2 de abril de 2021

Harto

 

Harto. Harto de los caprichos y las fanáticas adherencias. Harto de las grietas y los paroxismos de estupidez. Harto de estar harto, de ser un objeto reemplazable en el engranaje de un sistema que se queja, herrumbroso, por el chirriar de las vigas sueltas y los tornillos carcomidos. Harto de las insoportables inseguridades. Harto de las deleznables mentes moldeables… Y malditas las mentes que las moldean. Harto de la conducta de masas. Harto de las modas, las apariencias y el “deber ser”. Harto de escuchar “estoy harto de tal o cual cosa”, luego de cruzarse de brazos, inactivo y pensante… Estático. Harto de las volubles amistades de pasillo; las simpatías de ascensor; las carcajadas sociales cuando el alcohol entona lo suficiente el alma. Harto de estar en este rincón, queriendo dejar de estar harto, intentando cambiar algo. Harto de mirar a los demás. Harto de percibir su inevitable capricho vaporizado que volará las ideas de ahora para transformarlas en cenizas de un ayer. Harto de esa movilidad tan aceptada, tan vencedora, que muda los pensamientos e ideologías humanas. Harto de una serie de mentiras que tapan verdades de rostro deforme. Harto de verle escapar a la voz filosófica de la conciencia, con la desesperación de un sediento por el agua en el desierto, a los transeúntes de una calle empedrada, que corren hacia sus trabajos de traje y corbata. Harto de hartarme hasta tener que escribir que estoy harto. Harto de este ejercicio, cada vez más solitario e inútil, de describir en un teclado el nivel de mi “hartitud”. Harto del hastío de cama sobrevenido exactamente después de tus palabras como cuchillos. Harto de ver esos mismos cuchillos salir de distintas fauces. Harto de comprobar la obvia frase de “te lo dije” tras el hecho vaticinado y trágico de la fatalidad. Harto de forzar las sonrisas y las palabras de aliento. Harto de esperar las sonrisas y las palabras de aliento de los otros. Harto de tentarme a responder “bueno” una vez escuchadas estas palabras, porque otra cosa no se debe decir. Harto, entre otras cosas, de querer significar con mis débiles actos, la completitud de mi ser, el sinsentido de lo cotidiano, traducido en vanos deseos y evasivos “te quiero” de un alma que se extingue antes de hacer carne la voz. Harto de toparme con los que prefieren irse, porque quedarse es más difícil. Harto de una insoportable levedad del ser. Harto...