La
belleza se puede encontrar en los objetos más cotidianos, al menos eso creo. El
olor de la tierra bañada por el rocío matinal; la puesta de sol; un consuelo
amistoso que alivia el llanto del alma o simplemente cosas u objetos al alcance
de la mano: un cuadro, un libro, el muro o la bóveda celeste… O un mate, por
qué no? Ya sea de calabaza, madera o forrado en aluminio, contiene todas las
bellas simetrías de la creación. ¿Por qué pensamos que la belleza solo se
encuentra en los claros fondos de unos ojos azules o una tez blanquecina como
la nieve? La adorada musa tiene varias formas, por lo que se muestra, como
principio y régimen del todo, tanto en lo simple como en lo rebuscado, en lo
humano y lo animal. Si te detenés frente al mate por unos minutos, para
escrutarlo con cuidado, y dejar que penetre por completo en tu ser, sabrás detenerte
ante el reflejo de tus manos sobre el cromo platinado. Si es de madera, probá
repasando los dedos por la cintura delgada y, sosteniéndolo firmemente entre
pulgar e índice, notarás la suave textura del algarrobo. Ahora quiero que
dibujes con las pupilas imágenes sugerentes y curvadas sobre el marrón, que es
el color del barro, que es agua y tierra, y son amantes naturales.
Quiero que
estires el pulso y llegues hasta la bombilla. Que las curvas cromadas sirvan
como el tobogán de tus yemas, que te catapulten, soberbias, hacia adelante, y
te hagan retroceder, cautelosas, para observar el verde de la hierba que se
vierte en el interior, allí donde se unen los pies de la bombilla y el agujero
solitario y oscuro de su lecho. Quiero que tomes el agua y la viertas sobre el
verde. Detente ahí, justo cuando la árida llanura se hincha, expande y reposa
luego de entrar en contacto. Esta es la atracción principal. La ola que rebalsa
y supura el alimento. La espuma brillante que surge por los bordes y el centro,
y notarás que el néctar que burbujea ya te ha devuelto el apetito. Ahora te
relamés los labios, pero no se trata del hambre del estomago, sino de un
apetito sensual. Es el deseo del universo y el síntoma. El que nace, se
multiplica y asesina la indolencia. ¿Cuántas noches solitarias han pasado desde
la última vez que deseamos? No llevo la cuenta, porque me lastima. Es como
revolcarse en el dolor, exasperado, como el recluso que cuenta los días que
anteceden a la ansiada libertad. Hemos esperado mucho y deseado poco estos
días. Hemos desistido, el dolor se ha convertido en apatía, y la apatía en
abatimiento. Hemos visto pasar el día y la noche. Hemos preguntado, hemos
respondido, hemos estado y soportado, pero de nosotros nos hemos olvidado. Pero
mejor no pensarlo. Mejor permanecer de pie hoy, callados, esta noche,
contemplando el brebaje preparado.
Quiero
que olvides las cosas que te pesan, las cuestiones que te amargan y las preocupaciones
que te atan. Soltálas. Dejalas caer. Y acerca la boca al mate, para poder
respirar de una vez. ¡Respira ya! Y olvidate de tus penas. A respirar el aire
de la noche y que en solitario se funda el mundo contigo, y que ya no seas uno
solo, sino uno solo con el mundo. Acercate a la bombilla, para poder respirar,
a tomar del agua en la madera, del barro que es vida y también agua y tierra,
que son amantes naturales.