"¿Cuánto hubiese durado, pregunto, la carrera de Hitler como dictador de Alemania si una voz le hubiese susurrado constantemente al oído? ¿O si una única nota musical, lo bastante alta como para borrar todos los otros ruidos e impedirle dormir, le hubiese traspasado el cerebro dia y noche? Nada brutal, como ve. Sin embargo, en última instancia, tan irresistible como una bomba de tritio"
- Supervisor Karellen
Lanzamiento del hombre a la luna. Las grandes potencias
científicas divididas entre la U.R.R.S y Estados Unidos. Konrad Schneider y
Reinhold Hoffmann compiten por quien será el primero en llegar al satélite
inexplorado de la Tierra, que esperaba al hombre con grandes riquezas
meteóricas: una nueva atmósfera rocosa y la maravillosa vista de su madre, la
bola de agua y niebla que albergaba a miles de millones de humanos expectantes.
Los motores se encienden. Reinhold se siente inseguro. “Seguramente ellos ya
están en la Luna. Quien no lo hubiese logrado ya con todos los recursos de la
Unión Soviética al mando de Schneider?”. En la noche tropical de la isla de
Taratua a orillas del Pacífico, meditaba sobre la genialidad de su rival.
Descartaba con la imaginación de un científico perspicaz empleado
concienzudamente en lo que podría o no estar haciendo Schneider. Lo que no sabía era que su rival, al otro lado, en las costas del
Baikal, se hacía las mismas preguntas. Y entonces como toda buena crónica de
extraterrestres, el espacio irrumpe en los asuntos internos de este diminuto
planeta. Mientras los dos científicos se entregaban a rudas meditaciones sobre
la grieta de Occidente y Oriente, unas naves de tecnología avanzada bajaban
desde las profundidades de los astros hacia el Columbus, la nave de Reinhold.
El estruendo de los propulsores al aterrizar los dejó estupefactos. Un estruendo de bienvenida, que Schneider
también percibió. En sus respectivos puntos, supieron que
habían perdido la carrera. “No por días, meses o unos años, sino por milenios” pensaron
sombríamente al unísono. El Columbus, entre andamios fulgurantes, listo para
despegar, se veía ahora, en comparación con esas bestias de la propulsión
estelar, como una patética canoa paleolítica.
“La raza humana ya no estaba sola” concluye el prólogo de
“Chilhood’s End” (1953), novela del autor de “2001, A Space Odyssey”,
inmortalizada por el neurótico Stanley Kubrik en el cine, y “Cita con Rama”
(1973), que le valió un premio Nébula en el mismo año y el Hugo Award en 1974.
También colaboró en otras producciones
con Stephen Baxter, autor de “The Time Ships” (1995), y Gentry
Lee, que lo ayudó a continuar la serie comenzada e “inconclusa”, según la
recepción de los fanáticos, de Cita con Rama. Puede colocarse dentro de la
llamada Hard Sci-Fi, junto con Asimov, y de contrapunto con Ray Bradbury, que
se concentra más en las intrincadas relaciones humanas con los aparatos del futuro.
“El fin de la infancia” es, según el autor, una de sus mejores novelas.
Argumento principal: Los Superseñores llegan a la Tierra
Aquella fatídica noche indica el comienzo del
reinado de los Superseñores. Quien es esta raza de seres espaciales y que
quieren hacer con nosotros? Es la pregunta que se agita en los corazones
humanos. Lo primero que se nota del porte físico de estos seres es su
colosal tamaño. La única voz que los ciudadanos podrán escuchar durante los siguientes cinco años es la del supervisor Karellen. Este es el personaje intrigante de la novela. En apariencia no difiere de los otros
Superseñores, pero en cuanto comienza a hablar, su magnetismo discursivo
hipnotiza a las grandes poblaciones. Karellen maneja con notable destreza el inglés y sus formas
discursivas de liderazgo. Este Superseñor, cultivado en las
costumbres y las culturas de los hombres, da a conocer más adelante estar interiorizado en la historia y la psicología. Los cerebros más despiertos concluyen satisfactoriamente que el supervisor lleva años estudiándolos.
Este párrafo describe sus habilidades: “Y en el sexto
día, Karellen, supervisor de la Tierra, se hizo conocer al mundo entero por
medio de una transmisión de radio que cubrió todas las frecuencias, Habló un
inglés tan perfecto que durante toda una generación se sucedieron las más vivas
controversias a través del Atlántico. Pero el contexto del discurso fue aún más
sorprendente que la forma. Era, desde cualquier punto de vista, la obra de un
genio superlativo, con un dominio total y completo de los asuntos humanos.”
(pág. 22, edición 1978 de Editorial Minotauro).
Los Superseñores comienzan la primera fase de su plan. Instalan sus enormes naves en cada una de las ciudades
importantes. Sobre las cimas de los rascacielos de Nueva York, Londres, Madrid,
Berlín, Ciudad del Cabo, Moscú, se yerguen las sombras de los increíbles
aparatos de navegación. La humanidad se conmociona, pero no hace nada. Karellen
ha prometido prosperidad y paz eterna para la raza humana. Se atribuye la
salvación de unos pobres tontos que, de no ser por su intervención, ya se
habrían pulverizado entre interminables guerras atómicas. En esta primera fase,
Karellen despliega algunas de sus habilidades. Una de las ciudades, en un acceso de ira militar, intenta bombardear la nave. Ante el estallido de humo y polvo, que lentamente se va
disipando, los alterados hombres comprueban que aquel montón de hierro y propulsores sigue suspendido en el
cielo, reluciente e impoluto bajo la luz del sol, como si le hubiesen hecho
apenas unas inofensivas cosquillas. Karellen piensa en un castigo. Los ciudadanos
entran en pánico. “Nos van a destruir” piensan, pero el supervisor los
sorprende. Se limita a dar una fecha y una hora. Llega la hora y el
sol se ve aplacado por dos enormes barreras de energía que tapan las
irradiaciones de luz y calor. Dos días enteros de total oscuridad, un castigo de dos noches casi eternas. Finalmente Karellen retira las barreras de energía, y los mismos ciudadanos, impetuosos hace unos días, quedan reducidos a unos cuantos insectos intimidados. No vuelven a repetir el ataque.
Ante el desconcierto general, se van construyendo mitos sobre la procedencia de los Superseñores y el aspecto que resguardan
tras la oscuridad de sus navíos. La renuencia de Karellen de revelar su
apariencia física preocupa principalmente a la población, pero aún más a los
Wainwright, una procesión religiosa que escupe sesudos anatemas y advertencias
sobre la naturaleza “diabólica” de los Superseñores. La prensa se divide en dos
facciones, los que están de acuerdo con el plan íntegramente de los
Superseñores de gobernar la Tierra, y otra facción más combativa y escéptica
que sostiene que esconden maliciosas intenciones. Karellen les
demuestra, con el lento paso de los años, que nada hay que temer, pero confiesa en un discurso popular que “no iba a revelar su apariencia hasta
dentro de cincuenta años, cuando la Edad de Oro comenzara”. El único
intermediario de Karellen y los hombres, Stormgren, está decidido a revelar la
identidad del supervisor cueste lo que cueste. Lleva una potente linterna a
la última reunión, pensando en proyectar el haz de luz directo a su oscura cara.
Nadie sabe que logra recuperar de ese arriesgado movimiento, y nunca más se
vuelve a mencionar al personaje en la novela.
La Edad de Oro
Cuando los hombres se acostumbran a andar por la calle
con los Superseñores, cincuenta años después del descenso por las costa de Taratua, todo parece fluir
hacia la segunda fase del plan. A raíz de la intervención de Karellen, el
comercio y la economía se habían vuelto autosuficientes, los hombres gozaban de
bienestar físico y económico, no había pobreza, delincuencia ni guerras. El bienestar se transformaba ahora en un mal mayor: apatía y aburrimiento. “Los hombres habían perdido a sus antiguos dioses, y ya estaban
viejos para no necesitar dioses nuevos” (pág. 84). Las antiguas proezas del
cristianismo ya no conmovían a nadie. Las palabras “divinidad”, “cielo e
infierno”, “castigo divino”, “herejía”, “redención”, “apocalipsis” no
tenían sentido. Eran signos vacíos. Y este declive ideológico, paradójicamente,
es el inicio del declive científico. Había muchos técnicos especializados en
distintas áreas, pero el picoteo de la curiosidad, tan vital en las
generaciones del siglo XX, había desaparecido junto con la idea de “progreso
tecnológico”. Los terrícolas pensaban: Para qué molestarse en adelantar
invenciones de la ciencia si nuestros propios gobernadores han llegado a la
cima y nos entregan todos sus conocimientos?”. No es así en realidad,
Karellen sólo aporta un pequeño fragmento de la sabiduría de los Superseñores; el acotado y necesario aporte tecnológico para garantizar la prosperidad y la
paz.
El cambio más radical y preocupante, que aporta parte de la
idea del nombre de la novela, ocurre con el arte:
“El fin de las luchas y conflictos de toda especie había
significado prácticamente el fin del arte creador. Había millares de
ejecutantes, aficionados y profesionales; pero, sin embargo, durante toda una
generación no se había producido en verdad ninguna obra sobresaliente en
literatura, música, pintura o escultura. El mundo vivía aún de las glorias de
un pasado perdido.”
Podían los Superseñores apreciar el arte de todas formas?
Jan Rodricks planea algo
Un joven científico inconformista aparece en la fiesta
que organiza su cuñado, Rupert, ahora felizmente casado con su hermana, Maia
Rodricks. Casi al final de la velada decide tomar aire fresco en la terraza. Al pie de la baranda, observa las estrellas y el profundo oscuro del espacio. Diviza a lo lejos la nave de los Superseñores, que va y
viene a través de los astros. “Debe tener propulsores en todas las partículas de
la nave” dice para sus adentros. Está fascinado con esta rareza del diseño
aeroespacial, pero no logra descifrar los principios científicos que la guían. La tecnología de los Superseñores era algo desconcertante. Se autoproclama
definitivamente derrotado. Aburrido de su vida y sus investigaciones superfluas
(tal cual él las juzga), se reprocha incompetencia y una vida sin sabores. Está
en plena Edad de Oro. La curiosidad científica ha disminuido. Pero
en esa fiesta, viendo esa nave acelerar sus partículas a la velocidad de la
luz, recobra parte de un antiguo legado secular: la curiosidad por lo
desconocido. Se siente renovado con una nueva misión, descubrir a qué ignota región
del espacio se dirige esa nave y qué contiene. Que misterios encierran esas
paredes de hierro? Tendrá un panel de control? Si es así, como es? Es
controlada por Superseñores o es automática? Que lleva adentro? Jan se arriesga
el pellejo para averiguarlo.
A través de los amplios medios de su cuñado, Rupert, se
embarca en un submarino rumbo al Laboratorio S2, ubicado en el fondo del lecho del mar. El hombre a cargo del laboratorio submarino, equipado con complejos aparatos de investigación marina, es el profesor Sullivan. Rupert los introduce y luego desaparece. Aquí, en esta madriguera
subacuática, Jan le confiesa su interés en descubrir la terminal espacial de la
nave de los Superseñores. Sullivan, dedicado enteramente a sus ballenas y
calamares, acepta darle una mano en un viaje previamente programado con Karellen para llevarse a su planeta natal un ejemplar de ballena. El trato es
el siguiente: Sullivan lo ayuda a invadir la nave con la ballena, y Jan
descubriría las maravillas de un nuevo horizonte interplanetario. La idea
tienta a Sullivan, quien piensa que quizás encuentre otras especies
marinas. Acepta ayudarlo, pero a quien deben engañar es al mismísimo
Karellen.
Estilo narrativo
La prosa de Clarke es amena. Tiene un agradable balance
de narración directa, intercalada oportunamente por diálogos ingeniosos. No nos
encontramos con la pluma sentimental de Bradbury, ni los diálogos entre
personajes desinteresados de la ciencia tienen ese tinte absurdo y sintomático
de la existencia. Todo lo que Clarke escribe tiene un riguroso carácter
científico y, hasta incluso en algunas ocasiones, artificioso por su excesiva
espontaneidad en las observaciones técnicas de olores de químicos, funciones de integrados y circuitos, etc. Pero eso podría
simplemente tratarse de que la mayor parte del plantel de personajes tiene o
comparte alguna curiosidad científica con otros, si no se trata directamente de alguien
relacionado pura y exclusivamente a la labor científica. Así lo vemos tan
fuertemente ligado al estilo narrativo de Asimov, pero con una pequeña
diferencia: su nacionalidad. Es curioso, pero es inevitable no advertir los
temas recurrentes que han obsesionado a los ingleses en la literatura. Uno de ellos es el concepto de decoro, de modales y de la
horrorosa pesadilla de que a uno lo malinterpreten. Clarke les adjudica buenas
intenciones a una pandilla espacial. Y a pesar de las tantas facciones opuestas
a los Superseñores, la buena y pasiva predisposición de los humanos, en última
instancia, para ser gobernados por una raza exterior, parece muy digna de un
gentleman ingenuo. Si el libro hubiese sido apalabrado por un autor
estadounidense, seguramente la testarudez de los ciudadanos de cara a una
fuerza superior habría resultado sorprendentemente más prolongada que los
cortos cincuenta años que pronostica Clarke. Pero ello no le quita disfrute a
la historia. Lo importante es saber que uno se encuentra frente a un escritor
europeo. Hay que despojarse de las ironías dialógicas de la literatura
americana y del lúcido sentido de la tragedia de la estupidez y la violencia, mayormente visible en este amplio continente. Un párrafo de la página 81
arroja una luz a este apartado de la escritura ideológica europea. Hablando de
los profundos cambios de la Edad de Oro, Clarke escribe lo siguiente sobre la
delincuencia, y en la última frase está la clave:
“Los crímenes pasionales, aunque no habían desaparecido,
eran muy raros. La mayor parte de los problemas psicológicos había
desaparecido, y la humanidad era mucho más cuerda, y menos irracional. Y
aquello que en otros tiempos se hubiese calificado de vicio no era más que
excentricidad o, cuanto más… Malos modales.”
Está de más decir que una sociedad acomodada y provista
de mejor educación está muy lejos de mostrar signos de ser inerme contra
problemas psicológicos, sino todo lo contrario; y es especialmente curioso como
el autor relaciona estar cuerdo con ser más racional. Y finalmente, y no menos
importante, la excentricidad y los “malos modales”. Los modales y el decoro preocupan especialmente a los ingleses desde la literatura victoriana y preromántica. Es un tópico que los obsesiona y forma parte integral de su sistema de creencias. Cuando uno se acerca a un escritor inglés, no puede dejar de tenerlo en cuenta.
Más allá de toda crítica teórica que pueda hacerse al
autor británico, su estilo de escritura es musical y fluido, y esto es lo
importante, lo que hace a un buen novelista: como maneja la tensión del relato,
que tan fluido transcurre el asunto, y la vida de la que es capaz de dotar a
sus personajes de tinta.
El fin de la infancia y sus misterios
Que quiere decirnos Clarke con este título fatalista? Que
rostro informe esconde Karellen tras su máscara de misterio? Que intenciones
oculta esta raza, y por qué se muestran tan benevolentes en cuanto al progreso
humano? Que le ocurre a Jan Rodricks, viajando en camino a un planeta
desconocido? Es descubierto por Karellen? Cuál es el destino que le aguarda en aquel lejano planeta?
Lo que más nos intriga, y que creo que no deja respuesta,
es la naturaleza y origen de los superiores de los Superseñores. Así es.
Karellen sirve a alguien superior a su labor. Quien es este ser? Es uno o varios
seres? Que es lo que quiere con los humanos? Los observa por pura diversión?
Los estudia? Que tan poderoso es? Sabemos que es lo suficiente como para tener
como subordinado a una de las figuras más misteriosas y desarrolladas del
espacio exterior. Si Karellen le teme a este ser, y los humanos le tememos a
Karellen… A quién sirve esta prodigiosa raza? Lo invito a descubrirlo en la
lectura.