28 de Octubre de 2025:
Por favor, esto es urgente. Escribo este informe para comunicarles todo con lujo de detalles. Léanlo lo más rápido posible. No puedo dormir. No puedo comer. No tengo palabras para expresar lo que es inexpresable. Ya me he sumido en un mundo del cual deseo, con mi más ferviente brío, olvidar todo lo relacionado; olvidar la agonizante apariencia de una bestia inefable, dos bolsas con restos en estado de putrefacción y estas cartas que hallé en mi investigación al este de Marte. Dichas cartas, con sus vastas afirmaciones demoníacas para nada prosaicas y abominables, en variadas tonalidades literarias, constituyendo un lenguaje que ahora conozco y que está en todos lados, me produjeron una sensación no menos terrible que el demonio recostado en los fríos terruños rojizos, que se retorcía y escupía palabras ininteligibles para cualquier mente humana. Pero esas letras, ignotas fuentes de desvaríos inusitados, me atormentan y me seguirán atormentando por siempre ¡Por Dios lo veo en todo ser vivo! ¡En la proporción del Universo! Ha sido la lengua madre de nuestras lenguas y lo contiene todo… lo sabe todo… y me está siguiendo en mis sueños, donde veo eso... esa blasfemia esquelética, merodeador de las tinieblas que ha devorado cientos de seres y que ese otro individuo ha abandonado en el planeta rojo.
No hay nadie que pueda socorrerme, estoy perdido, devastado y no he ingerido nada en más de cinco días debido a este injurioso descubrimiento. Maldigo el momento en que, explorando las invisibles calamidades enterradas en el espectro congelado y vil que es Marte, en un proyecto —al que estoy a la cabeza en la parte investigativa de reconocimiento del terreno— iniciado en el 2016 por Albert Strausford, escuché ese ominoso silbido proveniente de las llanuras desérticas más cercanas a mi encuentro ¿Qué me llevó a dirigirme hasta allí? Pues mi maldita curiosidad. Ese bicho hambriento que corroe la conciencia de los hombres, cuando estos se enfrentan al golpe arrebatador de la intriga , es ni más ni menos que el mismo verdugo responsable de la inconmensurable masa de suicidios infestando la historia de la humanidad, una relativamente corta en comparación con los monstruosos eones de existencia de la materia. Había allí, convulsionándose con terribles espasmos en el seno de las vastas planicies coloradas, silbando agudamente con un tono que penetraba los oídos más sordos ¡Ese silbido infernal!, la estructura esquelética de un ser con alas, encorvado y de estatura considerable.
Estas son las cartas que hallé directamente a unos metros del Ser Alado y las bolsas, que transcribo, ya traducidas gracias a un diccionario de extraña procedencia para su mejor aprovechamiento:
Lugar de obtención: Marte, zona este.
Contenido: Un embase de un material sintético iridiscente con extrañas cartas de un papel irreconocible.
Fecha: Data el año 6.522.966.774.435 seguidas por un nombre de origen no registrado.
Destino: Fhurjitonia – Ubicación: desconocida hasta futuras investigaciones.
CARTA I
Mira, el otro día mis padres me comunicaron que mi querida abuelita vendrá a visitarme la semana próxima y no sabes lo contento que estoy ¡Que goce! Y yo que pensaba que nunca más volvería, si fue hace mucho, como eso de tres meses, que la había visto por última vez. En cuanto pensé en su rostro bondadoso y piadoso carácter mi alma se llenaba y rebalsaba sin más.
Estuve estos días preparando una sorpresa para ella. Siempre que viene me trae dulces y yo con gusto los como —a veces como de más— y a menudo dábamos un paseo por las llanuras misteriosas de la hermosa Fhurjitonia, contemplando los danzantes árboles de poderosos frutos perfumados que daban la impresión del sostenido desarrollo de una melodía celestial, en sus compases armónicos y únicos. Por las noches me leía cuentos de terror sobre criaturas que vivían en un planeta no muy lejano, al parecer el segundo que albergaba vida después del nuestro, pasando por diferentes etapas evolutivas, empezando por los primates (aquella teoría que desarrolla un tal “Darwin”). Recuerdo que no podía conciliar el sueño y las despreciables actitudes de esos seres me perturbaban en mis más terribles ensoñaciones. Como los detesto; si los tuviera cara a cara juro que los destruiría a todos ellos. Son una plaga de otra dimensión. Han destruido vidas inocentes y al parecer no saben lo que es una sociedad estable. La violencia no lleva a ningún lado pero la avaricia frívola que los caracteriza no puede ser más reprobable. Me pregunto si algún día llegaran a descubrir que alguna vez vivimos allí, en donde ellos llaman Tierra y que hemos abandonado en el interior de la zona polar en la Cueva de Ghjit, al noroeste de las heladas extensiones y protuberancias que con indiferencia se remarcan en el los limites cóncavos del etéreo cielo, un manuscrito con nuestros registros idiomáticos y gramaticales. Aún no sé porque nuestros ancestros decidieron dejarlo allí, tal vez pensaron que nunca nadie los encontraría y menos cualquier especie de vida terrestre posible a posteriori nuestro nacimiento.
Estoy muy emocionado… no puedo esperar más. Cuando llegue mi abuelita a casa, te escribiré.
CARTA II
Hace horas que sin decir nada ni articular su débil cuerpo, sentada, mira por la ventana; inmutable como poste de luz en una ciudad abandonada. Su apariencia… hay algo diferente. La percepción, al no ser fiable, podría tramarme una trampa sensorial, pero no la reconozco ni en sus más mínimos rasgos físicos. Creo que mira el cielo, lo contempla como queriendo rasgar el éter y pasarlo de lleno y en ciertas ocasiones la he visto levantar su esquelético brazo para poder asir el manto rojizo con las manos. Cuando vi ese brazo, la repugnancia me inundó. El patetismo del esfuerzo que tuvo que emplear para mover sus desgastadas articulaciones y la esencia toda de la situación me produjo un abominable sentimiento; tanto que tuve desviar la mirada.
Mis padres no sospechan nada y me da la impresión de que me ocultan la verdadera naturaleza del asunto. ¿Y si murió hace tres meses? Tal vez su cadáver tenga vida. Cada vez que se me acerca para acariciarme la cabeza no puedo evitar sentir una presencia tenebrosa, demoníaca, deleznable y atroz ¡Qué miedo, me hace acordar a los seres de la Tierra!
CARTA III
¡Esto es terrible! Esa cosa que viste igual a mi abuela me encerró en el ático dos días atrás, pero me las arreglo bastante bien para hacerte llegar estas cartas con el sistema aéreo recientemente implementado para los estados del este. Ahora soy solo yo y la abuela. Ella no dice nada, nunca lo hace, solo mira el firmamento. Hace días que no como y estoy empezando a debilitarme. La última noche fue insoportable… infinita. Cuando intentaba descansar en el templado piso, escuché de la planta baja de la casa un silbido agudo, penetrante e inaguantable de un ser que no pertenece a la zona que habitamos del espacio sideral, una fuerza que actúa, crece y obedece otras leyes muy distintas a las que rigen nuestra naturaleza. Por su constitución ósea, puedo juzgar que su procedencia tiene que ser sin lugar a dudas perteneciente a un eslabón extraviado de la cadena evolutiva de los simios que habitan en la Tierra. Es casi erróneo nombrar a semejantes graznidos como sonidos, por cuanto su timbre, horrible a la par que extremadamente alto, se dirigía a aquellos lóbregos focos de la conciencia y el terror que al percibirlo, la imaginación desempeñaba la labor culminante para la llave al exterminio. Los silbidos transcurrieron la noche completa y no pude descansar ni un solo segundo. Si esto continua, me temo que tendré que tomar medidas drásticas y acabar con la vida de mi abuela, aunque aparente ya estar muerta.
CARTA IV
Pasé varias noches horribles. A ella no la he visto más, pero la siento cerca de mí. Me espía, me vigila y es peor, pues al no mostrarse su presencia se manifiesta constantemente mediante fenómenos innaturales, y la imaginación me sigue torturando. Las pesadillas que se repiten en mi mente me perturban hasta que mis visiones se obnubilan por completo y mi aparato psíquico alcanza su límite. Mis padres siguen sin aparecer, y los extraño ya. Por favor debes pedir ayuda… no mejor no lo hagas, La Orden podría matarme para borrar cualquier evidencia de este escándalo si se enteran de que semejante cosa habita nuestra Fhurjitonia.
CARTA V
Cuando padecemos ciertas enfermedades, todos los sensores del ser psíquico parecen rotos, todas las energías aniquiladas, todos los músculos relajados, el cuerpo, que es débil, se pudre con la mente. Todo esto repercute en mi ser de extraña forma y desoladora. Sigo sin entender la razón de todo esto. No me había detenido a pensarlo ni un instante como consecuencia de estos hechos extravagantes. Lo único que sé es que esa cosa no es mi abuela.
CARTA VI
Lo he visto esta vez, a través del orificio de la cerradura ¡Es abominable! Ya no usa los atuendos de mi abuela. Su esquelética forma real ha sido revelada a mis pobres ojos. Tiene alas, piernas largas que terminan en cuatro dedos, brazos simiescos, cuyas manos están condicionadas para asir cualquier objeto, pero a su vez están dotados de filosas garras. Sus colmillos, babeantes, destilan un halo siniestro y amenazador ¡Se estaba comiendo a mis padres! ¡Esto no puede estar pasando!, se los estaba devorando. Allí estaban, desmembrados, carne por todas partes, líquidos, fluidos y el ser emitiendo sonidos guturales indecibles, tragando como una bestia imparable toda cosa que caminase y a su alcance se hallase.
¿El que me ha encerrado será acaso proveniente de una especie extra dimensional? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural? Entonces las fantasías más alocadas existen. No comprendo como es concebible que desde el origen del universo no se hayan manifestado seres de esta índole desde un principio. Nunca leí nada parecido a esto que se comió a mis padres. Los terrestres no tienen la suficiente tecnología como para haber descubierto nuestro mundo, ni mucho menos son capaces de alimentarse de seres de otro planeta. Si pudiera escapar lo haría, pero no tengo salida y la ventana del ático está muy alta como para intentar un escape fortuito.
CARTA VII
Estoy en mis últimas. Desgraciadamente la anterior noche, sumergido en la calamitosa bruma espacial de Fhurjitonia, escuché algo asqueroso, procedente de la habitación principal, el lugar de instalación de esa cosa. Desinformado parcialmente de sus movimientos, creo reconocer sus reptantes pasos y lo oigo batir sus esqueléticas alas de muerte y me estremezco; es abominable, una vasta masa aglutinada de seres, mezcla de innumerables orígenes y tiempos, que no puede ser extraído racionalmente ni a fórmulas, enunciados, descripciones ni estratificaciones conceptuales meramente ortodoxas, sino con otros códigos que no poseemos ni manejamos. Como dije, ayer el apocalíptico cielo oscuro fue el momento en el que la bestia se quejaba con un aullido lastimoso al mismo tiempo que espantoso, que duró aproximadamente —no tengo mucha noción del tiempo— (parte borrosa). Luego de su inestable agonía, tal vez sentí piedad, creo que oí que devolvió con violencia estomacal una sustancia, que a juzgar por el sonido liquido en conjunto con el fragor bucal y el rumor de la inmensa fuerza con que cayó al suelo aquella sustancia, era viscosa y pegajosa. No obstante, cuando me atreví a mirar por la rendija de la puerta, hallábase el Ser Alado en deplorable estado, junto a la ventana, con los ojos entreabiertos; yacía en el piso, inerte rodeado de un líquido verde espeso, de los cuales asomaban algunos trozos de carne descompuesta y algunos huesos y costillas. Quizá su anatomía contra natura no aguanta cualquier tipo de ingesta, y cabe decir que puede no ser inmortal como creí en un principio. Aun así, está provisto de enormes fauces, con filosos y amenazantes colmillos y molares de aspecto más que imponente. Con este equipo descuartizador, fue capaz de cortar y desgarrar carne y huesos de otras especies, hasta incluso duras vertebras y cráneos de organismos adultos.
¿Qué haré ahora? Estuve meditando, mirando las paredes, y me pareció una buena idea arrancar un pedazo de K… que sobresalía de los pútridos muros del ático, aunque temo que la humedad del ambiente, carcomiendo los cimientos de esta antigua morada familiar, haya debilitado la rigidez y consistencia de mi arma. Sin embargo, creo que puedo usarla para derribar la puerta, habilidosamente cerrada; ahora que él está débil, para sorprenderlo con un ataque con todas mis fuerzas. Magullaré cada miembro de su infame cuerpo, hasta que sus gritos me llenen el alma, extasiándome de placer. Llego la hora de terminar con esto de una maldita vez.
CARTA VIII
¡Lo hice! Me he atrevido a lastimarlo, decididamente. Resulté herido en el forcejeo de la puerta —con algunas cortaduras no muy profundas y el miembro derecho completamente inutilizable— que no cedió hasta las últimas estocadas agónicas. El trozo de K… aún resistía… me ha salvado la vida. Aunque algo me llamó la atención de mi mismo. No contaba con la idea de mi propio inconmensurable vigor, ese mismo fue de una potencia anómala y maravillosa, que todas mis extensiones hormigueaban. Había puesto más presión sobre los músculos de la viscosa carne de la que podían soportar, despojándome de la funcionalidad de los mismos, hasta hoy que puedo moverlos de cierta forma.
Al dirigirme a la habitación principal cautelosamente, noté que la criatura no podía defenderse, solo miraba por la ventana recostado en el piso, el cual mostraba cantidades inefables de aquella sustancia verde viscosa repulsiva que había desagotado. El terror cósmico más malsano y macabro se abalanzó sobre mi conciencia al notar entre el maloliente y detestable festín, el cráneo de mi madre al desnudo, machucado y casi irreconocible, que había pasado por el esófago de la bestia. Junto a la ventana: vísceras, órganos a medio digerir y huesos dispuestos en forma muy irregular, desperdigados por la habitación que la Estrella de Fhurjitonia iluminaba con su luz indescriptible. Algunas piernas, brazos y costillas descansaban al lado de la bestia, que no lograba parar de graznar del dolor, mientras se tocaba su esquelético vientre, del cual asomaba toda su fisiología, totalmente a la vista. La escena de horror y el nocivo padecer de la criatura me habían generado una impresión inexpresable e impresionante. El asco y el miedo ennegrecieron mis sentidos, y fue cuando me recobré de semejante malestar, que decidí asestarle cuatro o cinco golpes descendientes al Ser Alado recostado allí. Una segunda reflexión acudió a mi mente y fue menos reconfortante que el anterior vigor bestial que me poseía ¿Qué tal si no lo lograría? Si mis intentos resultasen fallidos ¿Y si me atacaba primero? No hubiese podido hacer nada, ¡con tan solo verlo sacaba todo tipo de conclusiones que inhibían mi convicción y firmeza!, haciéndome vacilar. Pero no podía retractarme, ¿verdad? No. No lo haría. Había llegado muy lejos para rendirme. Sin pensarlo una vez más, levanté mi arma por arriba de mi cabeza y comencé a disparar mi furia a lo largo de todo su debilitado cuerpo. Sumido en un éxtasis frenético imparable, que actuaba como un sardónico empujón de fuerzas extrañas y oscuras provenientes de mis antecesores, una raza singular hasta para mí, continuaba asestándole golpes impíos, llenos de ira. Hubieses visto como chillaba y se revolcaba de dolor, indefenso como un recién nacido.
Para mi sorpresa, el horror retomó sus manifestaciones en mi pobre espíritu, del que puede decirse ha perdido la sanidad y el sentido de la moral, tal cual los insensatos personajes de las historias contadas sobre la Tierra. Ya paladeaba en mis más raros sabores la sensación de percibir las horrorosas visiones de otro espectro; y es que en el momento en que iba a propinarle el golpe de gracia, la bestia se abolló, tapándose completamente con sus extremidades, y estalló en un grito tan agudo, que sobrepasó el nivel soportable al que uno está preparado. De todas maneras, y a pesar de mi inequívoco estado de locura, pude soportarlo, y seguí; seguí como un desquiciado, lastimándolo hasta que no pudiese siquiera emitir el más leve sonido. Cuando me detuve, pude observar con detenimiento el alcance de mis increíbles atributos musculares. El poder del impacto de mis ataques había logrado separar las partes inferiores de sus miembros y dejar magulladuras y huecos profundos en su cabeza; sobresaliendo del cerebro y escurriendo un fluido extrañamente verdoso, la masa violeta parecía desintegrase. Sus piernas y brazos estaban destruidas, no podría moverse jamás.
En las condiciones enfermizas en las que la criatura desfallecía, lo arrastré hasta el jardín trasero y lo enterré allí, a pesar de sus inexorables graznidos. Me aseguré de enterrarlo lo bastante profundo parar tapar su nauseabunda presencia.
Todo ha terminado al fin. Recogeré los restos de mis padres y los empacaré en una bolsa. Debo ser cauteloso para poder moverme libremente fuera del planeta sin que La Orden me descubra. De ser así, me verías ensartado en un palo en un descampado.
CARTA IX
Sin cesar resuena en mis oídos su voz, todavía no se apaga. Por las noches no para de chillar, y aún puedo oírlo moverse violentamente bajo la tierra. Sus gritos logran traspasar las gruesas barreras del pardo lodo sobre su morada subterránea.
Estoy harto. Usaré la nave para cargar las bolsas, el moribundo Ser Alado y te pediré que me entregues todas las cartas que te mandé, ya que hacerlas desaparecer de este planeta será lo mejor para los dos. De más está decir que no quiero implicarte en esto. Pasaré a recoger las cartas por la mañana, así que prepáralas. También te contaré toda esta pesadilla.
Desagotaré todo en el planeta Marte. La nave no está cargada lo suficiente como para ir más lejos. A la Tierra desafortunadamente no llego y Júpiter está fuera de toda posibilidad o tentativa de acercarse siquiera a su órbita, siendo de cualidades muy tormentosas e inestables para acercar la nave.
El intenso escepticismo que reina estos tiempos posiblemente descarte toda veracidad contenida en esta horrenda, espeluznante y traumática historia que cuentan estas cartas, ocurrida en las encrespadas y tumultuosas barreras de hierba y enmarañados caminos de graba que sondean el desconocido territorio de Fhurjitonia.
Como verán, me encuentro en una de las numerosas bases blindadas del este. Todas estas revelaciones me tienen muy enfermo, como los sonidos demoníacos del monstruo arrojado a estas tierras, que emite en la oscuridad glacial que subyace en el universo. El extraño y luminoso fulgor de la Estrella de Fhurjitonia puebla mis intransigentes sueños y como puedo verlo con claridad —ahora que sé que existe— desde aquí, contemplo como ilumina el sitio donde la bestia descansa sin más, como incitándome a socorrerlo. Ir hasta ese lugar, ni pensarlo, por lo menos no hasta que tenga la certeza de que está muerto.
Los estudios que he realizado para decodificar el lenguaje de las cartas me han transformado en un loco. Así como no puedo precisar el origen de dicho sistema de signos, tampoco puedo concebir en mi imaginación la forma y esencia del agresor de Fhurjitonia, cuya existencia no es menos terrible que la del trauma esquelético, y que en estos manuscritos cuenta la historia más espectral de todas, ya sea por su intolerable realismo como por lo terrible de la naturaleza de los hechos.
Tampoco había yo de saber sobre unos textos que hallé en la biblioteca de una cuidad poco poblada, de la cual no recuerdo el nombre, del distrito de Maine, Estados Unidos. Me topé al fondo, en las estanterías más viejas, con unos diccionarios de lenguas extraterrestres: uno de ellos pertenecía al habla de los nativos de Fhurjitonia, un planeta del que nunca había oído antes de la llegada de las cartas y no fue amena la sensación de espanto que me escarmentó al contemplar la portada. El tomo estaba dividido en dos columnas al estilo bíblico, como los empolvados tomos de John Wyclif. Las amarillentas y desgastadas páginas demostraban la antigüedad del libro, por lo que me pregunté por cuanto tiempo había sido escondido en semejante lugar fantasmagórico. Del empleado de la biblioteca nada podía decirse, ni menos sacar cualquier tipo de conclusiones que refutaran su procedencia, idioma y edad, ni especificar si estaba sano o totalmente loco; pero lo que era seguro, era que no tenía idea de lo que aquel lugar ocultaba de los ojos de los mortales, en esas paredes húmedas y estanterías de madera carcomida por las termitas y el paso del tiempo.
Las imágenes del diccionario contenían cosas irreproducibles. Una de ellas era una esfera incandescente de un color extravagante, aparentemente una estrella, que según el párrafo que la describía era la Estrella de Fhurjitonia, que solo podía avistarse en el este de dicho planeta, y si la alineación de otras tierras lo hiciera posible, desde el este de Marte también, como yo lo hice. El brillo y la vivaz hermosura de esta bola luminosa resplandeciente podían cautivar a los corazones más salvajes y desenfundar los sentimientos más profundos de la esencia. Esta estrella es la que con tanto entusiasmo contemplaba el Ser Alado desde los deteriorados marcos de las ventanas, en una mansión majestuosamente erguida en el regazo de los desconocidos prados de Fhurjitonia, cuyos cielos encumbrados invitaban a los curiosos viajantes a adentrarse en las tierras oscilantes de un mundo perdido. En lo que a mis hipótesis se refiere, he llegado al punto sin retorno. No tengo claro aún el motivo por el cual el Ser Alado irrumpió en la pacifica morada de una familia extraterrestre haciéndose pasar por un integrante para comérselos. Es de esperarse de todos modos, debido a lo trillado de la historia que se me presentó de improvisto.
Muchas otras imágenes del diccionario perturbaron mis visiones nocturnas, como las columnas marmóreas infinitas de las comarcas isleñas de Sona-Nyl o los pisos de cristal en los que asomaban las criaturas más maravillosas de los templos subacuáticos de Mharitonia. Otras ciudades increíbles, algunas sin nombre, distaban por mucho de cualquier interpretación posible, como la oscura Cueva de Ghjit, donde se hallaba un extraño manuscrito impreso en una lengua que superaba en antigüedad a la usada por los fhurjitonianos; con descripciones inentendibles, conceptos que es mejor no mencionar. Por más ardua que fuese mi pesquisa, no logré dar con la información sobre la criatura esquelética surgida de abismos improcedentes. El autor de este tomo es anónimo; tanta es mi incertidumbre que no puedo precisar si era o es humano, o si haya existido siquiera.
Se supone que el planeta donde viven los fhurjitonianos y otras formas de vida se encuentra dentro de nuestro sistema solar, a pesar de no poder ser avistado a simple vista con telescopios ordinarios. Los organismos allí presentes subsistieron millones de años sin que pudiésemos notar su estadía en absoluto. Incierto es si los humanos llegaremos a descubrir este lugar inverosímil, pero no me es indiferente. En mi opinión, no convendría siquiera comenzar a investigar en el caso; en la ignorancia las vidas de los hombres se conservan mejor a lo largo del tiempo y nos permite morir en paz.
Todavía no me he atrevido a darle el golpe final al Ser Alado que agoniza a unos pocos metros de esta base. Necesito refuerzos. Es una situación de urgencia. Me son desconocidos los efectos hasta donde pueden llegar las facultades de esa entidad amorfa al enfrentarse a un simple mortal.
29 de octubre de 2025:
Cada vez escucho sus graznidos más cerca, incluso hasta hoy hace un par de horas, cuando descansaba mi mano de tanto escribir, que los aullidos cesaron para dar lugar a un rumor reptante, como si intentara acercarse a la base a rastras, debatiendo sus brazos destrozados y piernas desmembradas contra la tierra, intentando moverse a empujones de la cabeza, los filosos colmillos y sus contorsionados movimientos de columna. Al final mis temores se cumplieron. Pude vislumbrar, a través del vidrio de doble capa, que la criatura, con sus extremidades mutiladas, trepaba a lo alto de la base, mientras clavaba sus dientes en el acero blindado, y con bruscos movimientos corporales lograba ascender la empinada pendiente metálica no sin aullar de dolor, puesto que su boca recibía todo el peso del cuerpo. No dejaba de sorprenderme su increíble fuerza. No se trataba de agilidad, es más, era bastante lento a causa de sus desgastadas articulaciones, pero su fuerza era inmensa, y más aún la de su mandíbula. Así había logrado descuartizar a los padres del fhurjitoniano con tanta facilidad; era su boca su más clara fortaleza.
Me asomé siguiendo su figura para dar con la terraza. La bestia había arribado a lo más alto y miraba detenidamente, con sus brazos destrozados estirados por completo hacia el cielo, en un trance hipnótico de locura y desesperación. En ese instante el cielo estaba más claro que de costumbre y el trauma esquelético, moribundo, fijaba sus ojos inyectados en verde en una bola gigante; fue en ese momento que entendí. Lo que vislumbraba con tanta intensidad era la Estrella de Fhurjitonia, que con deleznable fulgor emitía chispas lumínicas que extasiaban los sentidos. Pude verla. Recuerdo que sentí como si mi abuela me cantara una canción de cuna… la dulce voz de mi abuela. Rememoré mis años pasados, de niño. Los tiernos recuerdos de la infancia, los juegos, la inocencia, la felicidad; de todos ellos, el de mi abuela era el más vivo. Su rostro, sus suaves manos y su piedad me transportaban a un mundo de sosiego, que solo fue interrumpido por una difusa conciencia de tiempo y espacio. Y el aullido, el Ser Alado había proferido un exasperado aullido que me sacó de órbita, borrando mis visiones y mi paz interior. El grito más incólume que había emitido la bestia ¡Ay! Era insoportable:
—AAAAAHHHHRRRGGGHHH!!!
Gritaba… pero no estaba solo. En sus fauces abiertas gritaban miles de seres; unas cuantas de ellas eran de mujeres, niños y hombres humanos. Casi no pude sopórtalo y estuve a punto de desvanecerme, pero me sobrepuse y presencie el terrible desenlace. Al estremecerme de terror, vi como vacilaba en el borde y caía de cabeza al suelo rocoso, resonando con un impacto atronador.
Allí estaba; no respondía ¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso podía desvanecerse algo tan innatural? No quiero conjeturar en vano.
Será mejor que se deshagan del cuerpo. Ni bien terminen de leer esto, quémenlo con las cartas, la base y las bolsas. Nadie debe saberlo. Yo ya he decidido acabar con mi vida.