar Poe y sus obras, Biblioteca Popular, Salvador Manero Bayarri Editor, Barcelona, s/f.
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