6 de julio de 2011

Una breve reseña sobre el misterio de "El faro" de E. A. Poe

La muerte y sus inusitados terrores afectaron al inventor de pesadillas por excelencia, nuestro Edgar Allan Poe, cuando un día se lo encontró tirado en el piso agonizando e incapaz de explicar cómo había llegado a tal situación tan deplorable. Se lo trasladó al Washington College Hospital y murió el 7 de octubre en dicho establecimiento. El gran misterio del que nunca nos podremos despojar era el hecho de que llevaba puesta la ropa de otra persona y desafortunadamente su delirio no caducó en ningún momento, por lo cual nunca pudo dar explicaciones al respecto. Como se sabe, era un bebedor empedernido y botellita que le ponían enfrente, pues botellita que desaparecía. No hubo testigos que llegasen a presenciar al escritor en alguna especie de actividad poco normal ni llamativa, lo que se sabía era que su depresión enjaulaba sentimientos de melancolía y malestar emocional luego de la muerte de su prima, que había fenecido a causa de la tuberculosis. A partir de ese momento no volvió a ser el mismo y contemplo a la muerte, con su rostro blanco esquelético un sinnúmero de veces mientras bebía del elixir que desahoga las penas.
Lo curioso es que dejó un relato sin terminar, que para la desgracia de tantos de sus lectores es una miseria atrofiante. Una legión de escritores españoles infradotados han tratado de reconstruir dicho final, pero cualquier buen lector de Poe sabe que no es lo mismo y que le falta la técnica y el trasfondo de funesta y sanguinolenta locura que tanto lo caracterizaron.

El faro está dividido en cuatro fechas, todas correspondientes al mes de enero, transcurriendo el año 1796. Nuestro protagonista está decidido a escribir en su diario todo lo que pueda concerniente a su sombría estadía. La primera es el 1 de enero de dicho año. En él se narra el objetivo principal del protagonista, en donde nombra a un tal De Grat con el que acordó llevar al papel todo lo que le suceda en el faro. Aquí es donde Poe manifiesta su más intachable talento literario y le da al lector la sensación de soledad arcaica, esa que solo se encuentra estando en compañía del silbido del aire, las construcciones etéreas que tocan el cielo raso, demacradas y ominosamente antiguas y la música demoníaca que proviene del alma, de espantoso horror inconmensurable. Sin embargo el narrador se ve satisfecho con la idea de estar solo, como lo expresa en unas líneas que citaré sin más preámbulo: "De nada habría valido que Orndoff me acompañase. De haber estado a merced de su insoportable maledicencia, por no mencionar su inevitable pipa de espuma de mar, nunca habría avanzado nada en mi libro. Por otra parte, me apetecía estar solo". 

Luego pasamos al 2 de enero de 1796. El narrador menciona haber experimentado una especie de éxtasis de naturaleza desconocida, acaso difícil de explicar. Repara en el hecho de que rara vez se había visto tan colmada su sensación de soledad en días tan deleitables como ese. En cuanto al clima, el clamor del viento y  la impetuosa violencia del agua habían cesado y no había nada a la vista (incluso utilizando el catalejo) más que alguna que otra gaviota, el océano y el cielo azul.

3 de enero de 1796: Calma chicha todo el día. El narrador se decide a explorar el faro: "Tiene una altura considerable, como tuve ocasión de comprobar cuando comencé a subir por esa interminable escalera; unos cincuenta metros, calculo yo, desde el nivel del mar hasta lo alto del fanal. Desde dentro de la torre, desde la base hasta la linterna, la altura alcanza no menos de cincuenta y cinco metros, es decir, que la base se encuentra a unos seis metros por debajo del nivel del mar, incluso en marea baja". También le da la impresión de que los cimientos se asientan con piedras sillares y al principio duda de su propia seguridad allí, tal como se comenta de algunos vientos muy fuertes prominentes del sudoeste.

Finalmente llega el 4 de enero de 1796, la representación máxima de la vacuidad, la nulidad y la muerte infinita. Sus hojas, que no fueron mojadas por la tinta, insinúan el misterio o el propósito intrínseco de la narración. Cuando lo leí por primera vez pensé que el tipo había muerto a causa de su propio colapso nervioso y la soledad que hicieron de su mente una algarabía de voces subterráneas, culminando en diabólicos acólitos acudiendo a su encuentro para desmembrar cada parte de su cuerpo y llevárselas a Herbert West (para el bien de la ciencia claro está). Aunque resulta que no era así. Todavía no me he topado con ningún escritor que haya podido terminar un relato o una novela después de haber muerto (a menos claro que hablemos de nuestro querido científico loco Herbert West, que ahora yace en los más profundo del cementerio "zombie" de su última casa). Y eso es lo que le aconteció a nuestro inventor de pesadillas, lo encontraron delirante en las purpúreas calles de Baltimore, en estado urgente de atención médica. Antes del incidente se lo había visto contento, teniendo en cuenta que iba a casarse con un antiguo amor de su juventud, a la que le había prometido dejar sus malos hábitos, que obviamente fueron más fuertes que él.

Este poeta macabro siempre estará lleno de enigmas que jamás serán revelados. Todos y cada uno de los que leímos bastante su obra, sabemos que no habrá uno igual. Los artistas que sacrifican su propia vida a la demencia perenne hoy en día escasean. En una sociedad donde cada vez hay más similitudes con "Un mundo feliz" de Huxley no hay cabida para los intelectuales locos, solo los dominados y poco originales ejemplos de la mediocridad. Estos homicidas del germen de lo fabuloso están contaminando el planeta que enriquecieron sus antepasados...si esto sigue así Poe...la humanidad deberá perecer pronto.

Fragmentos extraídos directamente del tomo "Obras completas" by Edgar Allan Poe, ed. Edhasa, El faro (The Light-House, 1849) procedente de un manuscrito de 1849 inédito en vida del autor.