24 de noviembre de 2015

La casa hiperbólica (review)

Facebook es una red inmensa de entramados sociales, contactos y eventos. A través de él contactamos con personas y anécdotas; un tejedor informático de destinos amistosos, amorosos y laborales. En estas últimas semanas, tuve el agrado de ser tejido junto a un nuevo evento freak, que me llegó de parte de mi estimada amiga Johanna. Se trataba del “Primer Encuentro de Sagas y Literatura Fantástica” que tomaba lugar en el famoso campus Miguelete de la Universidad de San Martin, a pocas cuadras de mi humilde morada. El encuentro se llevaría a cabo el 21 de noviembre de 12 a 19 horas, y me pareció una excelente oportunidad para divagar en soledad entre personajes mitológicos (freakis disfrazados) y estantes de curiosidades artesanales para el deleite de la mente imaginativa (artilugios freakis). A pesar de contar con el tiempo suficiente para organizar la salida con alguien, decidí dejar pasar los horas tiranas para, a último momento, reprocharme a mí mismo la ya inevitable falta de compañía, y a las 16 hs del 21 me puse un jean, una remera azul francia ramplona y mis zapatillas y partí al campus. Al llegar a la entrada del campus por la avenida 25 de mayo, me topé con un panorama para nada anormal: gente disfrazada de elfos, hadas, caballeros medievales, Harry Potteres subidos de peso, escritores firmando libros y haciendo prensa de sus nuevas creaciones, etc. En uno de los tantos estantes de libros que ostentaban a King, Rick Riordan, Rowling, Suzanne Collins, Proust, Poe, Lovecraft, y otros clásicos, hurgando un poco en las superficies de papel, saqué un pequeño tomo de 120 páginas de un escritor argentino, Claudio García Fanlo. El libro, “La casa hiperbólica”, es una novela reciente de 31 capítulos cortos sobre una construcción en un claro cerca de la ruta rumbo a Tandil, a unos kilómetros del pueblo de San Ignacio, partido de Ayacucho.

La historia central gira en torno a Orestes, un personaje solitario y taciturno cuya tediosa rutina se ve interrumpida por un llamado de un estudio jurídico, que le informa que está ahora en posesión de una sucesión de una casa a nombre de Hugo Cozzi, un ex compañero de facultad expulsado por sus planos e ideas sobre la matemática “no euclidiana” (concepto utilizado incontables veces por H. P. Lovecraft en sus relatos y cartas). La casa, como ya mencioné estaba ubicada en un paraje alejado cerca del pueblo de San Ignacio, ahora le pertenecía a él por expresa voluntad de Cozzi, desaparecido hace dos años. Orestes decide asistir al estudio ubicado en Viamonte, capital federal, para firmar todos los papeles sucesorios.

Orestes, ahora en posesión de la casa hiperbólica de Cozzi, decide visitarla. Al llegar, no sin ninguna dificultad, se encuentra con una construcción con forma cónica y elíptica que, a simple vista, no contaba con ventanas ni puertas. Al acercarse al terreno que invadía la casa, Orestes descubre que se le hace casi imposible determinar si está adentro o afuera de ella, y los diferentes portales que conectaban la casa podían llevar de un extremo inferior de un piso al otro extremo del piso superior, sin ninguna coherencia física. Orestes huye de la casa cuando, después de rondar e investigar atónito, se ve a él mismo investigando la casa pero 10 minutos antes.

Luego la historia intercala partes de un diario de Cozzi (que nunca explican bien su procedencia) que deja manifiesto escrito sobre el proceso de construcción. La casa, regida por una estructura “hiperbólica”, es decir, relativo a la famosa hipérbole matemática que se da en un sistema de ejes cartesianos, es una conjunción de materiales extraños ensamblados acorde a los extensos estudios de Cozzi en arquitectura. Cozzi, proclamado disgustado de las rectas simples, las paralelas y la simetría, construye una teoría en la cual una forma a base de hipérbole y en contra de todos los axiomas preestablecidos se utiliza como hipótesis fundamental para el armado de una construcción que engañaría los sentidos humanos. Para ello, contrata a Olmos, maestro mayor de obras y experto albañil de cultura singular y origen oriental (claro guiño literario de las obras de Lovecraft), y a Riemann, genio matemático con experiencia en construcciones experimentales. Los tres, adoptando como base los planos de Cozzi, emprenden la obra que cambiaría la visión del mundo.

Desafortunadamente, durante el proceso de construcción, los tres comienzan a presenciar fenómenos extraños en torno a la casa. Fanlo, haciendo gala de su autoproclamado “dispositivo Lovecraft”, comienza a disponer las piezas del juego para efectuar un suspenso creciente al que no le faltan guiños literarios sobre Lovecraft y su círculo. Se nombra por alguna parte a la mítica Carcosa, la ciudad del relato de Ambrose Bierce, y las alimañas gelatinosas en forma de lagartos recuerdan a las incontables criaturas de la mitología lovecraftiana. También nombran a la “Gran Raza de Yith”, raza capacitada para viajar en el tiempo, a un “hombre sapo”, prototipo de las gentes de la maldita Innsmouth, de piel verdosa y aspecto anfibio. Orestes tendrá que descubrir el misterio matemático que impregna la casa y descubrir el paradero de Cozzi y sus ayudantes.

En cuanto al estilo de escritura, es bastante pobre y falto de técnica. Fanlo, en un triste intento de emular al maestro Eich Pi El, comete faltas imperdonables y vicios literarios como la repetida utilización de adjetivos vagos para describir objetos y visiones sin dar mucho detalle. La prosa fluye sin diálogos, otro indicio de este plagio involuntario, pero no ocurre como con Lovecraft, donde la falta de dialogo da cierto matiz impersonal y científico a la obra, sino que en este caso termina por arruinar el efecto verosímil con este exceso y omisión de detalle por falta de imaginación.

Por otro lado, en cuanto a la trama, es inevitable relacionar esta obra con la aclamada novela de Hodgson, “La casa en el límite”, por sus varias temáticas metafísicas. Los aldeanos de San Ignacio llamaban “la noche de las luces” a un suceso en el cual se vieron en el cielo destellos fosforescentes provenientes de la casa hiperbólica, hecho que podemos comparar tranquilamente con las fosforescencias emanadas por la casa del recluso en el confín de la tierra. El diario de Cozzi, que sirve de prueba tangible de los acontecimientos fantásticos, es el equivalente del diario del recluso que los protagonistas se encuentran en las ruinas de la casa, y asi y todo, la novela no deja de ser más que un apéndice y adaptación de los mitos de Cthulhu en un ambiente rural argentino. Por supuesto no supera la originalidad de Hodgson, pero aún así, si sos fanático de Lovecraft y fiel seguidor de sus historias, encontrarás “La casa hiperbólica” como un trabajo pasable y entretenido, que da algunas esperanzas a los escritores de horror de poder hacerse lugar en el mundo editorial actual.


En conclusión, “La casa hiperbólica” es un aliciente argentino para los fanáticos del género, y joyita imprescindible en nuestra biblioteca de autores fantásticos argentinos. Lectores que no frecuenten el género, abstenerse.